Por: Carlos Mira
Finalmente Mauricio Macri juró como presidente. El protocolo estuvo adelantado a los horarios de la agenda durante todo el día. Ojalá ese haya sido un elemento simbólico de lo que viene: eficiencia, respeto, previsibilidad, falta de veleidades.
El discurso ante la Asamblea Legislativa fue un discurso con los ojos puestos en el futuro, básicamente convocando a la unidad y al trabajo en conjunto. Sólo se anunció una medida: la universalización de las asignaciones por hijo. Después, no hubo anuncios concretos de política económica ni mucho menos de medidas operativas. Los bancos funcionaron sin feriado cambiario, lo mismo que ocurrirá mañana. El mando se trasmitió en un día laborable, sin asueto de ningún tipo, en otro indicio de que el país necesita trabajar sin parar para salir del desastre económico al que fue conducido.
No obstante, una multitud voluntaria, ajena a los micros y a los punteros, se juntó en la Plaza de los Dos Congresos, a lo largo de la Avenida de Mayo y, sobre todo, en la Plaza de Mayo.
Macri saludó desde el balcón de la Casa Rosada en la que esperamos que sea su única aparición en ese lugar propio de imágenes no modernas de la política.
La era que se inicia en la Argentina no debe ser interpretada como una nueva refundación de la república: la Argentina debe ser el país que más veces ha sido fundado en el mundo. Cada uno que ha llegado al mando se ha creído una especie de iluminado con la capacidad de inaugurar un país nuevo.
Macri repitió varias veces que no es infalible y que abrirá el Gobierno para que todos puedan señalarle sus errores y sus pasos en falso. Después de décadas de Gobiernos caudillistas, la Argentina se abre a una modalidad nueva, quizás nunca antes experimentada desde la independencia.
Aun con la vigencia de la Constitución en su más pleno esplendor en el siglo XIX y comienzos del XX, el país tuvo liderazgos paternalistas que hacían punta en una persona. Y más allá de los buenos o los malos planteles ministeriales que hayan acompañado a los presidentes, era la figura del presidente la que terminaba decidiendo todo por su propia voluntad.
Macri anunció hoy una nueva manera de manejarse. Se declaró antes que nada falible, esto es, no cree que sea el dueño de una verdad revelada ni el portador exclusivo de la argentinidad. Pidió ayuda a todos y apeló a la unidad.
Fue una sutil manera de notificarnos que ya no tenemos un padre (ni una madre) en la Presidencia. Nuestra vida es nuestra. En su mensaje se lo entrevió como estar presto para remover los obstáculos que se interpongan entre nuestro plan de vida y nuestros objetivos. Pero ya nos dijo que no nos proveerá de un plan de vida. Ese es nuestro desafío, nuestra oportunidad, nuestro protagonismo. Esta debe ser la hora de los argentinos, no solamente la hora de Macri.
Ese plan debe incorporar la relación confiada con el otro, sabiendo que todos estamos sometidos a un orden jurídico igualitario y aplicado por una Justicia imparcial.
El Presidente tendrá una tarea ciclópea por delante. Hacer frente al desastre generalizado provocado por doce años de kirchnerismo, tanto en las cuentas públicas como en la moral de la nación, lo ponen a prueba como líder, como estadista y como ser humano. El espíritu maligno, lleno mordacidad y sarcasmos, con el que la señora de Kirchner ha gobernado durante los últimos ocho años ha calado hondo en muchos sectores sociales de cuya buena voluntad el Presidente electo también va a necesitar.
En ese sentido fue atinado no hacer referencia a su antecesora en malos términos. Sí dejó en claro que el Estado no será ya confundido ni con la propiedad ni con el patrimonio de los funcionarios, pero fue prudente al abstenerse de chicanas que otros no hubieran dudado en usar.
La principal tarea del nuevo Gobierno, por encima de las urgencias económicas, de la terminación del aislamiento internacional, del enfrentamiento a la inseguridad o al narcotráfico consiste en cerrar las heridas abiertas gratuita y artificialmente durante estos últimos años. Seguramente habrá interesados en mantenerlas. Como lo probaron los oprobiosos hechos de los últimos días.
Pero el nuevo Presidente debe seguir sin prisa pero sin pausa en suturar esas divisiones. Naturalmente que mucho dependerá de cómo le vaya en lo económico, porque, para bien o para mal, aun quienes viven quejándose del materialismo, eso es, precisamente, lo único que les interesa.
En ese punto sí, entonces, deberá ser muy claro, en esta misma semana que viene, para informar al país con qué se ha encontrado y cuál es el verdadero estado de la Argentina. No se puede decir la verdad si no se es descarnado desde el inicio.
Finalmente, al lado de esas sabidurías económicas, el nuevo Gobierno deberá ser implacable con la honestidad pública, pasada, presente y futura. Nada que encuentre que sea oscuro o sospechoso debe quedar fuera del alcance de la investigación judicial, sean quienes sean los involucrados. La Justicia deberá estar a la altura de los acontecimientos y quizás, por primera vez, tomar el guante de la independencia y la imparcialidad. Nunca más los fallos deben ser el reflejo de los vientos políticos, sino el resultado de un contraste entre las conductas y las leyes.
La sociedad también deberá aportar no sólo aquella dosis de adultez de tomar la vida en sus propias manos, sino ser paciente y comprensiva. El daño ha sido mayúsculo como para que el orden aparezca mágicamente de la noche a la mañana.
Por último, el peronismo está a prueba de cara a todo un país que lo mira. Es su oportunidad de dejar atrás la demagogia, el usufructo del Estado en provecho propio y el ejercicio de la conspiración como deporte partidario. Ha llegado la hora de demostrar que, como dijo su líder, primero está la Argentina. El menudeo y la pequeñez en que generalmente se han movido debe quedar atrás si no quieren convertirse en una secta que sólo busca revanchas.