Por: Daniel Muchnik
¿Atribuir los males que padecemos a los empresarios es razonable? ¿Es justo? ¿Es sensato? ¿ Por qué esta embestida del Gobierno contra ellos, a través de la ley antiterrorista o la sorprendente modificación a la ley de abastecimiento? Si ese es el instrumento legal que requiere la Casa Rosada ¿es que estamos en tantas dificultades como en 1974, cuando fue sancionada?
¿La inflación la “ fabrican “ los empresarios, ellos son los responsables? ¿ No está probado que la inflación es producida por un Estado mal administrado que emite sin parámetro alguno y distribuye como se le antoja? ¿Se puede pretender tener buenas relaciones con el mundo exigiendo, empujando al presidente norteamericano contra la pared, enfrentándonos con toda la Justicia norteamericana? En un momento en que bajan las importaciones y también las exportaciones, es decir, en un momento de recesión avanzada y que cargamos con errores serios de los funcionarios estatales, ¿es civilizado asegurar que vamos bien pero la culpa es de los que atentan contra la patria? ¿Quiénes atentan?
Es indudable que el Gobierno quiere llegar teóricamente indemne hasta la entrega del poder el año que viene, que no quiere hacerse cargo de la inflación y de otras grietas económicas que están ayudando a tirar la pared que se levantó oportunamente y permitió vivir en “estado de gracia”. Pero de allí a valerse de instrumentos antilegales y contra principios elementales en una democracia, es grave.
No asumir la responsabilidad, creer que son los otros los que hacen daño, configura una enfermedad psicológica bastante estudiada llamada “paranoia”. Según The American Heritage Stedman’s Medical Dictionary, la paranoia es “ un trastorno psicótico caracterizado por delirios de persecución o de grandeza. Es una forma de desconfianza hacia los demás extrema e irracional”. El sujeto paranoico no emite juicios correctos sobre la realidad.
Según el especialista italiano Luigi Zoja, autor de un reciente libro titulado, precisamente, “ Paranoia”, editado en varios idiomas incluido el castellano, el que la padece construye una teoría del complot, porque de esa manera parece encontrarle un sentido a su padecimiento. Se le pueden agregar los componentes “ laterales” : megalomanía y envidia, que se les atribuyen a los rivales, pero que en realidad le pertenecen al sujeto.
La sospecha invade de un modo indefectible al paranoico. La desconfianza resulta excesiva y distorsionada. Puede suceder que aquel de quien se sospecha sea en verdad un adversario, pero no por eso está complotando para destruir a quien sospecha. En la sospecha, la presencia de enemigos y su número tienden a crecer incluso en ausencia de motivos.
En las formas más graves se los encuentra por todas partes: se llega así al “síndrome de acorralamiento” y a la convicción de ser víctima de un complot. Si el paranoico sufre una ofensa, reacciona de una manera desproporcionada. Su réplica es exagerada porque está convencido de que esa ofensa es solo el comienzo de una persecución.
Zoja aclara que toda forma de paranoia completa es una construcción aparentemente lógica pero edificada a partir de un “núcleo delirante” y de un “presupuesto de base falsificado”. No desea dar explicaciones porque todo lo que hace lo justifica. El paranoico puede mostrarse infinitamente paciente en la espera de la ocasión propicia para atacar al “enemigo”. La paranoia es, por así decirlo, confirman los investigadores, el más antipsicológico de todos los trastornos mentales, porque es la única forma de pensamiento que funciona eliminando la autocrítica.
Hay un contagio paranoico en la sociedad, un proceso que tiene que ver con la cultura popular moderna y con la práctica de la política. Los líderes pueden -afirma Zoja- trasmitir paranoia. El pasado del mundo y del siglo XX lo confirma. La historia argentina está plagada de ejemplos y no muy lejanos. El “Cinco por uno” de Perón o “Que vengan que le vamos a hacer frente” de Galtieri.
Por todas estas patologías humanas, que existen, conviene poner en un país en crisis todo en su lugar. En su medida y armoniosamente, siguiendo la sabiduría antigua. Que cada sector y que cada dirigente asuma su responsabilidad. Que el Gobierno acepte sus equívocos. Y tratar de no ver fantasmas diabólicos donde no están, porque no existen. Si no se hace la crisis se acelerará vertiginosamente.