Supongamos que unos científicos italianos descubren muestras del ADN de Nicolás Maquiavelo y deciden clonarlo. Esperan de él que aconseje sabiamente a los políticos, pero hay que educarlo en los secretos del siglo XXI.
Nicolás Maquiavelo no era un canalla inmoral, sino un brillante florentino, a caballo entre los siglos XV y XVI, que intentaba establecer ciertos límites a la autoridad para lograr la estabilidad de la República y la felicidad de los súbditos. Maquiavelo escribía, claro, para la atribulada sociedad de su tiempo. ¿Cómo formar a Maquiavelo? Como no hay tiempo para florituras, deciden educarlo por medio de los índices más serios y acreditados. No perderán un minuto en las chácharas marxistas y otras boberías vecinas al colectivismo estatista. Eligen seis índices importantes y le explican cómo localizarlos en Internet.
El primero será el Índice de Desarrollo Humano que publica la ONU. Ahí encontrará una lista de las naciones más desarrolladas y estables del planeta de acuerdo con ciertas variables relacionadas con longevidad, salud y educación.
Como Maquiavelo es una persona sagaz, inmediatamente advertirá que las 25 naciones más prósperas y progresistas del mundo son democracias en las que el aparato productivo está en manos de la sociedad civil. Funcionan de acuerdo con las normas económicas del mercado y se sujetan a las reglas que imponen Estados razonables.
Esas 25 naciones cuentan con un tejido empresarial denso y tecnológicamente avanzado. Maquiavelo no tarda en descubrir que si previamente no se crea la riqueza, nada es posible y ésta sólo germina en las empresas.
¿Cómo lograron prosperar? En ese punto lee el segundo índice, Doing Business del Banco Mundial. Clasifica las facilidades o dificultades de 185 países para crear empresas y hacer negocios de acuerdo con diez variables que incluyen desde el costo de la energía, hasta el peso de los impuestos o el tiempo que toma iniciar la actividad. Maquiavelo se da cuenta de que los mejor colocados son los 25 sospechosos de siempre. Los mismos.
Pero ¿cómo compiten esas empresas en el mercado? La pregunta se la responde The Global Competitiveness Index preparado por el World Economic Forum. La competitividad descansa en 11 pilares: las instituciones; la infraestructura, que incluye transporte y comunicaciones; la estabilidad macroeconómica; la salud y la educación infantil; la educación superior y el adiestramiento de la clase trabajadora; la flexibilidad del mercado laboral; el desarrollo financiero y acceso al crédito; la predisposición por la tecnología; el tamaño del mercado; el refinamiento empresarial; y la innovación. A Maquiavelo le despierta la curiosidad la innovación.
¿Por qué todos esos países son, simultáneamente, los más avanzados? Se lo explica el Innovation Capacity Index dirigido por el chileno Augusto López-Claro, uno de los mejores economistas de hoy. Para compilarlo tienen en cuenta cinco variables: el capital humano (la educación); gobernanza y corrupción; el manejo macroeconómico; la calidad de las regulaciones; y la equidad de género o incorporación de la mujer al trabajo.
Le llaman la atención las palabras gobernanza y corrupción. Busca en la red el Índice de Estado de Derecho publicado por The World Justice Project. Este estudio anual pondera 10 factores y 49 subfactores para establecer la calidad del Estado de Derecho. Son tres elementos básicos: rendición de cuentas por parte del gobierno; leyes claras y estables con protección real de los derechos individuales, promulgadas por un poder legislativo competente; y acceso a jueces justos, bien instruidos y honorables. Sin justicia, ni siquiera hay desarrollo sostenible.
¿Y la corrupción? Esa es la termita que poco a poco devasta los fundamentos de la convivencia. Para conocerla, Maquiavelo examina el Índice de Corrupción que publica Transparency International. Es el menos objetivo porque se basa en percepciones. La corrupción es opaca por su propia naturaleza. Quienes la practican tratan de borrar sus huellas.
Cuando ha terminado, Maquiavelo conversa con los genetistas que le devolvieron la vida. No va a escribir otro tratado. ¿Para qué, si todo ya ha sido publicado? Lo que hay que hacer es conectarse a la red.