¿Qué hará Nicolás Maduro? Heinz Dieterich, el marxista alemán que parió la loca utopía del “Socialismo del siglo XXI”, suscrita por Hugo Chávez en algunos de sus delirios orales más agudos, le recomendó que creara un gobierno de salvación nacional que incluyera a Henrique Capriles. Lo dijo por CNN desde su refugio académico mexicano.
Tonterías. Maduro hará lo que le recomienda La Habana. Lo escribió con toda claridad la periodista Cecilia Valenzuela en El Comercio de Lima. Es un hombre de Cuba. No tiene otro apoyo que “los cubanos”. No es militar. No es político. No es intelectual. Habla con los pajaritos. Ve a Chávez en las paredes. Se le traba la lengua y multiplica los penes y los disparates. Es un desastre. Una mala imitación de Hugo Chávez. Pero tiene a los cubanos de su parte.
¿Qué le recomendará La Habana a su pupilo? Obviamente, lo que le ha permitido a la dictadura cubana sobrevivir durante 55 años: mano dura. Matar, golpear, encarcelar, intimidar. Someter a la sociedad mediante el terror hasta que se convierta en un coro afinado de súbditos que aplauden sus propias desventuras. Como sucede en Cuba o en Corea del Norte.
Mientras más crueldad y fiereza, mejor para ellos. Los venezolanos saben que pueden reprimir impunemente. Se protegen bajo un manto retórico totalmente impermeable. Los enemigos son fascistas y nazis que quieren entregarle el país al imperialismo. Leopoldo y María Corina son asesinos. Es la burguesía pagada y entrenada por Estados Unidos. Quieren quitarles a los pobres el poco pan que se llevan a la boca.
Ellos defienden la democracia frente a los embates de las mafias. Lo dice el chavismo y lo repite sin pudor la izquierda procomunista en todas las latitudes. La revolución es así. Un chorro turbio de palabras pronunciadas para ocultar la sangre derramada.
Los demócratas, salvo unos pocos, en cambio, callan. También han sido intimidados. Contra tanta ignominia protestan los sospechosos habituales: Oscar Arias, Luis Alberto Lacalle, Mario Vargas Llosa. Los de siempre. Unas pocas docenas. Los que no temen ser acusados de ser agentes de la CIA. Insulza, como los tres monos de la fábula, se tapa la boca, los ojos y los oídos. La OEA es una vergüenza pública.
No me creo, sin embargo, la historia de los batallones de policías cubanos, las tropas de “avispas negras” trasladados a Venezuela para matar demócratas. ¿Para qué? Si algo sobra en Venezuela son asesinos locales. Los cubanos están en Venezuela para asesorar, para dirigir el control social, para espiar masivamente, no para el trabajo sucio y menudo de la calle. Ése lo hacen en la Isla.
Están allí para sostener un poder dócil que continúe alimentándolos. El negocio de ellos es mantener viva la vaca lechera de la que extraen todos los años trece mil millones de dólares en subsidios. Raúl Castro ya no cree en el colectivismo, pero sí cree en mantenerse en el poder a cualquier precio. Luchará hasta el último venezolano.
A mi juicio, esa noticia, la de los “avispas”, forma parte de las operaciones psicológicas encaminadas a aterrorizar a los venezolanos. Durante la Guerra de las Malvinas los ingleses lo hicieron astutamente. Difundieron el rumor de que en la expedición iban los ghurkas nepaleses, unos crueles guerreros que desorejaban y sodomizaban a los prisioneros antes de degollarlos. García Márquez hasta llegó a escribir una nota sobre la crueldad infinita de estos diablos orientales contra los pobres argentinos. Tras el fin de la guerra se supo que nunca desembarcaron ghurkas en el remoto archipiélago. La mentira era un arma psicológica.
¿Por qué el poder venezolano –Maduro, Cabello, los militares— está en las manos de “los cubanos”? Porque ellos, fragmentados en pequeñas tribus, también tienen miedo, y Cuba es la única autoridad externa que sujeta los pedazos. Es el extraño poder de los albaceas en medio de las familias rotas por las desavenencias.
Los chavistas venezolanos les temen a los informes de inteligencia, a las escuchas telefónicas, a los tentáculos de la policía política cubana. A la DEA, porque algunos de los militares y políticos están metidos hasta las cejas en el narcotráfico. Antes, se reunían para conspirar. Ahora no lo hacen por miedo a una delación.
Menos mal que también hay cubanos nobles. Me conmovió que Leopoldo López diera su discurso final a los pies de la estatua de José Martí. Ése era de los buenos. Los avispas le hubieran disparado a la cabeza.