Por: Carlos Regazzoni
Este año será clave: el “modelo” enfrentará el escrutinio popular. Luego conviene analizar las principales tendencias propias de un mundo en transformación que seguramente afectarán a corto y largo plazo el resultado de nuestras definiciones.
Dentro de tan sólo cuatro elecciones presidenciales estaremos en el 2030, el mundo será otro y los procesos que hoy vemos en estado embrionario serán cotidianos. El país de entonces será resultado de la experiencia del camino elegido y su desempeño en el contexto global. Algunas de las principales tendencias de este marco vienen siendo interpretadas por centros de pensamiento internacionales, encontrando fuertes coincidencias e implicancias para nuestro país.
La primer tendencia es demográfica: la población mundial crece en países pobres y se estanca en los desarrollados y China; luego, los jóvenes serán mayoritariamente pobres, sin empleo ni educación. Entretanto, la fuerza laboral de las potencias se reducirá. Grandes masas de jóvenes sin educación ni empleo emigrarán y los países desarrollados enfrentarán inconvenientes para mantener su productividad y bienestar. Hoy la Argentina también crece sólo en su población carenciada, por lo que la educación de la futura fuerza laboral así como la incorporación de inmigrantes son prioridades impostergables.
A su vez, el cambio tecnológico define el futuro y la vanguardia es asiática. La ciencia hablará en inglés pero se creará en China, Japón, Corea, y la India, donde además se consumirá la innovación de todo el resto. Cabe preguntarse por nuestra estrategia para generar ciencia de relevancia y en las cantidades que un país ambicioso como el nuestro necesitará en este nuevo mundo científico. Hoy no la tenemos.
La entrada de millones de personas (chinos e indios) a la “clase media global” duplicará las necesidades de alimentos, el agua escaseará en tres cuartas partes del globo, y los minerales serán vorazmente absorbidos por la nueva industria tecnológica. Para convertir desafío en oportunidad requerimos una sólida estrategia agropecuaria, industrial, y minera, y el manejo científico de nuestro medioambiente. Todo esto no tiene lugar en un país casi sin ingenieros, biólogos, o químicos, y con paupérrima inversión en innovación.
La energía será prioritaria y principalmente fósil y nuclear. Nuestros cambios recientes en materia petrolera tienen sentido si creásemos un jugador global del sector como hicieron Brasil o China. De otro modo, desperdiciamos ingentes recursos y aumentamos nuestra dependencia. Cada uno juzgue hacia dónde vamos.
Los expertos adelantan, asimismo, una profunda transformación económica. China, India y el sudeste asiático serán motores de producción y consumo. No está de más preguntarse por la cantidad de funcionarios de relaciones internacionales y de comercio exterior que dominan el idioma y costumbres de estos complejos mercados, o por nuestra estrategia para sacar rédito suficiente de nuestros futuros socios comerciales obligados.
La sociedad también se transforma; demanda comunicación, participación, equidad, perspectivas, una altísima capacitación y sistemas de asistencia médica y social complejos. Con 40% de los niños bajo la línea de pobreza, más del 20% de los jóvenes de sectores bajos desempleados y 70% de ellos sin secundario completo, nuestro desafío es, entonces, épico.
Pero la tendencia de las tendencias es política. La difusión del poder global y la entrada en juego de actores no estatales pondrán a prueba nuestra argentinidad misma. Señalemos al narcotráfico para entender la magnitud del desafío; la tensión por las Malvinas y el riesgo de toda nuestra proyección austral es otro doloroso ejemplo. Consecuentemente la Argentina como país requiere -por el bien de su gente- un orden político-jurídico avanzado, y aquí también nuestras definiciones determinarán si el modelo elegido está a la altura de las circunstancias globales o es un paso más fuera de la marcha de la historia.