Que el gobernador Daniel Scioli haya viajado en plena inundación del territorio que gobierna no es lo grave (de hecho, como bien dice su jefe de gabinete Alberto Pérez, el ex motonauta suele estar presente donde hay problemas), pero que lleve casi 8 años de gobierno y no haya solucionado ninguno de los problemas estructurales de la provincia de Buenos Aires, sí lo es.
Lo primero que se le dice a quien cursa alguna materia de economía en cualquier carrera terciaria o universitaria es que los recursos son escasos, por lo que la asignación y prioridad en el uso de los mismos marca la impronta del gobierno. Es relevante también la organización y planificación de las obras que se prometen realizar, como también la eficacia y eficiencia con la que se desarrollan. Es cierto, como aclaran en el gobierno provincial, que los recursos hídricos que necesitan cauce en la ciudad de Buenos Aires son muchos menos que sus “pares” de la provincia, pero de lo que puede sacar chapa el gobierno porteño es que, habiendo explicado desde un principio que hasta que no se terminaran las obras en los arroyos Vega y Maldonado, la ciudad iba a seguir sufriendo con las tormentas, finalmente las obras se terminaron o marchan en los tiempos estipulados y la ciudad resiste con mayor solvencia los temporales que la azotan.
La correcta asignación de prioridades debería ser uno de los objetivos principales del próximo gobierno, tanto a nivel nacional como provincial. Los ejemplos de mala distribución de los recursos nacionales son muchos y variados y van desde el dinero utilizado en Fútbol para Todos hasta la fortuna destinada a Tecnópolis. El gobierno de la provincia de Buenos Aires no está exento de ello y su mayor déficit está en que sus erogaciones están concentradas en gastos corrientes y no en las imprescindibles inversiones de infraestructura, además de la frecuente sub ejecución de presupuestos asignados, entre los cuales está también el de las obras para el control de inundaciones. Este programa, aprobado en 2011, fue subejecutado en 2012, 2013, 2014 y lleva la misma tendencia para este año.
El entendimiento logrado entre sciolistas y kirchneristas para retener el poder –a través del cual el gobernador negoció ser el candidato del espacio a cambio de dejar todo el resto del aparato político y de poder en manos de Cristina Kirchner- está mostrando anticipos de una ingeniería temeraria. Las inundaciones impulsaron a los funcionarios provinciales a respaldar rápidamente al gobernador ausente, mientras que en el gobierno nacional apuraron medidas paliativas, que aprovecharon también para diferenciarlas de esa ausencia. La paradoja llega hasta el punto de que el jefe de gabinete y candidato a sucederlo en el cargo, Aníbal Fernández, se desentendió de la actividad del actual gobernador en su viaje al exterior y hasta se pavoneó de su falta de comunicación con él.
Hay un cierto consenso entre intendentes de la provincia de Buenos Aires –sin importar la filiación política- acerca de la deficitaria gestión de Scioli en numerosos aspectos. Los opositores lo expresan a viva voz y los que abrevan en el oficialismo suelen hacerlo en privado. La gravedad de los hechos recientes hizo que se flexibilizaran algunas barreras y que jefes distritales del Frente para la Victoria afectados por las inundaciones -como es el caso de Francisco Durañona, intendente de San Antonio de Areco- criticaran abiertamente a Scioli por lo inoportuno de su viaje, aprovechando también para diferenciarlo del estado nacional.
En medio de una campaña política que apenas se ha tomado un respiro, y en el transcurrir de una crisis de infraestructura que se exterioriza en el problema de las inundaciones pero que se extiende a muchos otros aspectos que son centrales para la vida de los ciudadanos, aparecen los primeros chispazos de una relación que, en caso de que Scioli sea electo presidente, será tirante. No se trata, al menos en mi caso, de poner al gobernador por fuera de una corriente política de la que ha sido actor central desde sus inicios, pero sí es oportuno hacer notar que la lapicera por la que todo presidente exterioriza sus políticas estará en su caso supeditada a un poder minuciosamente construido por la familia Kirchner que ha impuesto su dominio en las listas municipales, provinciales y nacionales que acompañan al gobernador en el sueño que lo desvela desde hace años. Daniel Scioli tiene muy claro su objetivo (qué) pero no ha puesto demasiado tiempo en analizar el cómo, el por qué y el para qué, en una falta de planificación que, al igual que sucede con el tema de las inundaciones, tiene pensado “resolver” en el ejercicio de su cargo.