En medio de los primeros coletazos dados por la devaluación del peso, la cual cobró alta velocidad la pasada semana, la presidente Cristina Fernández decidió partir antes hacia la II reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) que se realizó en La Habana, Cuba. Allí compartió un almuerzo con el dictador cubano Fidel Castro, reconvertido ahora también en objeto de museo viviente con el cual muchos desean tomarse una foto. Emocionada por ese encuentro y por poder cumplir con todos los pedidos de fotos autografiadas que le hicieron antes de su partida desde Buenos Aires, la presidente decidió comunicarse por la red social twitter para explicar las sensaciones que le provocó ese encuentro, entre las cuales explicó haber pasado un “domingo memorable” con Fidel.
Le guste o no a Cristina, la mayoría de los argentinos ya no están encandilados con el anciano líder cubano y mucho menos esperan de él consejos en materia política y económica. Es nocivo usar el gobierno para regodeo personal cuando millones de argentinos ven deteriorarse su salario día tras día y mientras se deja al frente de la lucha antiinflacionaria a un equipo económico que tiene evidentes contradicciones y una marcada confusión respecto a la situación imperante. Tampoco ayudan a la calma los delirantes discursos donde los funcionarios explican la actual crisis económica por la intención de espurios intereses que vienen en busca del petróleo y las reservas de agua o cuando la propia Presidente insiste con su teoría de la complicidad de bancos y grupos económicos de importadores y exportadores que conspiran contra el gobierno nacional y popular para obtener algún objetivo político y económico no declarado.
Como corolario de su participación en la cumbre de la Celac, el título de uno de los principales diarios argentinos fue que “Cristina buscó en Cuba apoyo regional ante la suba del dólar”. Incluso en el contexto de una cumbre donde los países más enemistados con los valores democráticos, como Cuba y Venezuela, tienen una presencia fuerte, el gobierno nacional no pudo incluir en el documento final la mención a las “maniobras especulativas” que siempre denuncia ni a la reiterada “desestabilización por intereses económicos” que los miembros del gabinete y la propia presidente flamean cual bandera exculpatoria. Cristina Kirchner también se refirió a una reunión con Dilma donde se habló de “las presiones especulativas sobre los tipos de cambio de los países emergentes”, pero esta afirmación no pudo ser corroborada desde el lado brasileño. En rigor de verdad, los únicos países latinoamericanos que sufren esta situación son Venezuela y Argentina pero está claro que optar por generalizar, como lo hace la presidente, alivia el peso de los groseros errores cometidos.
Estamos ante una presidente que es rehén de dogmas ideológicos que le impiden resolver los problemas de la forma más conveniente para los que habitamos el país. La situación ya ha llamado la atención fuera de nuestras fronteras y los diarios más prestigiosos del mundo lo señalan en sus editoriales. Por cada dicho u acción de la Presidente que va en sentido contrario a la generación de confianza es mayor el tiempo que demandará recuperarla, tanto aquí como en el exterior, ambos componentes necesarios cuando el gobierno busca afanosamente hacerse de la moneda que funciona como referente para las economías del mundo y que, como siempre repite la presidente, no se “imprime” en el país.
El reconocido sociólogo Max Webber hizo una categorización del accionar político entre dos polos que se atraen y se repelen a la vez: la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Las funciones de gobierno requieren de ambas cualidades y en tiempos de crisis sin dudas es la responsabilidad la que debe estar a la cabeza. En el caso argentino, hubiera sido ampliamente más fructífera una visita al foro de Davos por parte de la presidente que su extensa visita a la isla del Caribe. A la luz de su almuerzo con Fidel, ni siquiera corresponde asimilar el comportamiento de la presidente a una ética de la convicción sino, más bien, si tal cosa existiera, a una ética del capricho.
No termina de entenderse cuál es la lógica que subyace en pelearse con todos aquellos sectores a los cuales se necesita. Está claro que el reto a los exportadores para que liquiden sus divisas tiene un resultado contraproducente; lo que deberían intentar es darles certeza de estabilidad monetaria y buenos precios (menores retenciones) para que quieran ingresar sus dólares al mercado. Un gesto de distensión hacia los agentes económicos (todos lo somos en mayor o menor grado) es infinitamente más útil que reunirse con todos y cada uno de los sectores de la economía para analizar sus “cadenas de valor” en busca de acuerdos que, está sobradamente probado, no funcionan aquí ni en ninguna parte del mundo.
Es realmente complicado pedirle a un gobierno que acostumbra a ser sumamente hostil con todo aquel que no se rinda a sus pies que tenga gestos de distensión para con los políticos de la oposición y con todos los sectores a los cuales se ha enfrentado durante la “década ganada”. Tal vez pueda ser leído como un gesto de debilidad pero la imposibilidad de la presidente de ser reelecta puede ser una oportunidad para encarar un diálogo sincero con los referentes de una oposición que lo que más desea es recibir en 2015 la conducción de un país que no esté sumergido en el caos. Para esto ni siquiera debería esperarse una actitud altruista de su parte sino más bien una combinación de cálculo egoísta, en pos de culminar con la mejor imagen posible su presidencia, y una toma de conciencia acerca de la responsabilidad que como gobernante tiene sobre la vida de millones de personas.