Por: Victoria Donda Pérez
Las democracias de occidente han ido variando en los últimos años sus sistemas electorales para resolver diferentes situaciones que los viejos sistemas no contemplaban. Entre estos factores podemos mencionar la crisis de los partidos políticos históricos y la consecuente emergencia de nuevas fuerzas, la inclusión de minorías en la representación parlamentaria, la gobernabilidad cuando se producen escenarios de fuerte dispersión de las opciones que toma la ciudadanía, o la representación de regiones alejadas de los centros de poder.
Lo que se busca en el fondo con estas reformas es estabilizar los sistemas democráticos independientemente de los vaivenes económicos o sociales que atraviesan a las sociedades nacionales o locales.
En la moderna Constitución de la ciudad de Buenos Aires, a diferencia de la mayoría de los distritos provinciales del país, se contempla la figura del ballottage para resolver quién debe ocupar la Jefatura de Gobierno y la regla es que quien sea jefe de Gobierno debe recibir al menos la mitad más uno de los votos del total de los electores. Está claro que el objetivo de esta normativa es que quien conduzca el Poder Ejecutivo de la ciudad empiece su gestión con un amplio, aunque relativo, apoyo ciudadano. La primera opción de los votantes ya está reflejada en la composición de la legislatura porteña.
Algo parecido a lo que se produce con los hinchas de una selección de fútbol -cuando su equipo queda eliminado, optan por uno de los dos finalistas- es lo que nos va a pasar a los porteños este domingo que viene. En el caso específico de este ballottage, los motivos de dicha opción son muy variados, algunos históricos, otros técnicos y otros puramente afectivos.
Puesta en la situación de elegir entre Horacio Rodríguez Larreta y Martín Lousteau, mi opción es clara. En lo histórico Larreta fue funcionario de Carlos Menem, Fernando De la Rúa y Carlos Ruckauf, en el Anses, el PAMI y la ex-DGI, todo antes de ser ministro de Mauricio Macri. En casi todos los casos recibió denuncias y se le abrieron causas por defraudación, malversación de fondos públicos, etc.
Martín Lousteau, por su parte, después de presidir el Banco Provincia de Buenos Aires en la gestión de Felipe Solá, fue el ministro de Economía más joven designado por Cristina Kirchner. Ministerio al que renunció luego de hacer públicas sus diferencias insalvables con el ex secretario de Comercio Guillermo Moreno. Su historia reciente está más fresca, es diputado nacional por aquel acuerdo amplio que denominamos UNEN en el 2013.
Técnicamente, la formación académica de Rodríguez Larreta y de Lousteau es económica. Solo que mientras el primero adscribe con claridad a las recetas neoliberales que se ejecutaron en nuestro país durante la década del noventa, el segundo parece tener una mirada más heterodoxa de la economía, además de haber logrado una manera de comunicar esta materia más simple y coloquial.
En lo afectivo o emocional, nada me une a Rodríguez Larreta debido a que desde siempre fui una férrea opositora a la lógica individualista de los modelos empresariales que tanto daño le hicieron a nuestro país y a nuestra población. Ni hablar, por otro lado, del desprecio que quienes dirigen el Gobierno de la ciudad tienen por los derechos humanos, lo público en general y los sectores más vulnerables de la población. Con Martín, aunque provenimos de historias muy distintas, me une un lazo generacional que aprendió a valorar y defender a rajatabla la democracia, el pluralismo y el respeto por la diversidad.
Estoy segura de que más allá de la opinión de los dirigentes políticos, los porteños este domingo vamos a aprovechar la oportunidad que nos brinda el ballottage.