Propongo una definición alternativa al concepto de soberanía utilizado en el marco de la exploración y producción petrolera, para que no nos mareemos exageradamente con banderas, empresas y partidos políticos, y pensemos realmente en los intereses nacionales.
Aunque resulte obvio, vale recordar que los hidrocarburos que “habitan” en el subsuelo no conocen de fronteras. Independientemente de quién saque el hidrocarburo (obsesión de los nostálgicos de la definición “convencional” de soberanía), creo que la prioridad hoy es sacarlo lo más eficientemente posible (eje de la definición “no convencional” propuesta), minimizando retrasos e ineficiencias. Este sistema de “trabajo en equipo” entre el sector privado y público funciona en todo el mundo y está lejos de ser una novedad.
Desde el punto de vista de la productividad y volúmenes de producción futuros, el acuerdo entre Chevron e YPF tiene tres dimensiones fundamentales:
Desde el punto de vista de los recursos humanos (know how) y la tecnología, Chevron ya se ha encontrado anteriormente con el desafío de lidiar con recursos no convencionales. Tener esa experiencia al servicio de la industria nacional potenciará el sector. Es verdad que es posible capacitar al personal existente (YPF cuenta con excelentes y experimentados profesionales) y en un entorno de importaciones diferente, traer la tecnología necesaria desde el exterior, pero necesitaríamos de más tiempo. Sólo para mostrar una referencia: Estados Unidos ha estado estudiando este tipo de yacimientos por más de veinte años. Hoy están viendo los frutos del aprendizaje, reflejado en sus curvas de producción récord y un camino directo hacia el autoabastecimiento en los próximos años.
En relación al volumen de la inversión, conviene aclarar que sin la intervención privada es imposible inyectar los recursos necesarios para desarrollar este tipo de yacimientos. Los mil quinientos millones de dólares del acuerdo inicial son una gota de agua en el desierto. Según las estimaciones iniciales, son necesarias inversiones entre veinte y treinta veces mayores al monto inicial para el desarrollo del yacimiento que tenemos entre manos.
La última dimensión a ser analizada es el horizonte temporal del acuerdo. Una señal de que este acuerdo tiene objetivos a largo plazo y no es una mera salida coyuntural es el tiempo de concesión otorgado: treinta y cinco años es un largo e inusual período de tiempo. Las renegociaciones (extensiones de los contratos originales) que se están realizando actualmente suelen ser de diez años adicionales. No olvidemos, sin embargo, que con el tiempo no basta. Actualmente los costos siguen siendo disparatados, recién estamos aprendiendo a maximizar las productividades y el mercado sigue estando fuertemente regulado, castigando la rentabilidad.
En suma, el acuerdo mejora nuestras perspectivas de tener volúmenes de petróleo y gas provenientes de Vaca Muerta en los próximos años. Faltan conocer numerosos renglones de la “letra chica” que pueden modificar el curso de nuestro futuro, pero parece un movimiento en la dirección más productiva.
Queda pendiente, sin embargo, el corto plazo. La energía que consumimos todos los días no proviene de Vaca Muerta en la actualidad. Para que se entienda: en materia energética la situación de nuestro país es alarmante. Por más esfuerzos y éxitos que YPF pueda lograr en el futuro inmediato, solamente representa un tercio del petróleo y un cuarto del gas que producimos como país. El cambio que necesitamos no consiste sólo en tener “la vaca atada”.