La presidente Cristina Fernández de Kirchner presentó en acto público el pasado 5 de junio el Sistema Federal de Medición de Audiencias (Sifema) para presentarle batalla a las herramientas privadas, entre las cuales se encuentra la que realiza la multinacional de origen brasileño Ibope. Como sucede cada vez más a menudo, la presidente explicó la creación del índice tomando un dato absolutamente trivial e irrelevante: “A mí nunca me llamaron para saber qué estaba mirando”, sostuvo. Promocionado por el gobierno como un sistema de medición de audiencia transparente, federal, popular, participativo y con la mejor tecnología, goza sin dudas del vicio de origen que motiva su creación: la falta de público que tienen los medios de comunicación afines.
Al parecer, ya no le alcanza con haber creado un gigantesco grupo de medios “cercanos”, entre los cuales podemos mencionar como los más importantes al Grupo Veintitrés, el Grupo Olmos, el Grupo Ámbito, el Grupo Moneta-Garfunkel, el Grupo Indalo de Cristóbal López, los medios de Universidades y del Tercer Sector, el Grupo Electroingeniería, el Grupo Albavisión, las naves insignias de Diego Gvirtz (678, DDD y TVR) y los medios de propiedad del Estado que durante el kirchnerismo se han transformado más que nunca en organismos de propaganda facciosa con poca información útil para el ciudadano. Lastimosamente para el gobierno, las radios afines no se escuchan, los diarios amigos no se leen y los programas de TV partidarios se saltean, por lo cual el siguiente paso consiste en reemplazar a quien pone en evidencia estos resultados. Llama la atención que no se haya propuesto aún un nuevo organismo para certificar la tirada de diarios y revistas; y hasta quizá debiéramos agradecer que no se les ha ocurrido algún mecanismo para obligarnos a consumir sus medios, aunque hay que tener en cuenta que el programa Fútbol para Todos va, de una manera algo más sutil, en esa dirección.
Este anuncio lo hace la titular de un gobierno que fraguó las estadísticas oficiales en pos de acomodarlas al relato. Desde el comienzo de su primer mandato, los números que todos los gobiernos argentinos desde comienzos de la década del 70` dan a conocer a través de su Instituto de Estadísticas y Censos (INDEC) fueron perdiendo credibilidad y sustento metodológico hasta transformarse en una herramienta de propaganda tan escandalosa que se volvió irrelevante. En un vano intento por diferenciarse de éste y tratar de convencer acerca de la objetividad que va a tener la nueva medición, Cristina Kirchner puso en manos de un grupo de universidades (todas ellas de conducción afín al gobierno) la ejecución de la misma. Valga en tal caso como antecedente que cuando las facultades a las que el gobierno dio participación para monitorear las estadísticas del INDEC expusieron sus críticas, fueron rápidamente desafectadas del control. Si los índices de inflación, pobreza y desocupación sucumbieron ante la intervención del ex secretario de Comercio Guillermo Moreno (bajo la orden directa y concreta del ex presidente Néstor Kircher), ¿cómo no van a ser “maleables” los datos del rating radial y televisivo?
¿Cómo creer en el interés por la transparencia de un gobierno que se ha negado sistemáticamente a tratar, sancionar y promulgar (incluso haciendo perder a fines de 2012 estado parlamentario a un proyecto de ley que tenía media sanción del Senado de la Nación desde dos años antes) una ley de acceso a la información pública precisa, detallada y moderna que hasta fue pedida a través de un fallo de la Corte Suprema por un reclamo formulado por el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC) en marzo de este año?
En el anuncio, la presidente también hizo alusión a la misión asumida de darles a los anunciantes una herramienta para no ser engañados. Concretamente dijo que con este sistema “los empresarios saben dónde ponen la plata y si los están estafando o no”. Quien formula una definición de estas características tiene sin dudas una visión exageradamente optimista acerca de las capacidades del sector estatal y un desdén absoluto por la aptitud existente en el sector privado. Quizá le falte algo de conocimiento, o se niega a comprender que las personas ponemos mucho mayor énfasis en cuidar lo propio que lo ajeno y este comportamiento también incluye a los anunciantes.
Ante los antecedentes expuestos, que nos hacen desconfiar del sistema recién lanzado, sería oportuno decirle a la Presidente que no la ayuda a incrementar la credibilidad de un anuncio poner a su lado al único vicepresidente de la historia argentina que fue llamado a indagatoria y que seguramente será procesado en los próximos días, que tiene más de 70% de imagen negativa y que ante cada intervención en medios de comunicación donde preguntan de verdad pasa zozobras y brinda respuestas inverosímiles.
La propaladora oficial de medios funciona actualmente en formato de retroalimentación exclusivamente. Ya no tiene la posibilidad de captar a televidentes que conserven algo de independencia y espíritu crítico y por lo tanto ha adoptado una dinámica de arenga entre convencidos y “enchufados” (en términos venezolanos). Lo que en un principio podía verse como una voz diferente a la que transmitían los medios críticos al gobierno, a fuerza de fabulaciones, propaganda desembozada y mentiras recurrentes, ha dejado de prestar también ese servicio. Si hacemos una analogía con el juego del poker, donde la simulación y el engaño son parte de una estrategia posible, podríamos decir que ante la puesta en evidencia de la mentira permanente, el intento por resultar creíble termina siendo absolutamente inconducente.