El presidente Juan Manuel Santos se propone vincular Colombia con la OTAN, aunque sea por la puerta trasera. Me parece una iniciativa responsable.
La OTAN es la más formidable coalición militar de la historia. La creó Harry Truman en 1949 en medio de la Guerra Fría, cuando la URSS experimentaba su peor espasmo imperial. Aunque se llama Organización del Tratado del Atlántico Norte, la institución no toma demasiado en serio esa circunstancia geográfica. Italia, Grecia y Turquía radican en otro vecindario y forman parte del acuerdo.
En realidad, la OTAN no surgió para hacer la guerra, sino para evitarla. Truman, que leía a los clásicos y amaba la historia, solía repetir la frase latina: “si vis pacem, para bellum” (Si quieres la paz, prepárate para la guerra). Eso fue lo que hizo. Estaba bajo la influencia del pensamiento estratégico del joven diplomático George Kennan. Había que contener a la URSS, sin desatar otra guerra mundial, hasta que las contradicciones del colectivismo, la ineficiencia y la opresión la hicieran implosionar. Demoró unas cuantas décadas, pero sucedió.
Juan Manuel Santos tiene buenas razones para proteger a su país de los peligros potenciales de una guerra regional. Nicolás Maduro acaba de anunciar la creación de una milicia obrera de dos millones de soldados. Quiere fabricar uno de los mayores cuerpos armados del planeta. Es perfectamente lógico que sus vecinos se asusten. Esto se suma a las decenas de aviones de combate, tanques de guerra y sofisticados equipos antiaéreos que Venezuela lleva años acumulando. Armas, todas, que no son las adecuadas para mantener el orden interno ni enfrentarse a un enemigo local. Son equipos diseñados para librar guerras convencionales, presumiblemente contra otros países.
Hay una norma de oro que suele regular el modus operandi de las Fuerzas Armadas: “la forma define la función”. Cuando crecen, se desbordan y se hacen muy peligrosas. El momento en que el régimen cubano, con el apoyo soviético, pudo construir el ejército más poderoso de América Latina, se lanzó a las aventuras africanas y allí estuvo entre 1975 y 1990: la más larga operación militar internacional en la que ha participado un cuerpo militar de América (incluido Estados Unidos).
La manera más económica que tiene Colombia de impedir que Venezuela la arrastre a una guerra, como en el pasado amenazó Hugo Chávez, que hasta llegó a ordenar públicamente a sus generales que movieran los tanques y la artillería hasta la frontera, es colocarse bajo la protección simbólica de la OTAN.
Las otras dos opciones son peores. Una de ellas sería no hacer nada y arriesgar a la sociedad colombiana a un conflicto bélico, precisamente por la indiferencia del Estado ante un riesgo real. La otra, consistiría en iniciar una costosísima carrera armamentística que desangraría al país. Ya Colombia, como consecuencia de las acciones de las narcoguerrillas comunistas, es el país de América Latina que más recursos gasta en asuntos bélicos con relación a su PIB (un 3.8%). ¿Para qué invertir más dinero en ese campo cuando las necesidades de la sociedad son inmensas?
La OTAN tiene este disuasivo efecto benéfico. En general, evita las guerras. A lo que puede agregarse un factor pedagógico: induce un mejor comportamiento en los militares y, en cierta medida, genera una mayor subordinación a los gobiernos civiles. Por lo menos, eso fue lo que supuso el socialista español Felipe González cuando propició la asociación permanente de su país al organismo. Lo hizo en el referéndum convocado por su gobierno en 1986, pese a su rechazo original de 1981, cuando estaba en la oposición.
Evo Morales ha dicho que la iniciativa de Santos es una amenaza para su país. Pero Morales también aseguró que el Imperio Romano había atacado a Bolivia. Frente a Evo hay que recordar la cumbia de Carlos Vives: “¿Qué cultura va a tener, si nació en los cardonales?”. Moralito es así. Hay que entrar en la OTAN “pa´que se acabe la vaina”.