Cabandié, mártir de los cornudos

Yamil Santoro

Hemos creado las condiciones para que una persona que no tiene más mérito que ser hijo de personas desaparecidas sea un actor relevante en términos políticos. Premiamos a un mediocre por su dolor. Y ahora, que ha quedado desnudo ante la mirada del Pueblo nos produce una mezcla de bronca y pena porque en algún punto nos expone a una realidad personal.

Juzgamos y condenamos a Juan más allá de lo sucedido por aquello que él representa. Recordé el célebre juicio al infame Adolf Eichmann y la trascendente frase vertida por su ideólogo, Ben Gurión: «En este histórico juicio, no es un individuo quien se sienta en el banquillo, no es tampoco el régimen nazi, sino el antisemitismo secular.». Lo que no termino de dilucidar es si hemos asistido al desnudo del kirchnerismo o al de la argentinidad. El kirchnerismo no nació de un repollo, es la muestra grotesca de ciertos aspectos de nuestra identidad nacional: la ética del resentimiento. Mejor ejemplificada en el síndrome del cornudo.

Los cornudos consuetudinarios logran disociarse de los acontecimientos y se construyen un relato que sirve para justificar lo que pasa. Juan es el tipo al que encuentran entrando al amueblado con otra y le sacaron una foto. Lo agarraron in fraganti y al pedirle explicaciones culpó a su pareja fundando en ella su conducta dañosa. Juan no tuvo culpa ni vergüenza en usar su historia, repitió el cuento de por qué él se siente por encima de las leyes. Lo cree, lo encarna, lo vive. Juan cree que en él debe aplicarse de manera excepcional la ley.

En la construcción del personaje de Juan se desplaza la ética del individuo y se teje un relato que redefine los límites de la moral. “El Relato” es un nuevo sistema normativo, un verso conveniente. Cabandié es parte de un discurso que le otorga una condición superior a las leyes: es kirchnerista, revolucionario. Para Juan lo que falló fue el sistema y debe ser corregido: ante su falta debe aplicársele un correctivo al denunciante. Similar al cornudo del ejemplo que a fin de no ver lo que acontece está dispuesto a pelearse con quien le cuenta los hechos. Juan es inimputable porque “es hijo de desaparecidos, se bancó la dictadura y porque pone huevo”. Y así “está donde tiene que estar”: en un lugar capaz de sancionar al sistema sancionador, donde la culpa siempre es del otro.

Nos repugna que Juan haya puesto en evidencia el mal silencioso de nuestro país: la complicidad cotidiana con la corrupción, nos expuso a nuestros cuernos: los que generamos y los que podemos llegar a tener. Expuso esa realidad de tantos argentinos que sienten que las leyes no deben aplicárseles por alguna razón especial. Juan gritó demasiado fuerte y nos puso a todos en evidencia. Vivimos en un país jurídicamente colapsado e institucionalmente destruido pero atado con alambres. En vez de enfrentar abiertamente los problemas buscamos excepciones, trampas y vueltas para que las cosas “tiren” un día más.

Nos adaptamos a un Estado cada vez más grande y arbitrario, acatamos directivas de gobernantes ineptos y buscamos la forma de salir adelante a pesar de las adversidades. Nos inventamos relatos para justificar posiciones insostenibles. Hemos aceptado mansamente las fallas del sistema como parte de nuestra realidad y cargamos con el peso de adaptarnos a quienes manejan a contramano, creyendo que los equivocados son los otros. Sin embargo, hasta tenemos un silencio cómplice con los cuernos ajenos por miedo a que nos aparezcan los propios. 

Hannah Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén: la banalidad del mal recuerda una frase de Goebbels: «Pasaremos a la historia como los más grandes estadistas de todos los tiempos, o como los mayores criminales». Los ídolos de “El Relato” estarán en lo alto hasta que se decida tener una lectura crítica de la realidad, desapasionada. Cuando nos preguntemos si las cosas se pudieron haber hecho mejor quedará en evidencia que el saldo de la década kirchnerista es negativo más allá de las preferencias ideológicas. Y así veremos que más allá del incidente de Cabandié lo que anda flojo de papeles es el kirchnerismo. Y muchos han sido cómplices de su estafa. Similar a la experiencia del nazismo, los daños de los desviados se amplifican por la complicidad de muchos beneficiarios silenciosos, cómplices.

¿Seguiremos alimentando a quienes nos proponen un sistema destinado al colapso que nos obliga a vivir entre sus rendijas o apostamos a un cambio en las reglas de juego? El kirchnerismo es parte del pasado adolescente, superarlo implica dejar atrás el pensamiento mágico de la omnipotencia y el orgullo propio de la irracionalidad, requiere hacerse cargo de los propios errores y sus consecuencias. Gracias a Cabandié por abrir tantos ojos y acercarnos un paso más hacia la superación del kirchnerismo como forma de ser argentinos.

Vote bien y se van.