Por: Carlos Mira
El gobierno argentino está jugando con fuego. Creyendo que el mundo se mueve con las prácticas que lo hacemos nosotros fronteras adentro, toma decisiones que ponen en serio riesgo a la economía y al bienestar de todos.
Lo que está pasando con el tema de los holdouts, Griesa y las decisiones de la justicia norteamericana, es una especie de enorme choque cultural entre dos concepciones irreconciliables de ver el mundo y las relaciones entre los individuos.
La Argentina (y no es una apreciación que le cabe sólo a la administración Kirchner, aunque, claramente, los ribetes de esta última década han profundizado esa cosmovisión) cree básicamente en la fuerza del poder. No logra procesar la idea de que el poder debe someterse al Derecho y que las razones de Estado tienen una jerarquía jurídica inferior a los derechos individuales.
El mundo occidental en general y los Estados Unidos en particular tienen la concepción opuesta: creen básicamente en la supremacía del Derecho y en la preeminencia de los derechos individuales por sobre las razones de Estado.
Estas maneras de ver y entender la vida están produciendo un fenomenal choque de planetas en el caso de la deuda no reestructurada. Desde un principio la Argentina creyó que era efectivamente posible forzar a los acreedores que no habían aceptado los canjes de 2005 y 2010 a someterse a la voluntad argentina, porque ella así lo había dispuesto. Fue tal su altanería que sancionó unilateralmente la llamada “ley cerrojo” según la cual aquellos que no habían aceptado las condiciones impuestas por el país, caían en el destierro: la Argentina jamás los reconocería y nunca les pagaría nada.
El primer choque frontal de esa concepción contra el muro del Derecho, obviamente lo produjo el fallo del juez Griesa a favor de NML Elliott, el fondo que maneja Paul Singer. La decisión se apeló dos veces ante la corte de apelaciones y ante la instancia suprema y en ambos caso se refrendó el fallo de primera instancia.
Ante esa circunstancia el país volvió a reaccionar de acuerdo a sus patrones culturales y cada día que pasa aumenta el peligro de un nuevo default.
Si bien hubo en el medio de estas últimas dos semanas algunos amagues negociadores, la regla general fue la confrontación y la convicción de que el fallo debe ser enfrentado con y por la fuerza. Es la fe ciega en la eficacia de la fuerza lo que se halla por detrás de las posturas argentinas.
Siguiendo esa lógica, el ministro Kicillof dispuso el pago de $ 833 millones de dólares a los bonistas del canje sin esperar a que el juzgado o el mediador Pollak llegaran a un acuerdo genérico. La movida fue acompañada por un comunicado –que es, sugestivamente, una especie de emblema de la fuerza- y por una solicitada en todos los diarios que traslucían claramente la manera en cómo el gobierno estaba entendiendo esta cuestión.
Por un lado -en otros términos, claro está- el gobierno decía “Yo te pagué… Ahora arréglate vos… Animate a embargar el dinero de los bonistas”. Una especie de esgrima de taita de esquina que chucea bajo el farol.
En el mismo escrito hacía responsable a los Estados Unidos “por las consecuencias que pudieran tener los fallos de su poder judicial” y adelantaba que “se reservaba el derecho de acudir a las cortes internacionales en defensa de sus intereses en tanto miembro de la comunidad internacional”.
En la solicitada, por su parte, declaraba como ya perteneciente al patrimonio de los bonistas que entraron al canje, el dinero depositado por la Argentina en las cuentas del Bank of New York.
Se trata de frases que vuelven a reafirmar la esencia “cultural” de este conflicto. La pretensión de hacer responsable a los EEUU como país, por las consecuencias del fallo de la Justicia, es confesar tácitamente una falta de mundo muy pronunciada y un aldeanismo francamente preocupante en cuanto al entendimiento de cómo funcionan las instituciones en el mundo. Es también una manera indirecta de confirmar una vez más el escaso respeto por el sistema de la división de poderes que –cuando menos- tiene el ministro Kicillof y la reafirmación de que el país pretende que el mundo se mueva según las formas que nosotros (o el gobierno actual de la Argentina) le aplica a estas cuestiones.
Insinuar que el gobierno de los Estados Unidos debería “llamar al orden” al juez Griesa para hacerle entender cómo son las cosas, es confesar una supina ignorancia sobre los más mínimos palotes institucionales de aquel país y sobre el esquema que hace 300 años Montesquieu ideó para las democracias. El gobierno no termina de entender la idea de la independencia de la Justicia y expresándose cómo se expresa, dando a entender lo que da a entender y suponiendo que las cosas deben ser como el gobierno supone que son, no hace otra cosa más que entregar a los extranjeros razones de mayor peso para probar que en la Argentina el Estado de Derecho no se respeta y que el mundo tiene una especie de deber moral en enseñárselo.
Kicillof probablemente olvida que, antes de la sentencia, el gobierno norteamericano se expresó en más de una oportunidad a favor de una solución negociada con los holdouts que le permitiera a la Argentina dejar en pie lo convenido en los canjes. Pero esa postura de la Administración Obama es completamente inoponible por la fuerza a las decisiones de un tribunal de justicia, cuando éste tiene –apoyado en la ley- una opinión diferente. Lo que Kicillof y el gobierno no entienden es que, en ese caso, prevalecerá el criterio del tribunal y que “el hombre más poderoso del mundo” no puede hacer nada al respecto: de nuevo el choque cultural entre la fe en la fuerza y el poder y la fe en el Derecho. Kicillof cree que Obama puede levantar el teléfono y decirle al juez: “Che, Griesa, metete el fallo el traste y déjate de joder”. Eso pasa acá, Kicillof, pero en el mundo es diferente. Y confesando que usted cree que esa es una opción efectivamente posible en EEUU, refrenda la idea que el mundo tiene de la Argentina como un país al margen de la ley que no entiende el mecanismo de las repúblicas.
Otra de las costumbres autóctonas del gobierno que la movida de Kicillof perece querer trasladar a este caso es la teoría de la culpa. Efectivamente, estamos ya muy habituados a la técnica oficial de buscar un culpable de los problemas antes que una solución. Al gobierno no le importan las soluciones, le importa encontrar un culpable. Con el pago efectuado, Kicillof buscaba forzar a Griesa a quedar como el culpable del default o como el culpable de que los bonistas no cobren. Más allá de que el juez hoy a la mañana no hizo ni una cosa ni la otra, sino que dispuso que esos fondos retornen a Buenos Aires, sería bueno que Kicillof entendiera que Griesa no tendrá ningún complejo de culpa por embargar proporcionalmente los pagos que haga la Argentina tal como los dispuso en su fallo. De nuevo: esas estocadas no se registran en el exterior; llegado el caso lo único que hará Griesa es actuar de acuerdo a la interpretación que él le ha dado a la ley. Y esa interpretación ha sido ratificada como correcta en segunda y tercera instancia.
Probablemente sea esta conclusión “cultural” la peor de todas las que puedan extraerse de este infortunado manejo de la deuda. Hemos dado muestras de una ignorancia, de una falta de mundo, de una carencia de formación, francamente alarmantes. El ombliguismo de creer que las cosas se pueden hacer en cualquier lado de la manera que las hacemos nosotros y de que la manera que nosotros hacemos las cosas es trasladable al mundo exterior nos ha traído de nuevo al borde de un abismo tan estúpido como evitable. Es penoso.