Hace unos días, Daniel Scioli presentó en el barrio de Abasto su libro autobiográfico Mil imágenes, testimonios, un hombre, un sueño: La Gran Argentina, y lo hizo rodeado de familiares, dirigentes políticos, empresarios y gente de los medios de comunicación y la farándula. Auditorio ecléctico y variopinto que hizo honor a su idea de nunca confrontar. Como no podía ser de otra manera, es un libro basado en las imágenes de su vida como deportista y como político; el único texto lo conforman los epígrafes de las fotografías.
Si bien podría ser considerado como un típico dirigente justicialista capaz de adaptarse mágicamente a cada circunstancia política para permanecer en el poder, a Scioli lo distingue una formidable capacidad para conservar lazos con los distintos sectores del peronismo que supieron cobijarlo. Llegó a su primer cargo político en el año 97` como diputado nacional de la mano del ex presidente Carlos Menem (del cual fue un acérrimo defensor). Exceptuando el breve interregno de gestión de Fernando De La Rúa, el ex motonauta revistió siempre en las filas del oficialismo. Fue Secretario de Turismo y Deporte durante el gobierno de Eduardo Duhalde y luego invitado a conformar la fórmula presidencial con Néstor Kirchner, que se alzó con la primera magistratura en el 2003; en el 2007 emigró a la provincia de Buenos Aires para ser electo gobernador de la provincia más importante del país, cargo que conserva hasta el día de hoy. Resulta difícil, hasta para sus propios colaboradores, asignarle logros relevantes en la gestión de la cosa pública o ideas políticas transformadoras; sus mayores virtudes son la prudencia y la constancia.
Si repetimos, como muchos lo hacen, que hubo y hay en todos los períodos históricos del partido, un peronismo de derecha, uno de centro y otro de izquierda (por tomar solamente grandes categorías), deberíamos definir como peronismo “de nada” el que ejerce Daniel Scioli. Sin definiciones concretas en casi ningún tema, el gobernador ha logrado moverse y subsistir en las difíciles aguas de la política argentina con una fórmula que combina apariencia de honestidad, propensión al diálogo y empatía con los gobernados. Donde hay un problema el gobernador está, aunque generalmente no lo resuelva.
De escasas habilidades discursivas, se le hizo muy difícil disimular la incomodidad a la que lo sometió Néstor Kirchner en las elecciones del 2009 cuando lo sumó a su plan de candidaturas testimoniales. Si habitualmente no es de brindar definiciones importantes en las entrevistas que otorga, escucharlo durante aquellos tiempos de campaña fue realmente una afrenta a ese género periodístico.
Un reciente comentario suyo acerca del cepo al dólar deja ver la dimensión política del gobernador. Según su análisis, “esta situación {del mercado cambiario} se va a ir ampliando y normalizando cada vez más”. En una muestra bastante acabada de su credo, Scioli transmite que las cosas en política suceden sin que se tomen decisiones. Por eso le resulta natural haber sido un convencido defensor de “la modernización” del menemismo como de la “transformación” del kirchnerismo. En eso consiste su idea de gobernar: transitar el camino de la política sin hacer demasiadas olas. Dueño de una particular visión determinista, parece siempre propenso a continuar el curso de la historia, haciendo su máximo esfuerzo para lograr que éste no se modifique.
Descartado inicialmente por el kirchnerismo como candidato propio, cada vez es visto con mayor cariño por los miembros de un partido al que le cuesta estar alejado del poder. Siendo su principal (¿y única?) oportunidad de continuar gobernando, las dudas que genera en los sectores más ideologizados del Frente para la Victoria están siendo barridas debajo del gran manto naranja. Convencidos como están de la garantía de impunidad que tácitamente ofrece para los numerosos funcionarios del gobierno acusados de corrupción, la apuesta pasa por poder condicionar su futuro gobierno y así marcarle la cancha. Saben fehacientemente en el kirchnerismo que Scioli es un político leal, pero también saben que tiene una natural tendencia a acompañar el curso de la historia y pretenden asegurar que ésta no se les vuelva en contra.
Consultar con intendentes opositores –y también con aliados en off the record- es garantía de escuchar sobre su falta de gestión y capacidad organizativa. Luego de 7 años de gobierno en una provincia tan importante, no hay encuesta donde resalte alguna política pública eficiente llevada adelante por su gobierno. Su caso nos acerca la paradoja de una buena imagen personal acompañada de una deficiente performance de gobierno.
Capaz de ser elegido tanto por quienes quieren la continuidad de la presidente como por quienes quieren el cambio, el gobernador Daniel Scioli sería, según la jerga utilizada y propalada en la Universidad de Oxford, un “hombre gris”. Un dirigente que no resalta por sus capacidades intelectuales y políticas pero que transita los distintos cargos que le toca ocupar sin granjearse enemigos. Habiéndose hecho fuerte en base a paciencia y perseverancia, ¿será este el momento adecuado para uno de los pocos políticos que no busca la trascendencia, al menos en ninguna de las formas conocidas?