Por: Carlos Mira
Finalmente ocurrió el debate presidencial entre Mauricio Macri y Daniel Scioli. Formalmente el experimento superó las expectativas. Fue mucho más entretenido que el debate de cinco candidatos antes del 25 de octubre (con la ausencia de Scioli) y hubo ingredientes picantes que muchos no esperaban.
Daniel Scioli llegó con la misión de trasmitir el consabido miedo a Macri. En ese sentido, dio vueltas y vueltas alrededor del levantamiento del cepo, de los subsidios, de un eventual arreglo con los holdouts y de la devaluación.
El tiempo corto que había para responder dejó, entonces, una serie de preguntas y respuestas por hacer al candidato del Gobierno y del Frente para la Victoria.
En primer lugar, si como Daniel Scioli dice, un eventual Gobierno de Cambiemos implicará el fin del cepo (el gobernador hizo referencia a él usando incluso esa mismísima palabra), quiere decir que el cepo existe, pese a que su vigencia fue negada una y otra vez por todo el Gobierno desde la Presidente para abajo.
Aceptado entonces ese extremo, habría que haber preguntado cuántos países en el mundo aplican ese instrumento y por qué se cree que la Argentina puede utilizarlo sin sufrir consecuencias.
Si Scioli dice que no va a hacer nada respecto de la situación del tipo de cambio, habría que haberle preguntado si él realmente cree que el valor de la divisa norteamericana es de $9,70. Y para el caso de que hubiera respondido que sí, habría que haber preguntado por qué entonces no le entregan dólares a ese precio a los cientos de importadores que tienen operaciones “pisadas” por valor de 8,5 mil millones de dólares y que no pueden pagar lo que compraron, lo que hace que la Argentina se aproxime por primera vez en su historia al default comercial, es decir, al que se produce por no pagar lo que se compra.
Cuando —fuera del debate— le preguntaron a Daniel Scioli cómo va a hacer entones para enfrentar los evidentes desequilibrios a los que la economía ha sido llevada como consecuencia de todos estos desaciertos, respondió diciendo que lo hará con mayores inversiones y con crecimiento.
La pregunta allí es por qué esas inversiones y ese crecimiento no se produjeron hasta ahora, cuando ya rigen los parámetros que él dice que no va a cambiar. En otras palabras, ¿por qué no hubo inversiones en estos cuatro últimos años en donde rigió el cepo que él defiende?, ¿por qué el país no creció?
La respuesta es muy sencilla: porque las inversiones vienen cuando se las retribuye con un valor del dólar real y no con un número dibujado. Es obvio que también se necesitan otros requisitos. Por ejemplo, el pequeñísimo detalle de la seguridad jurídica, es decir, aquel clima que le asegure al inversor quedar sujeto al Derecho y no a los caprichos espasmódicos de quienes gobiernan, que un día se levantan con una dosis aun mayor de populismo y expropian una empresa.
Otro costado inexplorado en el debate fue la cuestión de los subsidios. Si el gobernador afirma que va a mantenerlos, cabe concluir que asume que en su Gobierno una cantidad importante de argentinos no podrá generar recursos genuinos y propios para pagar los servicios y que, por lo tanto, el Estado deberá pagárselos por la vía de un retorcimiento financiero que nos llevó a la situación de déficit que hoy suma más de siete puntos del producto. ¿Cómo se compadece eso con una economía en crecimiento como la que augura el gobernador en una eventual gestión suya?
Por lo demás, habría que haber preguntado por la misteriosa situación que supone afirmar al mismo tiempo que el país vive una bonanza inédita (que con Macri lógicamente corre peligro) y que se necesita renovar todos los años la vigencia de la ley de emergencia económica. ¿Desde cuándo la bonanza económica y la emergencia económica pueden darse al mismo tiempo?
Todo esto sin ahondar demasiado en las inconsistencias del gobernador respecto de sus propias posturas pasadas, como, por ejemplo, el caso de YPF. Durante el debate circuló en Twitter una foto subida por María Eugenia Estenssoro, la hija del primer presidente de YPF luego de su privatización, en la que había una sugestiva dedicatoria. Allí se leía de puño y letra del hoy gobernador: “Estimada Ing. Estenssoro: Siento un gran orgullo por esta nueva YPF privatizada, máxima expresión de esta nueva Argentina. Con todo mi agradecimiento, Daniel Scioli”.
El miedo a Macri tiene una contracara, que es el miedo a Scioli. Este se materializa en la expectativa de que la olla siga juntando presión por la falta de voluntad, la falta de competencia o la falta de un programa adecuado para aliviarla y, en un momento en que esas fuerzas se tornen indomables, todo estalle por los aires, como ya ha ocurrido otras veces en la Argentina, cuando la falta de una acción responsable a tiempo mantuvo artificialidades inviables que finalmente rompieron la vida de todos, cual Kalashnikovs disparadas a mansalva y sin control.
Estos costados del peligro que podría avecinarse si gana Scioli no fueron abordados en el debate, como así tampoco algo que Daniel Scioli le imputa a Macri: el haber cambiado de opinión.
Para futuros debates esta falta de oportunidad para el retruque deberá tenerse en cuenta. No sabemos si con lo expuesto ayer habrá quedado claro que el miedo no es unidireccional, sino que en tren de temer también pueden preverse cataclismos inasibles si gana Scioli. Pero, después de todo, el futuro no es para pusilánimes y la sociedad argentina deberá decidir si se cree apta para arreglar tantos disparates o si prefiere seguir autoengañada pensando que las consecuencias de las mentiras pueden ocultarse para siempre.