El populismo padece una inconsistencia en su origen que se ha repetido a lo largo del siglo XX en numerosas oportunidades. Las dos experiencias actuales más emparentadas con esta corriente política parecen estar representadas por los gobiernos de Venezuela y Argentina. Podemos exceptuar de esta calificación a países como Ecuador y Bolivia porque a pesar de tener gobiernos con tinte autoritario y discurso populista han tomado algunas medidas inteligentes para no ponerse en la situación extrema en la que tanto el régimen de Maduro como el de Cristina Fernández de Krichner se encuentran. De hecho, los gobiernos de Rafael Correa y de Evo Morales tienen pleno acceso a parte del abundante crédito que hay disponible en los mercados internacionales (los que Argentina tiene vedados) y a tasas bajísimas. También dejamos de lado a la isla de Cuba en la cual los hermanos Castro han dedicado sus vidas a desarrollar un régimen totalitario con incontable cantidad de problemas barridos bajo la alfombra de la represión y el exilio al que somete a su propio pueblo.
Centrándonos en el caso particular de nuestro país, vemos que la recesión económica ya se traduce en números que el propio INDEC convalida tímidamente y que las principales consultoras privadas estiman en alrededor de un 4% de contracción de un año a esta parte. Lo que descoloca al gobierno es que su receta más usada –la de arrojar pesos a la calle bajo distintas formas- tiene ahora el efecto dramático de una inflación desbordada. Recursos frescos como los fondos de los jubilados ya han sido utilizados en una importante variedad de programas impulsados desde el ejecutivo nacional. La gente escapa a la tenencia de pesos de todas las formas en las que su propia situación personal se lo permite y eso parece imposible que tenga vuelta atrás mientras sea Cristina Kirchner quien se encuentre en el sillón de Rivadavia.
La producción de autos, otro de los pilares en los cuales se basó este autodenominado “modelo de acumulación de matriz diversificada con inclusión social”, sufrió en la comparación interanual una baja de más del 30%. En ese contexto, lo que pueda o no reactivar el extendido plan Pro.Cre.Auto es un simple paliativo. Las automotrices, a las que la presidente acusó de “encanutar” los vehículos, tienen dificultades para acceder a los dólares y ver aprobadas las Declaraciones Juradas Anticipadas de Importación (DJAI) que les permiten comprar los insumos para poder continuar con su línea de producción. Por si esto fuera poco, la inflación fue agregando cada vez más modelos de autos a los cuales alcanzó el impuesto interno que el Congreso Nacional aprobó en el mes de diciembre pasado. Todo este explosivo combo se tradujo lógicamente en la suspensión de trabajadores en las plantas, el cierre de concesionarios y la eliminación de sucursales o la fusión de las mismas tanto de autos usados como de 0 K.M.
En el agitado mercado cambiario, el gobierno, en la voz ya cansada de su jefe de gabinete Jorge Capitanich, promete combatir a los “arbolitos” que venden el “dólar ilegal” pero sabe al mismo tiempo que cuanto más se restrinja ese mercado más va a ser la brecha cambiaria, que hoy ya supera el 85%. Dólar oficial, dólar ahorro, dólar tarjeta, dólar blue, contado con liquidación son variantes que muestran a las claras un mercado cambiario enfermo.
El enfrentamiento que el gobierno mantiene desde el 2008 con el campo, principal proveedor de divisas, también parece haberlo acorralado en su propio cerco. Las restricciones que siempre sufrieron los exportadores, en retenciones o prohibiciones según el caso, con el objetivo de engrosar las arcas del estado o bien para “cuidar la mesa de los argentinos” tuvieron la consecuente pérdida de mercados internacionales para los cuales el sector estaba altamente capacitado para abastecer. El caso de la carne es dramático. La caída de precios en las exportaciones agrícolas también afectó tanto al sector exportador como al propio gobierno. Las expectativas de devaluación que genera la brecha cambiaria atentan contra la liquidación de divisas por parte del sector y la historia económica demuestra largamente que cualquier intento por hacer coercitivo lo que debe ser voluntario repercute negativamente de una forma o de otra pero siempre más temprano que tarde.
En este explosivo combo, la Presidente decide utilizar sus discursos en los organismos internacionales para denostar a la justicia y al gobierno del país que imprime la moneda que los argentinos demandan. Los discursos mayormente no solucionan ni crean los problemas, pero sería bueno que no tiendan a agravarlos. Como suelen decirle a los flojos arqueros de fútbol, “no te pido que las atajes pero al menos no metas las que van afuera”. La presidente utilizó sus recientes alocuciones, tanto en la Asamblea General como en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, para dejar constancia de sus posturas. “No sólo son terroristas los que ponen bombas, sino también son terroristas económicos los que desestabilizan la economía de los países y provocan hambre, miseria y pobreza” dijo ante la Asamblea. Quiso abarcar aquí una crítica tripartita, a los fondos buitre, al juez Thomas Griesa (y toda la justicia norteamericana) y al gobierno de los Estados Unidos por generar en nuestro país consecuencias que según los últimos datos del Indec no tenemos (5% de pobreza señala la última medición disponible, un nivel comparable al de Suiza).
Ante tales acusaciones, el gobierno de los Estados Unidos responde simplemente que Argentina no es en estos momentos un país relevante para su agenda mientras que reconoce que la relación entre ambos atraviesa un período de distanciamiento. La indiferencia es seguramente la reacción que menos esperaba la presidente y hay que reconocer que había hecho bastante para evitarla criticando, entre otras cosas, la política exterior de la Casa Blanca. Cristina Kirchner se fue convirtiendo por sus intervenciones en Naciones Unidas en un personaje casi pintoresco, tal como lo fuera su fallecido amigo Hugo Chávez, y esto no es algo muy valorado en el contexto diplomático.
Durante años el discurso del kirchnerismo ha sido la exaltación de las políticas activas que, según ellos, fomentaron el crecimiento del país. A esta altura cabe preguntarse si todas esas políticas fueron la solución o simplemente una herramienta de propaganda que terminó desperdiciando un contexto que se mostró durante casi una década ampliamente favorable a las exportaciones argentinas y que le permitió al Gobierno contar con una abundante caja para realizar gastos de corto plazo sin ninguna intención de proyectar al país en un desarrollo a largo plazo. La respuesta, al menos para mí, resulta bastante obvia.