Por: Carlos Mira
Contrariamente a lo que normalmente hacemos en estas columnas -que dedicamos de modo monográfico a un tema- hoy se me ocurrió hacer un par de comentarios sobre otros tantos temas que seguramente a poco que los analicemos bien los encontraremos conectados, aunque nuestro fin hoy no sea estrictamente ese.
En primer lugar, lo ocurrido en el fin de semana en Gualeguaychú en la Convención Nacional de la UCR no puede dejar de mencionarse con un hecho de una enorme importancia para el futuro político inmediato.
La aprobación allí del acuerdo con el PRO y la CC para competir en primarias abiertas comunes y elegir un candidato a presidente representativo de ese espacio introduce por primera vez en muchos años una inusitada claridad a lo que está en juego en la Argentina.
Quizás, incluso, el Gobierno tenga razón en decir que esa coalición significa una amenaza para la visión del mundo que el kirchnerismo le ha impreso a la Argentina en todos estos años. Por supuesto que la representa; de eso precisamente se trata: de otorgarle de modo claro, tajante, definido una opción real a la sociedad.
Sanz habló de que por primera vez en mucho tiempo surgía la posibilidad de que el republicanismo democrático le gane al populismo autoritario. ¿Y cómo creen que tomará eso el populismo autoritario? ¿Creen acaso que lo aceptará mansamente? ¡Por supuesto que no! Por supuesto que pondrá el grito en el cielo, mentirá, profundizará su demagogia, continuará despilfarrando recursos públicos en su propio beneficio político mientras pueda. ¡Por supuesto que hará todo eso!
Pero la cuestión aquí es no distraerse del aspecto central que la sociedad tiene por delante. Lo que dijo Sanz quizás pueda ser explicado más dramáticamente aun como para que no queden dudas respecto de aquello ante lo que estamos: se trata de que la sociedad argentina resuelva quien estará en su centro motor de ahora en más: si el Estado o la persona individual. De esa sola definición surgirá todo lo demás. Antes de que me salten encima, digo: hablo de un sesgo, no de extremismos. La sociedad deberá decidir si su sesgo esta puesto en el Estado o en la persona individual.
Si lo pone en el Estado, con ello vendrá lo que ya conocimos -allí sí, con marcado extremismo- respecto del autoritarismo, el cierre económico, los distintos “cepos” a que ha sido sometida la libertad en el país, el tipo de política exterior que ha tenido la Argentina y el uso incontrolado de recursos públicos en una trama que muchos de nosotros ni siquiera imagina. Esa sería la continuidad.
El cambio radica en sacar al Estado del centro de la escena nacional y poner allí a los ciudadanos libres, emprendedores, revestidos de derechos que le permiten avanzar, pero a los que no se les garantiza por ley tocar el cielo con las manos; el cielo se gana con trabajo, con esfuerzo, con inventiva, con una buena interrelación cooperativa y al mismo tiempo competitiva.
El papel del radicalismo, en ese sentido, resulta clave. El partido está advirtiendo que su tradición estatista (que no es la original de Alem sino la que surgió de los hechos de Avellaneda) está llegando a su fin; que los avances del mundo moderno no se logran con la presencia asfixiante de una nomenclatura estatal que se cree dueña de la vida de las personas, sino dotando a estas de ese vuelo liberal que las desata de los elefantes burocráticos poniendo en sus manos el diseño de su destino.
Ese cambio estructural rompe con un mito imposible (aquel que dice que el radicalismo podía ser un “peronismo prolijo y amable”) e introduce una novedad estelar en la política argentina de los últimos 50 años. Sin dudas puede entregar una oportunidad que la sociedad debería pensar muy bien antes de dejar pasar alegremente.