Escuchar el relato de Nilda Gómez sobre lo que sintió al enterarse de la muerte de Omar Chabán no hace más que reafirmar las conclusiones a las que llegué hace unos años cuando encaré el análisis del discurso en torno a la tragedia de Cromañón. Nilda Gómez es la mamá de Mariano Benítez, una de las víctimas de la tragedia y actualmente presidenta de la Asociación Civil Familias por la Vida.
El lunes a la mañana, esta mujer que se recibió de abogada para poder comprometerse mejor con la causa de su hijo, estaba en la Legislatura Porteña participando en la mesa de los periodistas durante la apertura del Simposio Internacional de Tragedias Evitables, cuando notó un cierto nerviosismo entre los participantes. Finalmente, luego de chequear la información, los periodistas anunciaron que Omar Emir Chabán había muerto de cáncer de Hodgkin en el hospital Santojani, donde su abogado había logrado que lo trasladaran desde el penal de alta seguridad de Marcos Paz y cumplía la condena de 10 años como autor responsable de incendio culposo seguido de muerte.
Ante la inesperada noticia, algunos familiares hicieron silencio, otros lloraron desesperadamente y tuvieron que ser asistidos, y unos pocos festejaron la muerte de Chabán. Sin embargo, Nilda Gómez asegura con palabras distanciadas, que el momento de enterarse de la noticia fue como volver diez años atrás, cuando los periodistas también les daban la noticia de que estaban matando a sus hijos en Cromañón. Pero si bien habla de sensaciones y admite sentirse conmovida por la muerte de Chabán por ser parte de la historia de la tragedia que les costó la vida a 194 jóvenes, inmediatamente su discurso se torna racional y equilibrado al aludir al ámbito del simposio en el que se encuentra en el momento de recibir la noticia, un ámbito que según ella, permitirá mediante la reflexión, que nunca más vuelvan a existir otros Cromañones.
Es cierto que han pasado casi diez años de aquella terrible noche del 30 de diciembre de 2004 en el que una bengala o un tres tiros produjo el incendio de la mediasombra que cubría el techo del local República de Cromañón; sin embargo, me vuelve a asombrar la intención de objetividad y mesura que reflejan las palabras de Nilda Gómez, cuando lo lógico de esperar hubiera sido un discurso atravesado por el dolor, la bronca y la subjetividad. De hecho, aquel trabajo de investigación del 2010 al que hago referencia, ya había revelado la extraña paradoja de que fueran los funcionarios públicos, políticos y abogados los que esgrimieran en sus discursos estrategias conmovedoras y emotivas, mientras que los padres y muchas de las propias víctimas intentaran tamizar su dolor para construir discursos objetivos, más cercanos al ideal de justicia, que al de manipulación propia a todas vistas de los culpables de la masacre.
Porque Nilda Gómez no necesita mostrarse conmovida. Está conmovida y vivirá toda su vida conmovida; lo único que necesita en realidad es que todos los culpables –entre los que se encuentran los integrantes de Callejeros– y no solo algunos –como Diego Algañaraz, el manager de la banda o el subcomisario Carlos Díaz, acusado de cobrar coimas– purguen su culpa y cumplan efectivamente su condena. Solo así podremos pensar en un futuro sin Cromañones.