Por: Daniel Muchnik
El debate de esta noche es la primera experiencia argentina de este tipo de confrontaciones visibles, cara a cara. ¿Pero son instancias decisivas para ganar las elecciones a partir de un debate? La respuesta es —según la experiencia internacional— que no influyen en el resultado final, salvo detalles imprevisibles, inmanejables. Es decir, todo depende de la inteligencia política de cada uno de los que participan.
Hay antecedentes muy importantes en la historia de los debates. A fines de la década del cincuenta, en plena lucha por el poder (que era entonces el poder mundial), el demócrata John Fitzgerald Kennedy salió triunfante del debate con el republicano Richard Nixon.
En medio de una televisión en blanco y negro (todavía se estaba experimentando tecnológicamente la que vendría después), Nixon mostró dudas y lentitud en las respuestas. Pero lo que más lo perjudicó es que comenzó a traspirar abundantemente y las cámaras lo enfocaron cuando se secaba la frente. Y, por último, un detalle estético. Kennedy estaba bien parado, tenía un porte ganador, seguro, sonreía (aunque no con ironía). Estaba exultante. Colofón: Kennedy fue el que llegó a la Casa Blanca. Pese a que en Estados Unidos el voto no es obligatorio; sólo el 50% de la población tiene deseos de entrar al cuarto oscuro.
Lo mismo o casi lo mismo ocurrió en Colombia en 2010. Un brillante experto argentino en política internacional me comentó (paralelamente se puede seguir por YouTube) que en Bogotá Antanas Mockus era el preferido, según los encuestadores. Pero cuando llegó el debate, con preguntas abiertas, el periodista le preguntó a Mockus si el Gobierno de Colombia en su gestión estaría dispuesto a entregar al ex presidente Manuel Uribe a los ecuatorianos, tras el ataque contra terroristas en tierra de la administración de Quito. Mockus dudó, balbuceó. En ese ínterin, que fue una eternidad, su opositor en la campaña, Juan Manuel Santos (actual presidente) pidió a las cámaras que lo enfocaran y, sin dudar, dijo: “Colombia jamás entregará a nadie a un ex presidente de la nación”. Conclusión: ganó Santos en las elecciones.
Como se ve, todo depende de la inteligencia de los que están en el podio, pero también de reflejos en el momento justo.
A diferencia de otros debates internacionales, tanto Daniel Scioli como Mauricio Macri (que tiene esta vez las encuestas a su favor) llegan al enfrentamiento de este domingo muy fatigados por esforzados meses de campañas por todo el país y con discursos que se van polarizando después de un tiempo en el que los técnicos de los dos canditatos explicaban sus pasos de manera parecida. Macri ha cuidado de no devolver a su adversario de la malvada campaña sucia de publicidad preparada por el oficialismo.
Pero esta es la última oportunidad para Scioli, que faltó al anterior debate más amplio, porque —según sus seguidores— le temía a las agresiones y presentó otras excusas que, en su conjunto, eran pueriles.
¿El debate de hoy cambiará la tendencia de lealtad a Scioli o a Macri? Lo dudo. Salvo algún tropezón grande, de esos que dan vergüenza ajena. Saben los asesores de Scioli que cada aparición de su líder junto con Cristina Fernández, en actitud de subordinación (como ocurrió casi siempre), es muy nocivo para su imagen. Por eso, los periodistas informaron que la Presidente, por su cuenta, no le exigirá presencia en los actos que realice hasta el último momento antes de las elecciones.
Este debate presencia un gran debate interno dentro del peronismo. Muchos funcionarios de nivel ven, con paranoia, traiciones, intrigas y ataques ocultos, algo así como dagas en los pasillos. Sabe bien Scioli que en este encuentro se juegan muchas más cosas de las que se cree. Por ejemplo, quién ocupará la conducción del peronismo.
Es Sergio Massa quien le hará frente a la presidente Cristina Fernández o a cualquier otro, porque desde allí buscará la revancha en otras elecciones. Massa es un protagonista de peso.
Scioli también llega con una carga pesada que es su identificación hasta ahora con el kirchnerismo-cristinismo.
Él la jugó de kirchnerista bueno, no confrontativo, por lo tanto con el rechazo de los de Carta Abierta y de todos los que añoran un pasado violento que ha sido teñido de romanticismo en la Casa Rosada.
Macri viene actuando con sobriedad. Pero si gana las elecciones, tendrá que demostrar que todo lo que promete lo podrá hacer. La herencia que recibe es tremendamente pesada y superarla puede devorar a cualquiera. Una inflación del 27%, un déficit fiscal casi nunca visto en la historia económica del país, que está sin dólares, sin contacto con el mundo, solo, aislado, por culpa de una política exterior sin sentido de la realidad y sin ser tenida en cuenta por todos los poderosos del planeta y los que no lo son. Además, con alto nivel de desempleo, con deudas (los holdouts, la de los importadores, la de un comercio exterior llevado a un grado extremo de fragilidad).
En el debate, frente a frente, tendrá que demostrar arrojo y valentía, con los pantalones bien puestos ante lo que vendrá cuando lleguen los tiempos difíciles. Porque hasta ahora todo fue una fantasía, o una suma de estadísticas falsas.