Por: Daniel Muchnik
La Argentina y sus dirigentes no dejan pasar un solo día sin sorprendernos. El jefe de Gobierno de la Ciudad le otorgó el Premio como “Personalidad de la Cultura” a Marcelo Tinelli, figura pública muy conocida. Mauricio Macri aclaró: “Es un premio a su esfuerzo y al lugar que se ganó en el corazón de millones de argentinos tras muchos años de trabajo y dedicación”.
El pedido del premio fue presentado por Oscar Moscariello, que es legislador por el PRO y al mismo tiempo vicepresidente del Club Boca Juniors. No, no se equivocaron de medalla. Seguramente Tinelli merece muchos premios. Por ejemplo: las empresas de medios audiovisuales deberían premiarlo por la alta capacidad de atracción de público y de obtención de ráting. En cierta oportunidad tuvo el 60 por ciento del encendido televisivo. Podrían premiarlo por su capacidad de hombre bueno que ayuda al deporte y nunca se olvida de colaborar con la gente de su pueblo de nacimiento.
¿Pero premio a la cultura? ¿Sabrán lo que es la cultura? Cultura es la capacidad de incorporar conocimientos para entender la historia de la humanidad, para realizar las investigaciones científicas, para lograr los adelantos tecnológicos, para generar sensibilidad en la gente frente al teatro, el cine, la literatura. Para construir una sociedad mejor, donde tape su costado salvaje, sus descuidos, su ignorancia. La cultura ayuda al compromiso, al entendimiento, al diálogo. Y, fundamentalmente, ayuda al cambio, imprescindible en estos momentos en la Argentina donde hay que dar vuelta la media por completo para soñar un país mejor, con la mejor explotación de sus activos naturales y una administración de gobierno que no limite, ni impida, ni denigre al prójimo y se ocupe con corrección en los menejos de los dineros estatales. Necesitamos, como escribían los estudiantes rebeldes de 1968 en Europa, ” la imaginación al poder”. Imaginar que tendremos esperanzas en que todo va a cambiar. Que saldremos de un callejón triste y gris de recesión, inflación, inseguridad y desempleo.
Marcelo Tinelli ha basado esa adhesión popular porque sus programas son la exégesis de cierto humor argentino de burlarse del otro. Tiene parecido a las bromas de las barras de adolescentes en los barrios porteños. Todo conversado a los gritos. Por llevar personas con defectos físicos dispuestas a demostrar que son tan poderosas o bellas como las normales. Mujeres que exhiben las bondades de sus físicos sin otra intención que ampliar la imaginación sensual del espectador. Todo en un solo combo. ¿Es esto cultura? ¿Así la ven los dirigentes? ¿Programas chabacanos, inverosímiles, pueriles, aplanados para la inteligencia? Se dirá: esto es lo que le gusta a la gente. La diversión después del trabajo, la distensión en familia. Nada de Borges, ninguna historia de Leloir, ni por asomo escuchar a Mario Bunge razonar sobre nuestra sociedad, nada de los mejores escritores argentinos, o recordar a Ginastera o a las nuevas figuras que asoman en el panorama de la música clásica. Nada esfuerzo, todo debe ser laxitud.
No, no es necesario poner al encargado del archivo de Alejandría -centro de la cultura del mundo en la antigüedad- a cargo de programas de televisión. Eso no sería televisión. Sería una cadena de aburrimientos. Pero ¿qué cuesta levantar la puntería de esta programación, de la que forma parte Tinelli, para no sentirnos tan denigrados o más denigrados? Sería bueno que los programadores analicen cómo resuelve el problema la BBC de Londres o la televisión española. Combinan películas sobre la naturaleza, la historia y la ciencia con programitas para exaltar a estrellas de cine. Pero evitando lo chabacano. Y, fundamentalmente, todos esos canales tratan de explicar qué pasa en el mundo.
Hace varias décadas, una antropóloga norteamericana, Margaret Mead, explicó que cultura es todo. Por ejemplo los indios que saben manejar los arcos, las flechas y la forma de capturar buenas presas en el río o en el mar también son una expresión de cultura. Claro, por supuesto, cultura de los tiempos primitivos.
Está claro que el deterioro de la televisión es mundial. En Estados Unidos los programas son, en su mayoría, pueriles e insoportables. Ni les cuento qué pasa en Italia.
Un premio a la cultura a Tinelli es una osadía. Y muestra la precariedad en la que hemos caído. Salvo que aquí prime, por sobre todo, la obtención de futuros votos en las elecciones.