Barack Obama quiere modificar la política de Estados Unidos hacia Cuba. No es una prioridad, así que no le dedicará demasiado esfuerzo, pero algo intentará hacer si no encuentra demasiada resistencia en el camino.
¿Qué se propone? Tal vez inaugurar un periodo de “benigna negligencia”. Ignorar lo que sucede en Cuba, incluidas las quejas de las víctimas, y cancelar toda muestra de hostilidad anticastrista. Al fin y al cabo, Obama ni siquiera había nacido cuando comenzó este disparate.
¿Persistirá Obama en el empeño? Probablemente descubrirá que no vale la pena. Los atropellos ocurren muy cerca de Estados Unidos para poder mirar en otra dirección. Antes lo intentaron Gerald Ford, Jimmy Carter y Bill Clinton, pero sin éxito. La conducta de la dictadura siempre acaba por impedirlo. La Habana no puede evitarlo. Es como los dóberman. Morder está en su naturaleza.
Ahora mismo, hay una feroz ola represiva que puede verse en YouTube gracias a los teléfonos celulares y a las denuncias de personas como Yoani Sánchez. Golpean salvajemente a los demócratas de la oposición que protestan, sean hombres, mujeres o niños. El legendario Jorge Luis García (“Antúnez”) ha recibido su enésima paliza y ha comenzado su enésima huelga de hambre. Al músico Gorki, que es valiente como las Pussy Riot, sin una Madonna que lo defienda, han vuelto a encarcelarlo por sus canciones irreverentes.
¿Cuáles son las medidas de gobierno que Obama quiere eliminar o modificar?
La política norteamericana hacia Cuba tiene tres pilares desde hace medio siglo: propaganda anticastrista, restricciones económicas (el embargo) y aislamiento diplomático. A partir de Lyndon B. Johnson la intención ya no era matar al dóberman, sino sujetarlo y ponerle un bozal.
Pero la URSS desapareció y el comunismo se desacreditó como forma de gobierno, aunque Cuba, Corea del Norte y otros enclaves indiferentes a la realidad se mantuvieron tercamente aferrados al error y al poder gracias a la autoridad ilimitada que ejercían sus caudillos.
En Cuba siguen las mismas caras, los mismos policías y los mismos calabozos. Sin embargo, la “contención” a la isla fue perdiendo fuelle poco a poco. Desde la perspectiva de Washington el régimen de La Habana era un borroso anacronismo. Una reliquia absurda de la Guerra fría que se iría desmoronando en la medida en que pasara el tiempo.
Desde la perspectiva cubana, la visión era otra. Para Raúl, la reliquia no era su régimen arcaico, sino la política norteamericana que lo adversaba. Quienes tenían que cambiar eran los norteamericanos, no ellos. Sólo que, para lograr modificar la conducta de Washington, era indispensable aparentar que el régimen se transformaba.
¿Cómo lo hicieron? Montaron una ofensiva en el mundillo académico y periodístico auxiliados por sus amigos de The Nation. Con la punta de lanza de Mariela Castro (la risueña hija sexóloga del dictador) y una hábil campaña a favor de los derechos de la comunidad LGBT (pese a la larga y cruel historia homofóbica de los Castro y su régimen), lograron forjar una alianza entre intereses económicos de la derecha, el sector más radical del partido demócrata, y algunos think-tanks y departamentos universitarios de estudios latinoamericanos de esa cuerda. Todo fue secretamente orquestado por el aparato de inteligencia cubano y su departamento de “medidas activas”. Son grandes e incansables operadores políticos.
Simultáneamente, Raúl Castro anunció a bombo y platillo una serie de reformas que daban la falsa sensación de que la isla se movía en dirección de la libertad. No era cierto. Raúl no quiere cambiar nada fundamental. Sólo trata de modificar el modo de producción para hacerlo menos irracional. Su propósito es mantener el mismo sistema de opresión. Es el mismo dóberman con distinto collar.
Más grave aún, mientras Raúl ensaya su expresión más inocente de reformista, sin dejar de apalear y encarcelar a la oposición, vende y exporta su modelo represivo a países como Venezuela, Bolivia y (en menor grado) Ecuador. La tutoría dictatorial para mantenerse en el poder indefinidamente es la única mercancía que le queda en sus tristes anaqueles al socialismo real cubano.
¿Logrará esta vez la dictadura cubana desarmar a Washington sin hacer concesiones? No lo creo.
Los tres senadores cubanoamericanos (el demócrata Bob Menéndez y los republicanos Marcos Rubio y Ted Cruz) están de acuerdo en mantener las sanciones mientras la dictadura no respete los derechos humanos. Los cuatro congresistas de esa etnia coinciden (los republicanos Ileana Ros-Lehtinen y Mario Díaz Balart y los demócratas Joe García y Albio Sires).
Es difícil saltarse a un caucus bipartidista dotado de ese peso específico. Obama tirará la toalla.