Once diputados de la Unidad Democrática fueron golpeados en la Asamblea Nacional de Venezuela. Algunos de ellos, como María Corina Machado, tuvieron que pasar por el quirófano. Le rompieron el tabique nasal y la patearon en el suelo. La fractura de Julio Borges, en pleno rostro, parece que no tiene solución quirúrgica.
El gobierno ha querido presentar la agresión como el resultado de una provocación de los opositores o como una trifulca de las que ocasionalmente se producen en los parlamentos, pero no hay nada de eso.
Lo que sucedió en Caracas es mucho más grave. Estamos ante una medida punitiva encaminada a someter a la obediencia a los parlamentarios de la oposición. Es parte de un cruel ejercicio de domesticación.
Previamente, el teniente Diosdado Cabello, presidente del Parlamento, el gran domador de caballos, los había silenciado. Como los diputados insistían en hablar y reclamaban su derecho a expresar sus criterios, función para la que habían sido elegidos, Cabello decidió darles unos cuantos fustazos.
Ésa es la lógica del castrismo en su más pura esencia: al enemigo se le intimida, golpea o encarcela hasta que obedezca. Y si resiste tercamente, siempre es posible fusilarlo como una forma de escarmiento colectivo. Al general Arnaldo Ochoa, por ejemplo, lo fusilaron para mandarles un mensaje a sus compañeros del ejército: el que se mueva, es hombre muerto.
En Cuba –que ahora copian los venezolanos del triste bando de Maduro y Cabello— hay distintos anillos represivos.
El primero es la advertencia. Un policía se acerca a la casa del ciudadano díscolo y le explica que por el camino que va será echado del trabajo o de la universidad, a menos de que deponga su actitud contestataria y acepte su revolucionario papel de aplaudir dócilmente a los jefes.
Si la persona insiste en su actitud rebelde, se toman represalias en sus centros de trabajo o estudio. Es el segundo anillo represivo. Ya Fidel explicó, hace muchos años, y ha sido una regla inflexible, que “la universidad es para los revolucionarios”.
Lo mismo sucede con los buenos trabajos o con las prebendas que dispensa el poder a sus paniaguados (autos, viviendas decentes, viajes al extranjero). La buena vida es para unos pocos revolucionarios.
Como conductistas extremos, los Castro moldean la conducta de los cubanos con refuerzos positivos y negativos. Dulces para el que obedece. Palos para el que protesta. Muerte para el que se excede peligrosamente. Así han gobernado más de medio siglo.
El tercer anillo son los llamados “actos de repudio”. “El pueblo enardecido” insulta, escupe, zarandea y golpea a los ciudadanos desobedientes. La turba penetra en sus casas y lo destroza todo. Si intentan defenderse, entonces entran en acción “las brigadas de respuesta rápida”.
Ése es el cuarto anillo represivo: matones armados con estacas que machacan al disidente. Luego la policía acusa a la víctima de escándalo en la vía pública, lo que acarrea pena de cárcel.
Por último, el quinto anillo represivo es el formado por las tropas especiales. Son militares entrenados para hacer mucho daño con sus armas de fuego, sus porras o sus puños —son karatekas, yudocas, boxeadores—, y no les tiembla el pulso si tienen que matar a golpes o a tiros a los “enemigos de la revolución”.
Maduro y su entorno, bajo la dirección de “los cubanos”, van a utilizar fielmente este modelo represivo para controlar a la sociedad venezolana, de manera que no se les escape el poder de las manos. Lo que pasó en la Asamblea Nacional es parte del adiestramiento.
La meta es impedir a cualquier costo el referéndum revocatorio que puede convocarse dentro de tres años. Los chavistas ya están seguros de que son minoría y están convencidos de que tienen poco tiempo para someter a todos los venezolanos a la obediencia, el silencio y el aplauso. Por eso están dando golpes y desbravando a los rebeldes. Tienen poco tiempo para juntar el rebaño.