El invierno ha pasado y disfrutamos de una cambiante primavera. La estufa o el acondicionador de aire dejaron de ser nuestros “electrodomésticos” preferidos. Durante esta época del año las interrupciones energéticas se toman un recreo, pero la herida sigue abierta y parece imposible atarla con alambres. La necesaria y “provisoria” solución de la importación de gas mantiene (por ahora) el país andando.
Los cortes en el suministro ante los picos de demanda son solamente la punta del iceberg, un poco de sangre proveniente de un daño profundo. La relación entre demanda y temperatura es directa, razonable y predecible. Teniendo en cuenta que el 60% de nuestra matriz energética está asociada al gas natural, este recurso termina siendo el villano de esta historia y el culpable de nuestra “escasez energética”.
El sector industrial, la red de GNC, las centrales eléctricas y los hogares se disputan la oferta de gas existente. La prioridad está marcada por el consumo domiciliario, principal afectado por las temperaturas extremas (tanto sea calor como frío). Los restantes mercados reducen sus consumos para mantener a los hogares satisfechos y las industrias suelen ser las principales afectadas.
Durante los últimos tiempos hubo una fuerte transición en materia gasífera. En las épocas de las “vacas gordas” gozábamos del autoabastecimiento, existía la entrada de divisas por la exportación de gas a Chile y hasta nos hemos dado el lujo de ser pioneros en utilizar el GNC (gas natural comprimido) en el transporte automotor. Resulta interesante que la incorporación del gas a los automóviles se está dando actualmente en Estados Unidos ante la excedencia del gas natural, producto del desarrollo de reservas no convencionales.
En la actual época de las “vacas muertas” las cosas han cambiado. Incorporamos gas al sistema a partir de tres fuentes: nuestros queridos yacimientos (las principales cuencas que aportan gas son la neuquina y la austral), también importamos gas boliviano a partir del gasoducto internacional, e inyectamos “del mundo” (el principal proveedor es Trinidad y Tobago) gas natural licuado a través de plantas regasificadoras.
El gas, a diferencia del petróleo, no es un commodity. Las variaciones en su composición, cercanía al mercado y capacidad de transporte hacen dificultosa la definición de precios mundiales de referencia como en el caso de los otros hidrocarburos. Este efecto se ha reducido a partir de la tecnología del gas natural licuado (GNL) que incorpora bajísimas temperaturas y altas presiones para posibilitar el transporte de metano en estado líquido.
Entendida esta diferencia con el petróleo, los precios de los “distintos” gases que consumimos son muy variables dependiendo de su procedencia. El productor de gas que se encuentra en Tierra del Fuego recibe un precio aproximado de gas de 1 U$S/MMBTU (unidad de energía por la cual se comercializa el gas); si tuviésemos pozos gasíferos en Neuquén podríamos acceder a precios entre 2 y 4 U$S/MMBTU (hay planes de incentivo que permiten vender en torno a los 6 U$S/MMBTU) pero el gas que importamos de Bolivia asciende a 8 y 10 U$S /MMBTU. Aunque sea difícil de creer, el gas que traemos desde Trinidad y Tobago en forma de GNL cuesta entre 14 y 16 U$S/MMBTU. La brecha entre los distintos precios explica los montos adicionales en las facturas de gas en los últimos tiempos. También permite entender los enormes volúmenes de dólares que son necesarios a nivel país para importar gas (o energía).
Sumado a esta situación de precios, nuestra producción suele declinar en torno al 6% anual y solamente contamos con 8 años de reservas si mantenemos los niveles actuales de consumo. Si pensamos en Vaca Muerta como nuestra salvación, acordémonos que los efectos de ese desarrollo se verán en los próximos 5-10 años, no antes. Brasil también consume gas boliviano y tiene prioridad para su importación. Las reservas de gas de Bolivia son significativas, pero no eternas.
Situación delicada y compleja si las hay. Cada día que pasa y no damos en la tecla con los incentivos que necesita el país para la producción de gas, se materializa en importaciones a precios desorbitados y menores volúmenes en nuestros gasoductos. Analizaremos los planes de estímulos en próximas entregas, pero es difícil discutir que tanto los planes de “Gas Plus” o el último “Programa de Estímulo a la Inyección Excedente de Gas Natural” (aquel que planteaba un precio interno de 7,5 U$S/MMBTU) no han tenido los efectos deseados.
Tenemos gas en nuestro subsuelo, hoy la creatividad que necesitamos debe estar focalizada en la superficie, de la boca del pozo para arriba. Sobre todo en los reservorios convencionales, las limitaciones para la producción son económicas, no técnicas. Cambiar el “clima” de los negocios energéticos en Argentina es posible. Proveer condiciones para la rentabilidad y requerir crecimiento serán condiciones necesarias para las próximas primaveras.