Por: Carlos Mira
La Presidente hizo el día martes dos referencias, en su aparición en cadena nacional, que permiten entrever la concepción que ella tiene del mundo, de la Argentina y la percepción filosófica que algún modo la anima.
En un momento, aludiendo a la inversión de una empresa alimenticia, dijo que esos $ 60 millones de pesos destinados a la producción de salchichas y jamón eran la prueba incontrastable de que los argentinos estaban comiendo más salchichas y más jamón y que eso demostraba el éxito económico de su gestión.
La declaración fue impactante. Las salchichas y el fiambre deben ser dos de los elementos de menor contenido alimenticio en toda la cadena alimentaria. Su consumo incluso está contraindicado en las dietas bien balanceadas y en las que recomiendan los médicos que se especializan en nutrición.
Concluir que después de doce años de “modelo” los argentinos comen más salchichas y jamón, y que eso debe ser tomado como un índice positivo, es preocupante. Casi podría decirse, incluso, que por poco la conclusión debería ser la opuesta, esto es, que un sistema económico que solo ha podido hacer aumentar el promedio de consumo de salchichas y fiambre ha fracasado, no que ha tenido éxito.
Es más, no sería descabellado pensar que el consumo de salchichas y fiambre aumentó, justamente, porque bajó el de otros alimentos de mayor valor nutritivo. No debería sorprendernos, en esa misma línea, que también haya aumentado el consumo de harinas (pastas y otros carbohidratos) que también se caracterizan por ser alimentos de bajo contenido nutritivo y que no contribuyen ni al desarrollo cerebral ni a la capacidad de elaborar pensamiento abstracto.
La Presidente hizo su mención con un tono de reproche, como si la sociedad, encima, tuviera que agradecerle que ahora come más salchichas y más fiambre. ¿Qué debería pensar alguien que antes podía comer carne, o pollo, o pescado? El consumo per cápita de carne vacuna bajó, de hecho, en la Argentina de los últimos años, siendo la carne un gran portador de proteínas.
Pero decíamos más arriba que esa mención de la Presiente denotaba una definición implícita acerca de cómo la Sra. de Kirchner ve a la Argentina, al mundo y la concepción que ella tiene sobre el funcionamiento de la acción humana. La Presidente, en efecto, tiene una visión del mundo (y de la Argentina, dentro de él) muy poco ambiciosa, muy quedada y, en el fondo, muy pobre de las aspiraciones humanas. Escuchándola conforme con que los argentinos comieran más salchichas y más jamón, uno no podía dejar de percibir un enorme sentimiento de pena y lástima. ¡Que nada más y nada menos que la Argentina se conforme con comer salchichas! Un país que se presentó casi altaneramente ante el mundo una vez que puso en funcionamiento su Constitución; un país que estaba para llevarse todo por delante, un país donde el progreso era el desvelo de aquellos que venían a poblarlo desde los cuatro costados del globo, un país con un horizonte sin fin ha venido a caer, 162 años después, en un conformismo de salchichas y fiambres.
La segunda “perlita” presidencial llegó cuando pidió a todos que pensaran cómo estaban en 2003, cuando Néstor Kirchner llegó a la presidencia. Lo hizo con una advertencia. Dijo: “No me vengan con el tema del esfuerzo da cada uno porque yo me pregunto si en 2003 la gente no se esforzaba, si la gente no quería trabajar, si la gente no quería irse de vacaciones… Hoy es posible gracias a lo que hicimos nosotros.”
Esta es otra manera indirecta de confirmar cuál es la aproximación filosófica de la Presidente a la vida, a la generación de riquezas y a la relación entre el individuo y el Estado. La Sra. de Kirchner está convencida de que lo que puede conseguir una persona, bajo cualquier circunstancia, es gracias a la acción del Estado; que si sólo existiera esfuerzo y dedicación personal no sería posible el progreso.
Está claro que, al contrario de lo parece ser su pensamiento respecto de lo que ocurrió en 2003, en ese momento el trabajo se perdía (aunque aquí habría que aclarar que los tiempos de la presidente también están errados porque la situación de empleo respecto de 2001 ya había comenzado a consolidarse hacia 2003) porque el Estado había quebrado; había estafado a toda la sociedad, le había robado sus ahorros y nadie estaba dispuesto a poner un peso en el país.
Hoy en día, doce años después, la situación en el sector privado (el único verdaderamente productivo) no ha variado mucho: las economías regionales están expulsando gente porque el modelo económico del gobierno las mató, la industria -terminado el auge producido por la devaluación y la pesificación asimétrica- no absorben mano de obra y el único que aumentó dramáticamente su dotación de personal es el Estado. En 2002 el presupuesto de salarios del sector público consolidado del país era de 25000 millones de pesos. Hoy es de 560 mil millones.
Esto significa que la Presidente adhiere a la teoría de que es el Estado el dueño del destino y el que marca el techo y el piso de los sueños individuales (si es que en un esquema así pudiera existir el concepto de “sueños individuales”) No es el esfuerzo ni la dedicación individual sino la acción del Estado lo que le permite a las personas acceder a lo que deseen. Una concepción diametralmente opuesta a la letra y al espíritu de la Constitución, que llamó a todos los hombres de buena voluntad que quisieran habita el suelo argentino a venir a trabajar aquí, en donde un orden jurídico justo le prometía no quedarse con el fruto de su trabajo.
Está claro, a estas alturas, que ninguna de estas cosas son novedades. Que la Presidente tiene en mente un perfil conformista para la sociedad (“agarren esto y agradézcanlo porque con otros van a estar peor aún”) y que está convencida de que lo que las personas logran no lo logran por ellas sino por la acción del Estado, es un clásico al que ya nos tiene acostumbrados.
Pero verlo y escucharlo repetido una y otra vez no deja de extrañar y de causar cierta pena por el potencial riqueza que estas ideas han evaporado de la Argentina.