Por: Yamil Santoro
La tecnología nos viene permitiendo superar barreras temporales y espaciales, alterando diferentes estructuras de organización social. Vínculos y relaciones que eran impensables hace apenas 100 años se han vuelto posible gracias al constante desarrollo de las herramientas de comunicación y manejo de información; de la misma forma, vínculos que parecían necesarios o útiles van dejando de serlo. Nuestra capacidad ampliada para conocer el mundo y relacionarnos con él nos permite disminuir los riesgos de la incertidumbre, redefinir roles y orientar esfuerzos de forma más eficiente. Los invito a reflexionar brevemente sobre cómo se fueron constituyendo los diversos regímenes de gobierno a lo largo de la historia y cómo podemos esperar que evolucionen.
El comercio y la vida social siempre fueron anteriores al Gobierno, sirviendo la proliferación de la riqueza como excusa para extender la burocracia. No es casual que el proceso histórico de conquista y civilización a punta de pistola haya estado motivada e impulsada por la persecución de renta. El Gobierno siempre fue detrás del mercado. La consecuencia geopolítica de este pensamiento dio forma a los diversos imperios que, por definición, implican el sometimiento de los diversos bajo una misma cabeza.
Extender el Gobierno, desde una perspectiva geográfica, tenía como finalidad incorporar más recursos dentro de la capacidad de supervisión y cobro de impuestos. Buenos Aires, por caso, era un lugar inhóspito hasta que el dinero movido por el contrabando captó la atención de la Corona española.
La capacidad de reasignar recursos propios del poder generó en un principio una oleada de atentados contra la cabeza del sistema procurando reemplazar al beneficiario por otro, habitualmente sostenido por una Corte que se beneficiaba del sistema. A medida que la tecnología permitió la creación y acumulación de más riquezas, la disponibilidad de más recursos para repartir así como el interés de excluir a los gobernantes de las propias fortunas llevó a la creación de las incipientes democracias liberales: un sistema de pesos y contrapesos para evitar la transferencia ineficiente y caprichosa de recursos por parte de los actores económicos a los gobernantes.
Es de notar que el surgimiento de esquemas de mayor representación democrática con gobiernos moderados guarda estrecha relación con el origen de la riqueza. En aquellos lugares y tiempos donde la riqueza proviene de actividades extractivas el peso del Gobierno fue más grande y violento. En cambio allí donde la riqueza surgía de la creatividad, la coordinación y el esfuerzo de grandes grupos se tendió a estructuras más horizontales. Aunque también vale decir que creatividad y libertad van de la mano.
Este primer grupo de emprendedores, logró allí donde se lo propuso hacerse con una cuota de poder público impulsando reformas y cambios sistémicos. Pero el sistema de poder redistribuido que pasó del unipersonal-extractivo al pluripersonal-productivo lejos de resolver la tendencia del gobierno a perseguir la riqueza sumó una nueva dimensión de intervención dirigiendo recursos en favor de la burguesía gobernante. Así empiezan a consolidarse el uso de medidas proteccionistas para garantizarle la renta a las burguesías gobernantes. Todo a costa de los incipientes consumidores.
La función extractiva-expoliativa del Gobierno pasó a corromper tanto a sistemas de gobierno unipersonales como aquellos pluripersonales volviéndose el Estado el garrote a partir del cual se desplazaban recursos de un grupo de gobierno a otro. Con la excusa de mejorar la representatividad los distintos órganos de gobierno tendieron a aumentar su volumen y composición procurando integrar a todos los actores económicamente relevantes. ONG, asociaciones, corporaciones, fueron perfeccionándose a fin de coordinar los intereses de diversos componentes de la sociedad para intervenir en el “corte del bacalao”. Pero el bacalao siguió creciendo más allá de la imaginación de las corporaciones.
Surgieron los derechos sociales, luego los derechos humanos y llegamos a los medioambientales gracias a que la acumulación disponible permitía reasignar recursos sin que se alteren de forma sensible los procesos productivos esenciales para la supervivencia de grandes masas de personas. La abundancia permitió correr los límites de instituciones y derechos creados en época de marcada escasez.
Durante estos últimos años los gobiernos lograron mantener su legitimidad y gran parte de su poder de control e intervención basándose en una pretensa administración “justa” de la escasez. Sin embargo, los avances tecnológicos que se vienen produciendo durante los últimos años hacen presumir que la salud, la alimentación, energía, el tener una casa junto a otros elementos pasarán a estar resueltos de una forma exponencialmente eficiente por parte del mercado. Cada vez más funciones que parecían ser exclusivas y excluyentes de los Estados nacionales están encontrando soluciones creativas e infinitamente más eficientes en la red económico-tecnológica creada por internet y el trabajo colaborativo de miles de millones de personas.
Asistimos a un período en el que funciones que parecían esenciales del Gobierno y que legitimaban cierta intervención en el pasado se vuelven palmariamente ineficientes. Lejos de buscar encontrar a los mejores e incorporarlos al esquema de poder gobernante parece que el futuro nos invita a pensar y resolver los conflictos en red. La línea divisoria entre Estado y sociedad civil tenderá a volverse cada vez más efímera. Ampliándose las instancias de interrelación. Comenzará un combate genuino por ver quién resuelve de forma más eficiente cada problemática social.
Asimismo las innovaciones tecnológicas comienzan a restringir la forma en la que aquellos grupos económicos que hoy se benefician de la relación con el Estado mediante un vínculo parasitario realizan sus negocios. Podemos esperar que tiendan a lograrlo mediante la provisión eficiente de servicios abandonando prácticas tradicionales de corrupción.
Por otra parte, tiempo atrás resultaba fácil para un gobierno desviarse de posiciones pro-mercado a fin de acrecentar la transferencia forzada de recursos de un sector a otro perjudicando a la totalidad de la sociedad. Estas oscilaciones se vuelven cada vez más infrecuentes siendo que, en líneas generales, los beneficios de la estabilidad y el desarrollo productivo empiezan a evitar situaciones de ventaja cortoplacista como los populismos y las guerras.
El Estado, como lo conocemos, tiene los días contados. Sin lugar a dudas será la institución que más lentamente se adapte a los tiempos venideros. Me animo a decir que el progreso de la humanidad estará limitado en buena medida por la imposibilidad de los gobiernos a reaccionar a tiempo ante los cambios que se nos avecinan.
Ante un escenario futuro signado por la abundancia y el progreso creo que entrarán en crisis las ideologías sustentadas en la lógica de la escasez así como la justificación del Estado tal cual lo concebimos hoy. Resulta inverosímil creer que el Estado podrá estar en la vanguardia de los acontecimientos si es que, acaso, alguna vez lo estuvo. Intuyo que los próximos años tendran como eje debates acerca de cómo reformar al Estado para que no entorpezca al desarrollo.
Los invito a pensar juntos durante las próximas semanas el Gobierno del futuro.