Solo hay una declaración que podría haber generado mayor revuelo en los medios de comunicación y en lo que él mismo denominó oportunamente como “círculo rojo” que las que efectuó inmediatamente después de confirmado el apretado triunfo de Horacio Rodríguez Larreta -su delfín- sobre Martín Lousteau, que le permitió al PRO retener la ciudad de Buenos Aires: haber dicho exactamente lo contrario. Hay que imaginar por un segundo qué hubiera pasado si Mauricio Macri se paraba frente a sus militantes y a los cientos de miles que en ese momento lo miraban por televisión (y medios alternativos) y les decía que iba a reprivatizar Aerolíneas Argentinas e YPF y que la asignación universal por hijo pasaría a la historia si él fuera electo presidente. El temor al cambio, algo innato en el ser humano, está en su máximo esplendor en esta campaña.
Ciertamente, el jefe de Gobierno y precandidato a presidente de Cambiemos optó por acercarse a la postura massista del cambio justo que, en el caso del exintendente de Tigre -quien perteneció al espacio kirchnerista durante 7 años-, suena más bien a la búsqueda de cambiar de manos el poder. Es cierto que el PRO en su bloque de diputados se ha opuesto tanto a la reestatización de Aerolíneas Argentinas e YPF como a la de las jubilaciones y las pensiones, pero también es cierto que cuando lo hicieron se fundamentaron más en razones y procesos que en principios. En este sentido y con prudencia política, el discurso del líder de PRO apuntó a desmontar aquello de que la Argentina se mueve por olas, de estatistas a privatistas y viceversa. Sin embargo, era esperable que desde el oficialismo se use el argumento de falsedad e hipocresía para atacar al líder opositor con más chances de arrebatarle el poder al Frente para la Victoria.
Las explicaciones para este supuesto viraje ideológico fueron desde que no se puede estar permanentemente cambiando las reglas de juego en empresas emblemáticas para el país hasta las más temerarias, que, como argumentó Rodríguez Larreta, hacen hincapié en la sabiduría que implica no quedarse pegado a ideas y conceptos sostenidos tiempo atrás, aceptando así una equivocación. Esta última explicación encierra el peligro de aceptar implícitamente que la situación actual es la ideal, cuando en realidad los problemas se escabullen debajo de la alfombra. La aerolínea de bandera pierde a razón de 1 millón de dólares por día, YPF está lejos de acercarse al autoabastecimiento que supo tener en otras épocas y la Anses, con el dinero de todos nosotros dentro, resulta una caja boba y sin control, a disposición de todos los programas que la Presidente decida lanzar.
Siendo sometido a una permanente indagación desde aquel discurso, Mauricio Macri también se inclinó por un argumento de riesgo: la comparación de eficiencia entre el Estado nacional y el Estado autónomo. Si bien resulta bastante evidente que el Gobierno de la ciudad le saca varios cuerpos de ventaja en cuanto a tiempo y formas de trabajos comprometidos de gestión, también es cierto que la propuesta debería ser más sólida que la mera apuesta a la buena labor de los funcionarios de turno. Algunas dignas explicaciones ha dado Macri en el pasado, pero no se ha animado, al menos hasta ahora, a volver sobre ellas. Podría explayarse acerca de la posibilidad de avanzar sobre una política aerocomercial de cielos abiertos que permita mayor competencia entre las aerolíneas en beneficio de los pasajeros. En el ámbito petrolero, la búsqueda de acuerdos público-privados (con innumerables ejemplos exitosos alrededor del mundo), basados en la transparencia, podría ser un camino a desarrollar que mantenga alejada a la compañía del voluntarismo de los gobernantes. También debe hacerse hincapié en la necesidad de establecer reglas que impidan el uso discrecional por parte del Estado de las cajas jubilatorias, tomando de ejemplo incluso algunas de las limitaciones y los controles que la Superintendencia de Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones (AFJP) ejercía sobre las empresas y sus inversiones.
Se le suele pedir a los candidatos que presenten propuestas de gobierno concretas y sólidas durante las campañas, aunque poco se hace por intentar analizar qué porcentaje de la sociedad está dispuesta a escuchar y tratar de entender esas propuestas. Las campañas y los electores no suelen admitir los detalles. Por otro parte, ¿cuál es el tiempo y el espacio que los candidatos tienen para que el público masivo se entere en detalle de sus propuestas? En ese sentido, es grande la ventaja de la Presidente, que dispone, en clara violación de la Constitución Nacional, de la cadena nacional para insistir sobre el autoelogio, apoyar a sus candidatos y denostar a sus rivales.
Quien también corre con ventaja en esta situación de estabilidad en la crisis es el candidato del Frente para la Victoria, que, fiel a su estilo, se conforma con afirmar que va a seguir trabajando por “mejorar lo que se ha hecho” y “solucionar los problemas”. El inicio oficial de la campaña para las PASO del 9 de agosto le permitió al gobernador ser muy concreto en demostrar que la fuerza de la voluntad todo lo puede (después de todo si logró sobreponerse a un accidente motonáutico) y poner al aire un spot con un fragmento que sostiene que “vamos por una casa más grande”.
El kirchnerismo ha invertido mucho tiempo, dinero y esfuerzo en la construcción de un relato mucho más exitoso de lo que es la realidad en sí misma. De esta forma ha logrado también encorsetar el debate político de esta campaña a los temas donde ellos se sienten más fuertes. Para lograr esto ha contado con el invalorable sustento que le dio la crisis de 2001-2002, que caló fuerte en los corazones y los bolsillos de los argentinos y convirtió a aquellos tristes años en el verdadero mito fundacional de esta etapa que está llegando a su fin, al menos en los términos que hasta ahora se han planteado, y que tal vez en un futuro se conozca como kirchnerato.