Por: Yamil Santoro
“¿Qué hay después de la vida?”, la certeza de la propia finitud ha despertado la curiosidad de las personas a lo largo de la historia. Algunos optaron por creer en que volvemos con otra forma, otros que el alma permanece inmortal en algún lugar sin volver a materializarse, también están quienes creen que nuestra existencia se agota en nuestra conversión a cenizas o a comida de gusanos. Más allá de la historia que elijamos contarnos, hoy la vida después de la muerte es un hecho.
El impacto de las transformaciones tecnológicas lejos está de agotarse en una mejora de nuestra capacidad como especie para dar respuesta a los problemas cotidianos. También vienen impactando en nuestra forma de ser. En su libro Los nuevos rebeldes, el filósofo Luis Diego Fernández nos invita a pensar cómo las nuevas herramientas digitales permiten el florecimiento de espacios de microrresistencia cultural o de estilos de vida alternativos. De alguna manera, esta nueva dimensión del ser debilita el efecto normalizador de las instituciones gubernamentales y sociales permitiendo que surja la individualidad potenciada por comunidades virtuales y nuevas dimensiones de participación.
La tecnología no sólo ha transformado nuestra relación con la vida también ha modificado nuestra relación con la muerte o al menos con los muertos. Hemos llegado a un punto en el que un número significativo de personas que tuvo perfiles en redes sociales ha muerto y muchos de dichos perfiles permanecen abiertos, sirviendo a sus seres queridos para rememorarlos y conectarse con ellos. Hoy la red ofrece un espacio que reemplaza o al menos complementa al cementerio como espacio de “encuentro” con los muertos. Esto permite un contacto de inmediato y evita los trastornos que demandan trasladarse hasta un lugar específicamente para ver una lápida o un nicho.
De hecho, cada vez más información nuestra se va acumulando “en la nube” y se van delineando nuestros perfiles mediante el procesamiento de inputs cada vez más complejos y completos. La vida después de la muerte hoy tiene forma de bytes y no está lejano el día en el que en base a toda nuestra información acumulada podrán emularnos aunque sea parcialmente, además podremos revivir varios puntos de la historia de cada persona. Podemos migrar nuestros muertos a la red y pensar en ahorrar costos en sepulcros. O, alternativamente, podríamos pensar en lápidas que compilen la información de la vida de la persona como para hacer más ameno el paseo por la memoria.
El antiguo debate sobre la vida y la muerte hoy toma nuevo envión ante las nuevas fronteras de la ciencia. Sospecho que estamos en condiciones de afirmar que existe vida después de la muerte sólo que el “Cielo” cabe en la palma de la mano. Para acceder sólo basta tener suficiente ancho de banda y que no se corte la luz.