Los españoles están jugando con fuego. Durante 40 años, tras la muerte de Francisco Franco (1975), levantaron un gran país. Puede que en el futuro comiencen a perderlo. No fue sencillo ni perfecto, pero los españoles lograron la proeza de pasar pacíficamente de una dictadura de partido único a una democracia liberal, mucho más abierta y riesgosa, que a veces parecía imposible que cristalizara.
El problema que entonces se planteó encarnó en una disyuntiva: ruptura o reforma. Los españoles escogieron ambas. Hubo una ruptura política total y una reforma económica parcial.
Florecieron los partidos, se respetaron las libertades y la sociedad, mediante mecanismos electorales, optó por transformarse en una democracia liberal, mientras dotaba al Estado del aspecto formal de las monarquías parlamentarias típicas de una parte de Europa (la más próspera, por cierto). Fue una ruptura completa del modelo político.
En el terreno económico, en cambio, eligieron la reforma, plasmada en los llamados Pactos de la Moncloa. Existía un régimen de respeto a la propiedad privada y eso se conservó. No en balde los españoles eran dueños del 80% de las viviendas que ocupaban, tenían el 78% del PIB per cápita de la llamada Comunidad Económica Europea, el desempleo era bajo, el gasto público limitado y existían varios millones de libretas de ahorro.
Sobre esos buenos cimientos, alcanzados en los últimos quince años de la dictadura franquista, amenazados por la inflación y el precio el petróleo, se privatizaron algunas ruinosas empresas estatales, se extendieron los beneficios de la seguridad social, la educación universitaria llegó a millones de jóvenes españoles, se popularizó el crédito y el país, con el auxilio de Europa, dio un salto hacia la modernidad.
Todo eso se hizo razonablemente bien y en relativa paz, porque la inmensa mayoría de los españoles, cuando se disipó la humareda provocada por el fin del antiguo régimen y cuajaron dos grandes formaciones políticas (Partido Socialista Obrero Española, PSOE y Partido Popular), pudieron optar por cambiar periódicamente la gerencia del Estado sin tocar los fundamentos de la democracia liberal. Este clima de competencia dentro de un mismo sistema, a veces, desdichadamente, empañado por la corrupción, generó una enorme confianza en la estabilidad de España dentro y fuera del país.
En el 2015, sin embargo, el bipartidismo se ha roto, pero no por la llegada de unas nuevas formaciones políticas decididas a perfeccionar la democracia liberal, que tan buenos resultados ha generado en todo el mundo (como podría ser el caso de Ciudadanos, el partido dirigido por Albert Rivera), y muy particularmente en España, sino por un partido antisistema, Podemos, convencido de las virtudes del colectivismo y del guirigay revolucionario chavista.
Si el PSOE, hoy dirigido por Pedro Sánchez, que tiene la llave de la gobernabilidad del país tras las elecciones del 20 de diciembre, elige integrar a Podemos en una alianza contranatural que le permita alcanzar la Presidencia, a la que debería agregar a Izquierda Unida y a Ezquerra Republicana, se pondrá en manos de sus enemigos. Habrá salido a pasear con un tigre hambriento asido por una cuerda de papel. Su destino (y el de España) será ser devorado.
Podemos y su líder Pablo Iglesias no creen en la economía de mercado ni en la democracia representativa. Como a buenos marxistas-leninistas, les parecen subterfugios de la burguesía para perpetuar el dominio sobre el “pueblo”. No creen en la Unión Europea, ni en el escudo protector de la OTAN. No se sienten cómodos con el euro ni con la globalización. Abominan las aperturas económicas y aplauden los empobrecedores experimentos de Venezuela.
Dentro de España, a ese partido y a su dirigente máximo no les importa propiciar la independencia de Cataluña, del País Vasco, Galicia, o de cualquier región que desee experimentar con la secesión, aunque ese cataclismo contradiga la voluntad de la gran mayoría de los españoles, degenere en violencia y destruya a uno de los países más importantes de Europa. Tampoco rehúyen fomentar un peligroso enfrentamiento social, porque suscriben los errores marxistas. Creen en la lucha de clases y la fomentan como el inevitable devenir de la sociedad. Viven en el caos y para el caos.
Tras las elecciones del 20 de diciembre la Bolsa cayó casi un cuatro por ciento. Cada día que el PSOE juegue con los fundamentos del sistema, se profundizará la crisis. Todos conocemos la metáfora: “No hay animal más cobarde que un millón de dólares”. Ese animal se esconderá para salvar el pellejo. Los inversionistas se cruzarán de brazos hasta ver qué sucede. Los capitales se fugarán discretamente. Quienes puedan comenzarán a liquidar sus activos. Los empresarios dejarán de contratar para prepararse para la época de las vacas flacas, si es que queda alguna con vida. Es lo que sucede cuando uno saca a pasear un tigre atado con una frágil cuerda de papel. Cunde el pánico.