Por: Daniel Muchnik
Ha llegado otro Día del Periodista pero, al igual que desde hace años, “no hay nada para festejar”, como decían nuestros antepasados. La “grieta”, el “abismo”, entre los que defienden muchas veces puerilmente al gobierno y los que lo observan puntillosamente, está presente y no hay atisbos de que se cierre por mucho tiempo. El kichner-cristinismo ha profundizado el desentendimiento y la falta de diálogo con los responsables de informar, a quienes ha maltratado en público usando el atril presidencial o cualquier otra oportunidad que se le presentara. A falta de opositores que le digan al poder las cosas por su nombre, eligió a los medios de comunicación de cualquier tipo y color con una mirada crítica como sus enemigos reales y potenciales. Ha favorecido con publicidad oficial millonaria la creación de medios de comunicación incluso de escasísimo tiraje o repercusión, pero no se conforma con ello.
Por supuesto que siempre hubo tensión entre los que están sentados en la Casa Rosa y el periodismo. Hipólito Yrigoyen, en su segunda Presidencia, hizo caso omiso de las denuncias de corrupción que elevaba la prensa a partir de 1928 y que concluyeron en el golpe de Estado de José Félix Uriburu en 1930. Luego de ese momento dramático, no se pudo probar que la corrupción hubiera existido en su gestión. Alguno de sus hombres muy cercanos terminó sus días vendiendo ballenitas y pañuelos en las calles céntricas de Buenos Aires.
Pero nunca se llegó a la realidad de estos días. En los gobiernos militares se censuraba, se controlaba, se vigilaba y se mataba (cuando el perseguido mantenía vínculos con la guerrilla) pero nunca se les echó en cara a los periodistas ser la causa de las crisis, como ahora. Alfonsín vivió en algunos momentos crispado porque no sabía como separar las visiones pesimistas de algunos ante la herencia económica decrépita que heredó y su no resolución más el desastre energético. Hasta lo sacaron a Tato dos años de la televisión. Y algunos jefes de Prensa de Ministerios protestaban porque en los medios oficiales se les ocurría dar espacio a los opositores. Incluso su administración financió un medio gráfico, “El Ciudadano” que se encargaba de “escrachar” a periodistas no condescendientes.
Menem tampoco tuvo paciencia, también se sintió herido y apeló a los Tribunales para tapar con juicios a quienes mostraban los ejemplos de corrupción. Imposibilitados de defenderse en el mano a mano los profesionales crearon la asociación Periodistas que con el tiempo y ya en la etapa kirchnerista desapareció por distintos motivos. En la implosión hubo un hecho -si se había practicado censura o no a un periodista en el diario Página 12- que llevó a una polémica entre los integrantes de la institución. Y a ello se sumó el rostro de la “grieta”, el recorte de publicidad a los medios no-oficialistas y el uso de las “carpetas de antecedentes” de los colegas. Y sanseacabó.
Todo el equipo que rodea a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner desprecia al periodismo. Para ellos simplemente deberían actuar como en tiempos feudales de la política. O sea, llevar los partes oficiales a diarios y sitios en Internet y publicarlos textualmente, como única información válida. Toda observación criteriosa a los actos de gobierno es considerada maliciosa. Jorge Capitanich, cuando ejerció como Jefe de Gabinete, imitó al presidente Correa de Ecuador y rompió en pedazos el ejemplar de un matutino. El Secretario de Comercio Guillermo Moreno hizo uso y abuso de matonismo con empresas periodísticas, en un estilo se diría -para ser suave- salvaje.
En los últimos años, precisamente por esa concepción adversa al oficio, la presidenta hace uso y por momentos demasiado abuso de la Cadena Oficial, a cualquier hora, cuando se le ocurre, con cualquier pretexto, así sea una inauguración que no sobresale. Un uso que no tiene antecedentes históricos, porque la Cadena Oficial sólo ha sido considerada en momentos claves y en situaciones decisivas para el destino nacional. Su respuesta frente a la crítica de los medios por esa extralimitación es que la prensa no recoge la opinión del poder. Ergo: ella usa el micrófono cuando quiere.
Como bien se ha dicho, es un estilo populista de visualización de la prensa. El gobierno se considera “representante del pueblo”, o “asume la voz del pueblo” y todo lo que lo contradiga es un acto destituyente, destructivo. No se diferencia mucho de lo que hacen los presidentes de Ecuador y Venezuela o de cualquier otra administración totalitaria en el mundo.
Pero sí de Brasil y Chile. En base a investigaciones periodísticas la presidenta Dilma Roussef ha conseguido elementos para echar a muchos funcionarios por corrupción, incluyendo ente ellos ministros y otros personajes importantes del Partido dominante. En Chile la prensa actúa sin miramientos y también ha sacado a la superficie casos de corrupción inaceptables que acorralaron a la presidenta Bachelet, la misma que había entrado al Palacio Quemado con una gran aprobación pública.
Por supuesto que esta gestión política cristinista no es dictatorial, pero se le parece. Los que criticamos no vamos a la cárcel, no nos cobran multa. Pero nuestra voz es acallada, vilipendiada y considerada enemiga peligrosa y destituyente. Vigilan los mails de los periodistas, los presionan de muchas maneras, les mandan mensajes mafiosos de venganza, estén donde estén. En las provincias, donde imperan regímenes muy verticalistas, la situación empeora, porque los periodistas están más expuestos a que “alguien” (se intuye quien puede ser) mande matones para castigar, queme automóviles, tirotee los domicilios, pinte maldiciones en la puerta de las casas particulares o directamente amenace con cobrarse sus vidas.
El momento se cruza con otra realidad que presiona. Las formas de la comunicación están cambiando. Los diarios pierden lectores, en general jóvenes, y triunfan los medios por Internet, de lectura amplia y fácil. De ninguna manera es el final de los diarios, pero surgen nuevos estilos, nuevas posibilidades. El oficio mismo del periodista ha cambiado.
No hace muchos años era un trabajo reconocido, jerarquizado y estaba en el centro del elogio de la opinión pública como un oficio necesario para vigilar y poner límites.
Un maestro de esta profesión, ya fallecido, Tomás Eloy Martínez, escribió a modo de legado: “El periodismo no es un circo para exhibirse, ni un tribunal para juzgar, ni una asesoría para gobernantes ineptos o vacilantes, sino un instrumento de información, una herramienta para pensar, para crear, para ayudar al hombre en su eterno combate por una vida más digna y menos injusta”.
Que así sea.