Por: Carlos Regazzoni
Que el mensaje del Evangelio iba a repercutir sobre la política, se viene diciendo desde San Agustín y su Ciudad de Dios. Y, si bien Jesús dijo que su reino no era de este mundo, más tarde insinuaría a Pilato que el mundo sí pertenecía a su reino. Desde entonces las relaciones entre la Iglesia y las ideas políticas han sido múltiples y conflictivas, pero el popular Francisco parece llevar el asunto al paroxismo. Recientemente el Foro Económico Mundial, en su reporte anual señala que más del 60% de los latinoamericanos y del 70% de los asiáticos opinan que los valores religiosos deben estar presentes en la política. El papa Francisco se ha mostrado “siempre vigilante” en “estudiar los signos de los tiempos”, como dice su último documento Evangelii Gaudium. Y como buen contemporáneo ha identificado la preocupación más importante de los pueblos en toda la tierra (hecho confirmado por todos los sondeos): la desigualdad social y la exclusión. Desde aquí, el Papa se lanza a fondo a hablar de política.
Para el Papa algunas realidades del presente, si no son bien resueltas, pueden desencadenar “procesos de deshumanización” difíciles de revertir más adelante. Y de entre estos procesos el más importante es la inequidad social. No se pueden negar los incesantes avances verificados en todos los campos; pero tampoco es negable que la mayoría de ellos “nunca llegan a los más pobres”. A modo de ejemplo, el 90% del gasto médico mundial se concentra en el 20% de la población, en los países ricos. Un tumor es casi diez veces más letal en los países pobres respecto de los desarrollados. Las personas de los países desarrollados viven 15 a 20 años más, en promedio, que en los países pobres (un argentino vive 10 años menos que un japonés). Entonces fulmina el Papa que así como el mandamiento de “no matar” pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir “no a una economía de la exclusión y la inequidad”. Porque “esa economía mata (sic)”, como han confirmado 30 años de epidemiología de las reformas neoliberales, que cuestan casi 10 años de esperanza de vida a los pueblos excluidos.
Luego, en su documento, el Papa critica claramente las teorías del “derrame”, las que suponen que “todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo”; esta teoría para el Papa es absolutamente falsa. Frente a esta aseveración sorprende leer en un reciente editorial del Financial Times que Francisco no es tan radical como se creía. Más bien diríamos que hace tiempo no se da desde Roma una definición más contundente sobre las ideas económicas. En los últimos veinte años, el 51% de toda la nueva riqueza generada en Estados Unidos fue a parar a manos del 20% más rico. Y más allá de la opinión de algún experto, para el Papa este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera, con lo cual, más de un organismo internacional ya ha comenzado a replantearse sus posiciones económicas toda vez que la gente parece darle la razón al Papa (el documento es ya un best seller).
Francisco lleva la injusticia a su dimensión política cuando afirma que “la paz se funda no sólo en el respeto de los derechos del hombre, sino también en el de los derechos de los pueblos”; pasando la solución al problema de la pobreza del individuo hacia la comunidad organizada. Francisco, citando profusamente a Paulo VI, afirma que “necesitamos crecer en una solidaridad que debe permitir a todos los pueblos llegar a ser por sí mismos artífices de su destino”. Y ésta es una muy seria definición del Nuevo Orden Mundial al que aspira el pontífice (¿con algunas resonancias de la teoría de la dominación quizás?); sin el cual, el problema de la pobreza y la exclusión no tendría salida efectiva. Y por si dudas caben respecto de que el Papa habla directamente de política, más allá de los planes de asistencia exhorta a la búsqueda de la “justicia social” (Sic.), donde se abandonen los “discursos políticos” sin un verdadero programa de desarrollo integral. Para Francisco, debe promoverse activamente otro orden económico y político de manera tal que se ataque la desigualdad, se promueva el desarrollo integral de los pueblos y se haga frente a los sistemas económicos deshumanizados. Todo esto como requisito para vivir “La Alegría del Evangelio”; en síntesis, el documento Pontificio nos recuerda aquel famoso: con el mazo dando.