Por: Adam Dubove
Algunas semanas atrás en el marco del anuncio de nuevas restricciones a las compras por Internet, el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, justificaba las medidas argumentando que tenían como objetivo “defender la plata de los argentinos, [y] la industria nacional”. El argumento de que es necesario defender la industria nacional se repite en la boca de los políticos, casi sin importar su procedencia. Peronistas, radicales, socialistas, desarrollistas, socialdemócratas y comunistas comparten este mensaje.
Cada vez que los escucho me alarmo. Si algo necesita ser defendido entiendo que es porque está siendo atacado. Voy corriendo, entonces, a buscar noticias que den cuenta de los ataques. Espero encontrarme con terribles noticias, como bombardeos a complejos industriales, el secuestro de empleados fabriles, o matanzas de industrialistas. Pero nada. No hay señales de algún ataque en curso, o de de la posibilidad de que haya un ataque inminente contra las industrias establecidas en Argentina.
Las agresiones a la industria nacional solo existen en la mente de los proteccionistas. Los proteccionistas presentan la idea de “defender la industria nacional” como una cruzada épica lanzada en nombre de los valores más nobles. En verdad, son simples exponentes de una de las vetas del nacionalismo (una de las ideologías más mezquinas, superficiales y dañinas que han existido), el nacionalismo económico.
Para los nacionalistas un criterio tan circunstancial y fortuito como es el país de origen es suficiente para valorar de forma positiva y virtuosa, o negativa y dañina, a una persona o a un objeto. Defienden países que se encuentran delimitados por líneas imaginarias trazadas y modificadas de forma arbitraria o, en el mejor de los casos, límites establecidos por accidentes de la naturaleza. La influencia extranjera es vista como un elemento contaminante, algo que debe ser evitado a cualquier costo, no como aportes a la cultura universal o al bienestar de los argentinos, sino como intentos de destruir una supuesta “identidad nacional”.
Pero la industria nacional no existe. Es una construcción propia del nacionalismo, que reutiliza el mismo recurso que se emplea para hablar de una “cultura nacional”: la asignación de características colectivas a actividades que son esencialmente llevadas adelante por individuos. No es una nación la que está detrás de las industrias, son empresarios que deciden, según sus propios criterios, embarcarse en actividades que a priori creen que van a generarles ganancias.
Si la defensa de la industria nacional estuviese limitada a la persuasión para comprar productos fabricados en Argentina, no sería una preocupación en absoluto. Cada uno estaría en la posición de decidir si quiere comprar un producto fabricado por su familia, en su barrio, en su provincia, en su país, o aprovechar la riqueza mundial y desconocer cualquier tipo de fronteras a la hora de realizar una compra, o una venta. Lamentablemente, la defensa de la industria nacional siempre está acompañada por medidas que pretenden imponer esta visión.
Para defender la industria nacional se implementa legislación destinada a obstaculizar el intercambio entre dos personas que se encuentran en diferentes países. Desde la perspectiva proteccionista es preferible que dos personas comercien dentro de los límites nacionales a que, digamos, un argentino comercie con alguien en China, Bolivia, India, Ecuador o Alemania. No es ningún ataque el que se pretende evitar. Se busca, proactivamente, restringir la posibilidad de elegir con quien comerciar. Siguiendo el razonamiento nacionalista podríamos decir que con estas políticas lo que se logra es ignorar las “preferencias nacionales” de los argentinos sobre con quién relacionarse comercialmente.
Veamos los efectos que tienen las medidas proteccionistas en el consumidor, el gran factor olvidado. Las devaluaciones son vistas como una herramienta para promover la competitividad de las industrias nacionales, sin embargo se deja de lado que al mismo tiempo constituyen una pérdida inmediata del poder de compra de los asalariados.. La llamada protección de las “industrias incipientes” es concebida como paquetes de medidas temporales para permitir el desarrollo de una industria determinada, pero cuando observamos la historia, estas medidas siempre se convierten en permanentes, y las industrias quedan sin ningún tipo de incentivo a competir en el mercado global. Entonces tienen vía libre para aprovecharse del público cautivo que no tiene otra opción más que comprar industria nacional.
La mitología era un recurso utilizado para explicar los hechos que estaban más allá del entendimiento. La mitología nacionalista pretende explicar procesos que ya somos capaces de comprender, y nos confina a sus propias limitaciones intelectuales y a su miedo a lo desconocido. Nos empobrece como sociedad, empobrece nuestro acceso a la cultura universal, y rebaja nuestra calidad de vida. Despojarse de los prejuicios nacionalistas e ignorar las fronteras nacionales es un paso fundamental para poder consolidar los beneficios que acarrea vivir en una sociedad libre.