Por: Alfredo Atanasof
La mayor parte de los sondeos de intención de voto que trascienden a la opinión pública –tanto encargados por el oficialismo, como por sectores de la oposición, o bien realizados por otras instituciones- coinciden, con matices, en asegurar que al kirchnerismo le resulta esquivo el voto de la amplia clase media y, dentro de ella, de las franjas alta, media-media y baja.
Analizar la evolución de esos sectores medios resulta vital a la hora de comprender, entre otras cuestiones, su comportamiento en las preferencias pre electorales. Y, en quienes quieren detectar las predilecciones de los sectores que buscan un cambio político, para comprender el fenómeno social latente.
Según el INDEC y el ministerio de Economía, entre los años 2003 y el 2013, el 30% de la población de menor nivel de ingreso aumentó del 11% al 16% su parte en la distribución del ingreso. Eso explica por qué en las mediciones de opinión pública el oficialismo conserva un alto porcentaje de los sectores bajos.
De acuerdo a las mismas fuentes, el 10% de la población de mayor nivel de ingreso se redujo del 30% al 20%. Ese 10% abarca a lo que hoy se considera “clase media”. Sólo hace falta observar que en ese decil de ingresos se incluyen a los hogares con una retribución per cápita del orden de los $7.000 mensuales. Por lo cual, una pareja de clase media sumaría ingresos mensuales de $14.000, o una familia tipo en donde uno o más integrantes también trabajen reuniría $28.000 mensuales.
Esta situación explica por qué ese sector termina siendo abarcado por el impuesto a las Ganancias, al menos uno o dos casos, de los miembros que integran la familia. Y también por qué los sindicatos –aun cuando se trate de un porcentaje bajo de sus afiliados- terminan siendo arrastrados por el conflicto de la presión impositiva.
La estrategia impositiva del Impuesto a las Ganancias es vital desde la perspectiva de su implementación porque puede contribuir a una distribución más justa de la riqueza.
Cuando el impuesto no estaba tan extendido a la gran masa de las remuneraciones, el tributo tuvo fama de ser una carga “para ricos”. Ese elemento cultural también incide en la población de sectores medios que quedan obligados por una diferencia de montos muy pequeña a tributarlo, a veces por una simple diferencia irrelevante.
Queda demostrado que el descenso del 10% fue por el impacto del impuesto a las Ganancias. Mientras que el 90% restante mejoró su relación al Ingreso, esos contribuyentes quedaron atrapados a la baja. Los que quedan abarcados se sienten perseguidos. Y la convivencia con otros argentinos que por unos pocos pesos quedan exentos del impuesto causa mayor irritación. Y además conlleva la solidaridad de aquellos que no tributan pero se ven muy cerca de la “guillotina”. Ese el problema eterno de la injusticia que siempre provoca un límite cuantitativo.
Por eso se equivoca el Gobierno nacional cuando –aún con razón- trata al tema como un problema de una minoría de los sectores medios o de los trabajadores bien remunerados. No es un problema de unos pocos. Es el problema de la clase media ascendente.
La falta de liderazgo político para resolver estas cuestiones bien prácticas agrava la situación. Los afectados no visualizan un dirigente de los sectores opositores con la suficiente racionalidad para resolver este tema de Gestión. Los medios de comunicación consultan sobre la temática a economistas de aquí y de allá. Y el debate se vuelve intricado, cuando en realidad no se trata solamente de una cuestión de especialistas sino de decisores políticos.
Cada vez que la clase media ha votado en cada una de las elecciones en el período 2003 / 2013 ha reconocido con su voto las mejoras que el oficialismo ha volcado en ese sector. Y cada vez que lo hizo incorporó esas reivindicaciones y derechos como un bien propio.
A partir de ello, sus conquistas son propias y no del Gobierno de turno. Quien tuvo acceso a un plan de viviendas oficial vota en consecuencia. Pero una vez que termina de pagar su vivienda, la casa o departamento le pertenece: la persona o el grupo familiar fue el que pagó. Lo incorpora como un logro personal o familiar. Y de inmediato irá por nuevos derechos: el asfalto, la iluminación pública, el acceso a la Salud y la Educación. Votará de cara hacia el futuro por lo que no tiene. No vuelve a votar por lo que ya conquistó a partir de una iniciativa del Estado, sea nacional, provincial o municipal.
Generar políticas públicas que solidifiquen la misma para convertirla en el motor imparable de la demanda interna, que impulse la producción y el trabajo resulta clave. Por lo tanto, cuando se diseñan políticas que causan divisiones e injusticias obtienen el resultado inverso. Y deben ser resueltas en el presente. No en 2015.
O la clase media, ya se sabe cómo votará.