Por: Yamil Santoro
Viajé a Venezuela dos veces en los últimos años: asistí a las elecciones donde Henrique Capriles compitió contra Hugo Chávez y fui a presenciar el funeral de Chávez a pesar de no simpatizar con su accionar en vida. En ambas ocasiones viajé junto a Carlos Maslatón. Entre otros momentos memorables estuve junto al diputado nacional Federico Pinedo cuando lanzó este memorable tuit (que explicaré en otra nota):
Uy, uy, uy, uy, uy… Gana Capriles!
— Federico Pinedo (@PinedoFederico) October 7, 2012
A continuación voy a narrar algunas de mis experiencias en el país hermano; si quieren una cobertura menos vivencial de la experiencia los invito a leer el informe que armé junto con Patricia Bullrich al volver del viaje (era para divulgación interna dentro del partido).
5 de octubre de 2012. Cierre de campaña de Capriles y Chávez. Optamos por asistir al evento chavista porque se realizaba en Caracas, donde nos estábamos hospedando. Kilómetros de despliegue para la ocasión: escenarios, bandas, agitadores, música fuerte que invitaba a mantenerse en movimiento. La gente, cansada, estaba presente desde las 10 de la mañana esperando que en algún momento apareciera Chávez a decir algo; pudimos presenciar cómo tomaban lista en la entrada de algunos edificios públicos y ya nos habían advertido que la presencia al acto no era precisamente optativa para los empleados públicos.
Decidimos acercarnos hasta el escenario principal ubicado en la Av. Bolivar y encontramos que estaba recubierta de estructuras metálicas que funcionaban como corrales e impedían el paso de la gente. Si bien cuando queríamos adentrarnos en la concentración pudimos avanzar con cierta lentitud, descubrimos su utilidad cuando quisimos abandonar la plaza. Les paso una foto como para que lo visualicen:
Las personas estaban dispuestas en estos corrales que lograban un triple efecto: ordenarlos, aumentar el espacio cubierto y evitar las fugas. Sin desmerecer que existió una gran cantidad de gente que se movilizó en genuino apoyo al caudillo bolivariano, lo cierto es que hubo otra gente que no gozaba de tal libertad y que, aun yendo libremente, no gozó de la libertad de irse cuando quisiera. Esto pudimos verificarlo al llegar junto al escenario principal: allí había dispuestas vallas de contención y sobre ellas había apostados estudiantes del secundario que impedían el paso.
En un momento una señora chavista indignada con el bloqueo empezó a insultarlos y más personas se sumaron a la queja. Aproveché para grabar el evento con el celular hasta que me tocaron el hombro. “¿Con qué partido estás?”, me preguntó un señor de unos cincuenta años. “Con ninguno, soy argentino”, le respondí. Desplegó una credencial y me dijo: “Policía presidencial, usted no puede estar filmando deme el celular”. A lo cual le dije que escribía en un medio y que la Constitución me amparaba (aprendí en ese momento por las malas que lo escrito no tiene ningún valor si no hay quien lo haga cumplir). Empecé a irme cuando el policía empezó a gritar “el gringo no está con Chávez, el gringo no está con Chávez, es un espía!”. El gringo era yo. Pensé que con el prendedor con la foto de Hugo tendría que haber pasado desapercibido, pero no.
Maslatón se dio vuelta y me hizo un gesto para que empiece a irme y emprendimos el escape mientras tiraban botellas y todo tipo de elementos que tenían a mano. Logramos atravesar algunas estructuras tubulares peleando en cada una con los encargados que impedían el paso hasta que, mientras esperábamos que nos dejaran pasar vi por el filo del ojo que le pegaban a Carlos una trompada por atrás. Una sensación helada me recorrió el cuerpo, no teníamos hacia dónde escapar. Me di vuelta dispuesto a enfrentar mi suerte cuando había un grupo de cinco pibes de no más de 13 años que me miraban sonrientes. Desconcertado, me di vuelta esperando que nos dejaran pasar hasta que uno me tocó la espalda y me dijo “dónde está el video? Dame el celular”. Fue la única vez en mi vida que entré en pánico, la mezcla de indignación, terror y asfixia me superaron y empecé a abrirme paso violentamente por la marcha hasta que logramos escondernos en una estación de subte no sin antes borrar el video y la mayoría de las fotos temiendo que el SEBIN (Servicio Bolivariano de Inteligencia) nos volviera a agarrar.
Digo nos volviera a agarrar porque la noche anterior el SEBIN nos había detenido por fotografiar a un grupo de civiles, junto a militares, policías y motorizados cerca del lugar donde habría de realizarse el acto. Nos sacaron los pasaportes, nos hicieron borrar todas las fotos relacionadas y nos tuvieron detenidos por dos horas. Después nos enteramos que esta práctica era relativamente común y presenciamos el momento en el que, mientras Lanata era detenido por el SEBIN, la diputada nacional Patricia Bullrich llamaba al embajador Carlos Cheppi para responsabilizarlo por el porvenir del periodista y éste se hacía el estúpido ante lo sucedido.
El que crea que en Venezuela se respetan los DDHH o que los atropellos comenzaron estas últimas semanas se viene perdiendo más de una década de historia.