Por: Adam Dubove
Para los que consultamos a menudo el Índice de Libertad Económica, su edición 2013 no contenía ninguna sorpresa. Aquellos países que tradicionalmente se encuentran en los primeros puestos se mantuvieron ahí y aquellos que usualmente están al fondo del escalafón se mantienen. Una fluctuación en algunos parámetros del índice suele llevar sólo a cambios del orden de las centésimas de año a año. Aun así, a la Argentina le fue particularmente mal en el 2012. Su puntaje descendió un 1,3, lo cual la hizo caer dos puestos hacia el número 160. El ILE tiene indexados a 177 países. Eso significa que Argentina está calificada entre los 20 países menos económicamente libres del globo. No es necesariamente una sorpresa tras un año con una altísima inflación, aumentos de impuestos, estatizaciones y re-estatizaciones (inconstitucionales), sonados casos de corrupción impune, un estricto control de cambios y nuevas restricciones a la importación de bienes.
Entre aquellos que se encuentran por primera vez ante estos indices puede que surgan algunos interrogantes, como quién desarrolla el ILE o qué indicadores toma en cuenta. Y la pregunta más importante: ¿por qué importa la libertad económica?
Las dos primeras son fáciles de responder. El Índice de Libertad Económica (ILE) es uno de varios índices similares, elaborado por la Heritage Foundation y el Wall Street Journal. Es una escala que incluye a 185 países, aunque existen 8 países de los que no se cuenta con datos algunos. Además de ser el más prestigioso de su tipo, los resultados del ILE no varían mucho respecto a los de otros índices de libertad económica. A modo de ejemplo, el más reciente Reporte de Libertad Económica, publicado por el estadounidense Cato Institute y el canadiense Fraser Institute, coloca a Argentina en el puesto 127 de 144. El ILE de la Heritage nos ubica en el 160 de 177. Este último, el de edición más reciente, promedia puntajes para 10 mediciones económicas, ordenadas en cuatro categorías.
a) Estado de Derecho (1. Derechos de propiedad y 2. Ausencia de corrupción)
b) Gobierno limitado (3. Libertad fiscal y 4. Gasto estatal)
c) Eficiencia regulatoria (5. Libertad de negocios, 6. Libertad laboral y 7. Libertad monetaria)
d) Mercados abiertos (8. Libertad de comercio, 9. Libertad de inversión y 10. Libertad financiera)
A las personas que son previamente hostiles a la libertad económica, estos 10 puntos pueden parecerles irrelevantes o hasta indeseados. Después de todo, ¿en qué contribuye a la libertad o al bienestar de un país que el Estado gaste poco o mucho? ¿Qué tiene de importante que la gente pueda cambiar su plata a la moneda que quiera? Mucha libertad de inversión, ¿no es perjudicial para el país, ya que puede contribuir a una crisis?
Cada una de esas preguntas y muchas otras contienen falacias ampliamente difundidas en la concepción mainstream socioeconómica. Cada respuesta requeriría uno o más artículos para desenmascarar tales falacias. Pero sólo una rápida ojeada por el índice nos hace percatarnos de que ya la realidad misma ha dejado en evidencia esas cuestiones. Para empezar, al remitirnos a informes sobre otros valores (niveles de ingresos, libertades civiles, esperanza de vida, salud, pobreza, etc.), veremos una extraordinaria cantidad de “coincidencias”. Si comparamos a los países más libres con los menos libres, veremos que los primeros tienen mayor PBI per cápita, mayor esperanza de vida, menos pobreza, menos corrupción política, menos trabajo infantil, mejores servicios de salud, mejores índices de educación y mayor crecimiento económico.
Si piensan que esos resultados están sesgados por los recursos, la geografía o la cultura, existen numerosos ejemplos que demuestran lo contrario. Como el de Hong Kong, primer lugar en todos los índices de libertad económica, que a pesar de ser un diminuto islote sin recursos ya contaba para el año 2000 con un PIB per cápita superior al de la misma Gran Bretaña, y mantiene uno de los más elevados niveles de esperanza de vida. O el caso de la península de Corea, dividida en dos naciones desde la guerra que culminó en 1953. Ambas presentan cultura, geografía y recursos naturales similares, y ambas comenzaron su independencia devastadas por la guerra y bajo un Estado totalitario. Sin embargo, a pesar de que Corea del Sur vivió buena parte de su historia bajo un Estado totalitario, y de que pertenece a una geografía a la que muchos think-tanks, como la argentina Cepal, condenaban a la miseria de la “periferia económica”, su historia terminó siendo bien diferente. En cuestión de dos décadas, desde que inició su camino de fuerte estabilidad democrática y mercados abiertos en 1987, Corea del Sur ha saltado de una pobreza atroz a una riqueza espectacular, mezclada con una inusitadamente baja desigualdad de ingresos, dado que su coeficiente GINI se ubica entre los de Canadá, Finlandia, Holanda y Noruega, según la OCDE. Mientras tanto, Corea del Norte eliminó casi toda forma de libertad individual. ¿Resultado? Hoy el promedio de los ingresos de los norcoreanos es menor al 5% de los de su hermana del sur.
Entonces, si ese es el panorama mundial, ¿por qué existe tanta hostilidad hacia el libre mercado? ¿De dónde surge? Muchos de los que defienden con fervor las libertades civiles y políticas desestiman la libertad económica, considerándola irrelevante. Otros la repudian, por considerarla causante de pobreza y desigualdades. Ambos están en un grave error.
Los primeros exponen una desconcertante contradicción; piensan que los derechos a la expresión, al voto o a postularse para cargos públicos son menos importantes que el derecho a tener un emprendimiento de negocios, a comerciar, a disponer libremente de la propiedad privada o, en definitiva, a hacer planes financieros para uno mismo que no agredan a terceros. Piensan que de alguna manera los derechos civiles están plenamente protegidos sin necesidad de defender los económicos. No se dan cuenta de que el derecho a votar, por ejemplo, no le otorga a la gente autonomía sobre sus propias vidas. Incluso en una democracia que no sea vulnerable a la corrupción, al lobby o a la presión de grupos de intereses especiales, cada persona se enfrentaría a una pérdida severa de su libertad. ¿Por qué? Porque es extremadamente improbable que su voto, por sí mismo, pueda cambiar una elección. Cada persona tiene más probabilidades de ganarse la lotería varias veces seguidas que de cambiar el curso de una elección presidencial o legislativa. También es muy improbable, dadas las regulaciones actuales, que pueda postularse para cargos públicos o formar un partido nuevo. Y no tiene ninguna garantía de que su expresión sea escuchada, incluso si participa en una marcha de millones de personas por toda la nación, como en la del 8 de noviembre pasado. Así que, sin el derecho a elegir qué comprar, vender o ahorrar, el derecho a votar, postularnos a cargos públicos o peticionar a las autoridades no nos otorga suficiente autonomía o control sobre nuestras propias vidas.
Los segundos, los que creen que la libertad económica provoca miseria, deben su error a mitos muy difundidos. Probablemente han hecho caso ingenuo de declaraciones que se reiteran en las instituciones educativas o los medios y que pasan como verdades obvias, que no requieren de argumentos o evidencias. Pero si sometemos esas declaraciones al examen crítico (ausente por completo del debate público argentino) veremos que en realidad se cumple lo opuesto de lo que predican: el mejor motor para una redistribución, una desconcentración de la riqueza a escala masiva, es el libre mercado. Los empresarios, en un ambiente en el que deben competir vigorosamente, se ven forzados a mejorar la calidad y a bajar el precio de lo que le ofrecen al consumidor, así como de mejorar los salarios y condiciones laborales de sus trabajadores, para no perder ni clientela ni capital humano ante la competencia. Por el contrario, en una economía ampliamente intervenida, los empresarios más poderosos sólo tienen que influir al poder político para que instaure impuestos, subvenciones, cuotas a la importación, patentes y otras intervenciones que los beneficien a ellos y perjudiquen a sus competidores.