Por: Carlos Mira
Mientras Florencio Randazzo se esfuerza en repetir que las nuevas disposiciones para poder abordar una aeronave y salir del país (32 puntos que las compañías aéreas deberán entregar a la Dirección Nacional de Migraciones al menos cuatro veces antes de la partida de la nave) no deben preocupar a la población, lo cierto es que la imagen de aquella metáfora del león (“si tiene patas de león, cola de león y melena de león lo mas probable es que sea un león”) a la que hacíamos referencia en relación a las semejanzas del régimen argentino con el venezolano, vuelve a hacerse presente hoy en un aspecto crucial que suele acompañar las costumbres totalitarias: restringir el libre derecho de entrar y salir del país.
Se trata como de una marca en el orillo: tarde o temprano los países que están en guerra contra la libertad se meten con el derecho a circular. El moverse, ir de un lado a otro, entrar y salir del país y, fundamentalmente, abandonarlo si al interesado le viene en gana, es como la quinta esencia de la libertad, la más gráfica de las representaciones del poder individual para disponer de la vida propia. Y el autoritarismo detesta esa autodeterminación, aborrece esa capacidad individual para decidir sobre la suerte propia sin rendirle cuantas a nadie y tiene una particular inclinación por interpretar la “salida del país” como una suerte de ícono de esa irreverencia. No puede soportar la idea de que individuos libres se “le escapen” sin saberlo; no puede admitir la idea de que alguien quiera abandonar el yugo. De modo que, de maneras más o menos brutales, esos regímenes van restringiendo la capacidad individual de moverse hasta reducirla a cero.
El grado de disimulo con que lo hagan y las excusas que utilicen para implementarlo pueden variar de acuerdo a las necesidades y tácticas del régimen. Pero lo que no varía es la existencia poco menos que sine qua non de esta característica de asfixia. Nadie sabe cuál será el destino de los 32 puntos de información requeridos ahora por el Estado para permitir que los ciudadanos salgan del país. Tampoco se sabe qué agencias del gobierno tendrán acceso a esa información y para qué se va a usar. El pretexto elegido suena a cargada: “para controlar y evitar actos terroristas”, como si la Argentina estuviera en el centro de escena mundial y fuera protagonista de los hechos que ocurren en el tablero internacional. El país no figura ni a placé en esas discusiones. Las posturas de la Sra. de Kirchner lo han eliminado a todos los efectos prácticos del escenario mundial y hoy es un jugador completamente periférico en todo lo que tiene que ver con los temas por los que el mundo está preocupado, desde el Estado Islámico hasta la coexistencia de Israel en el Medio Oriente rodeado de enemigos, pasando por el expansionismo ruso o el comercio internacional.
En nada de todo eso la Argentina figura. Los EEUU acaban de dejar en claro que ya ni siquiera contestarán los agravios, no se harán eco de los desplantes o de las altisonancias de la Presidente. Harán como que la Argentina no existe; la dejarán vociferar sola, como hacen los cuerdos con los locos. De ahí las sospechas sobre el verdadero motivo de esta nueva intromisión del Estado en la vida privada. Las operaciones que el gobierno viene realizando sobre la identificación de las personas son por demás llamativas. El próximo será el tercer cambio obligatorio de documento nacional de identidad en poco tiempo. Esas sucesivas mutaciones han ido perfeccionando el círculo de amenazas sobre la privacidad individual, incluido el último sistema de identificación biométrico que funcionará en el nuevo DNI. Repetimos: los temas (cualquier tema) empiezan a adquirir sentido cuando se los interpreta en un contexto. Y el contexto intervencionista, autoritario, estatista. inquisitivo y, en muchos casos, militarista, del gobierno argentino hacen que estas iniciativas preocupen y levanten un sentido de alarma concreto.
Lamentablemente ya se ha comprobado cómo el gobierno está dispuesto a utilizar información privilegiada y privada de los contribuyentes para escracharlos públicamente cuando sus necesidades políticas así lo indiquen. De modo que el nivel de confianza que se le puede tener a un funcionario de esta misma administración que intente llevar tranquilidad a la población respecto del uso de estos datos y de los verdaderos motivos de su implementación es muy bajo. La credibilidad que el gobierno de la Sra. de Kirchner tiene en cualquier cuestión que roce la libertad individual es muy cercana a cero. Sus hechos hablan por ella. Lo que hace no ayuda a que la gente crea mensajes de despreocupación cuando lo que se sospecha es una restricción a la libertad. En ese caso la presunción es que la libertad está efectivamente en peligro.
Nadie sabe cómo harán las compañías aéreas para cumplimentar con los 32 puntos que requieren la Dirección Nacional de Migraciones y la Policía Aeronáutica para autorizar la salida del país de los pasajeros de una aeronave. Y también se desconoce el grado de minuciosidad con que se seguirá la observancia de su cumplimiento. Después de todo, más allá de sus pretensiones soviéticas, la Argentina es un país poco serio y es muy probable que el grado de improvisación con que se manejen estas nuevas disposiciones sea tan grande como el nivel de preocupación que ha generado su iniciativa. Pero, de todos modos, no sería del todo conveniente descansar en el proverbial chantismo argentino para plantar allí la esperanza de la despreocupación. Sería interesante abrir los ojos y volver a poner esta nueva movida en línea con el indisimulable contexto autoritario del régimen kirchnerista.