En 1837, Juan Bautista Alberdi escribió su primera obra de trascendencia titulada Fragmento Preliminar al Estudio del Derecho. En este trabajo entre otras cosas aborda el tema de la independencia y destaca la diferencia que existe entre la independencia exterior y la independencia interior. Esta distinción, realizada a 21 años del 9 de julio de 1816, contiene ideas que son de plena vigencia. Alberdi sostiene en su escrito que en 1816 se consiguió la independencia del dominio español, pero que quedaba por conseguir algo que era mucho más importante y complejo: la independencia de los gobernantes que se harían cargo de los destinos del país desde ese momento. En otras palabras, se trataba de lograr la libertad individual para los habitantes. Alberdi temía los abusos de poder que sucedían durante el segundo gobierno de Juan Manuel de Rosas (1835-1852), quien lo hacía con la suma del poder público otorgada por la Legislatura de la provincia de Buenos Aires. Por este motivo, en la Constitución de 1853 se estableció en el artículo 29 que todo aquel político que otorgara facultades extraordinarias o suma del poder público sería considerado infame traidor a la patria. Se ve que aquellos que han otorgado facultades extraordinarias (i.e. “decretos de necesidad y urgencia”, “emergencia económica”, etc.) a los detentadores del Poder Ejecutivo en los últimos 15 años han pasado por alto este artículo de la Constitución Nacional.
Por eso creemos que es importante volver sobre Alberdi y la distinción que hace entre la independencia externa, que ya está ampliamente alcanzada, y la independencia interna, que hace casi 200 años estamos tratando de alcanzar. Decía Alberdi en 1837: “Nuestros padres nos dieron una independencia material: a nosotros nos toca la conquista de una forma de civilización propia, la conquista del genio americano. Dos cadenas nos ataban a Europa: una material que tronó; otra inteligente que vive aún. Nuestros padres rompieron la una por la espada; nosotros romperemos la otra por el pensamiento. Esta nueva conquista deberá consumar nuestra emancipación. La espada, pues, en esta parte cumplió su misión. Nuestros padres llenaron la misión más gloriosa que un pueblo tiene que llenar en los días de su vida. Pasó la época homérica, la época heroica de nuestra revolución. El pensamiento es llamado a obrar hoy por el orden necesario de las cosas, si no se quiere hacer de la generación que asoma el pleonasmo de la generación que pasa… Pasó el reinado de la acción, entramos en el del pensamiento. Tendremos héroes, pero saldrán del seno de la filosofía. Una sien de la patria lleva ya los laureles de la guerra; la otra sien pide ahora los laureles del genio. La inteligencia americana quiere también su Bolívar, su San Martín. La filosofía americana, la política americana, el arte americano, la sociabilidad americana son otros tantos mundos que tenemos por conquistar”.
Esta emancipación, que todavía está por lograrse, era producto de la civilización y el progreso. No alcanza solamente con la democracia para considerar a una nación libre y soberana, sino que debe desarrollarse todo el potencial humano basado en la capacidad de emprendimiento individual que tiene cada persona. La independencia interior implica libertad individual en todo los quehaceres de la vida y el goce del producto de esa acción individual. El ser humano tiene múltiples capacidad, necesidades y gustos, de modo que son ellos los que deben decidir independientemente cómo disponer de su persona y sus bienes sin interferencia de terceros. En este sentido Alberdi sostiene que la democracia es una condición necesaria, pero no suficiente: “Nos hicimos independientes, y en seguida demócratas, como si la independencia interior fuese un inmediato resultado de la independencia exterior. No es este el lugar de juzgar esta última faz de nuestra doble revolución, pero podemos decir que con ella intentamos principiar un camino por el fin, porque, en efecto, la democracia es el fin, no el principio de los pueblos”.
Así las cosas, dado que hemos logrado la independencia exterior, debemos procurar de ahora en más la independencia interior. Esta tarea, como está a la vista, es mucho más compleja y costosa. No es algo que se logra de un día para el otro y muchas veces lleva décadas o siglos. Quizás sea el 9 de julio un buen momento para reflexionar sobre todo lo que nos falta por recorrer. Como escribió Alberdi: “La libertad no brota de un sablazo. Es el parto lento de la civilización. La libertad no es la conquista de un día: es uno de los fines de la humanidad, fin que jamás obtendrá sino relativamente; porque cuando se habla de libertad, como de todo elemento humano, se habla de más o menos. Porque la libertad jamás falta a un pueblo de una manera absoluta, y si le faltase absolutamente, perecería, porque la libertad es la vida. No se ha de confundir, pues, lo poco con la nada. De que un pueblo no sea absolutamente libre, no se ha de concluir que es absolutamente esclavo. Por lo mismo, la libertad no es impaciente. Es paciente, porque es inmortal. Es sufrida, porque es invencible”.
En un año electoral como este, debemos sopesar qué nos proponen los distintos candidatos. ¿Quiénes, entre ellos, hablan de libertad individual en los tiempos que corren? No es libertad votar cada dos años para otorgar facultades extraordinarias al gobierno de turno, sea cual fuere su identificación política. La libertad individual se ejerce cada uno de los días de nuestras vidas, ya que, “existe pues un paralelismo fatal entre la libertad y la civilización, o más bien, hay un equilibrio indestructible entre todos los elementos de la civilización, y cuando no marchan todos, no marcha ninguno. El pueblo que quiera ser libre ha de ser industrial, artista, filósofo, creyente, moral. Suprímase uno de estos elementos, se vuelve a la barbarie”, decía Alberdi. La verdadera independencia es pues la independencia interior, es la que se basa en la emancipación íntima de las personas, que de acuerdo con su real saber y entender puedan decidir de qué manera quieren vivir, respetando esa misma libertad en los demás. Para concluir, quizás estas palabras de Alberdi nos puedan dar una mirada optimista en la búsqueda de un mejor porvenir: “La edad de oro de la República Argentina no ha pasado: está adelante; está en la perfección del orden social. Nuestros padres no la han visto; nuestros hijos la alcanzarán un día; a nosotros nos toca abrir la ruta. Alborea en el fondo de la Confederación Argentina, esto es, en la idea de una soberanía nacional que reúna las soberanías provinciales, sin absorberlas, en la unidad panteísta, que ha sido rechazada por las ideas y las bayonetas argentinas”.