Las expectativas de inflación empujan al dólar

Daniel Sticco

Cómo en los viejos tiempos, enero comenzó muy caliente, más allá de la estacionalidad del clima.

La razón es muy simple: se agotó la capacidad de gasto del Gobierno con recursos genuinos justo en el momento que más lo necesita para su política proselitista.

Las cuentas de las finanzas públicas, cuyos movimientos comenzaron a difundirse cada vez más tarde desde hace varios meses, son claras en mostrar un paso acelerado del ahorro fiscal al déficit creciente y a la acumulación de atrasos con proveedores.

De ahí que ahora más que nunca el financiamiento de las denominadas políticas activas para impulsar un consumo que se cae a pedazos (en diciembre las ventas en los supermercados se derrumbaron 6,5%, pese a que el Indec quiere hace creer que volaron 14,1%) será a través de la emisión de pesos por parte del Banco Central y el uso de los fondos de los jubilados.

Pese a ese cuadro, las presiones sindicales forzaron un aumento amarrete del mínimo no imponible de ganancias de 20%, cuando debería haber sido de poco más de 75%, por la omisión en 2011, 2012 parcialmente y la que correspondería en este 2013, y exigencias legales llevaron a anunciar una nueva suba de las jubilaciones de más de 15 por ciento.

No se trata de ajustes inesperados, sino claramente previsibles con debida anticipación. Sin embargo, la falta de una política económica sólida y de timoneles amantes de la generación de caja para enfrentar esas exigencias llevan a vivir al día.

Esto es lo que repentinamente han advertido los agentes económicos en los últimos meses, pero que recién ahora parecen haber reaccionado en forma furibunda en busca de protección de sus excedentes financieros. Y se sabe, cuando eso ocurre, la vedette pasa a ser el dólar, más allá del cepo, los controles y las amenazas de la AFIP.

De manual

Los economistas profesionales saben muy bien que en la economía, como en cualquier orden de la vida, se puede hacer cualquier cosa menos evitar las consecuencias. Y eso es lo que se observa ahora.

Desde el inicio del segundo mandato de Cristina Kirchner se decidió vivir con lo nuestro, pese a que eso lleva a vivir con lo puesto, según recordaba el inolvidable Abel Viglione, para lo cual se prohibieron los pagos de dividendos al exterior, se restringieron las importaciones, se desalentó sin éxito el turismo al exterior, se aceleró el aumento del gasto público a un ritmo mayor al que tuvieron los recursos y no se atendió el inquietante drenaje de las reservas en divisas del Banco Central.

No hace falta ser economista para visualizar que ese cóctel no es sostenible, más aún porque la inocultable señal de los precios de la economía hace varios años que viene dando muestras de un severo desequilibrio que, lejos de estabilizarse, ha comenzado a espiralizarse.

El Indec podrá publicar que la inflación es de 10% al año y el Banco Central decir que con una devaluación de 14% al año mejora el tipo de cambio competitivo. Pero los datos del comercio exterior muestran un claro deterioro que va más allá de la crisis internacional o de la pérdida de cosechas.

Eso es lo que han comenzado a observar más detenidamente los agentes económicos y por tanto optan por terminar de sacar de los bancos los pocos dólares que mantenían en cajas de ahorro o plazo fijo y salir en manada en busca de los pocos billetes que circulan en la City.

El proceso podrá atenuarse inicialmente con una severa política de astringencia monetaria, es decir, inducir a la suba de las tasas de interés para ahorrar en plazos fijos a niveles bien altos, más de 30% anual, en lugar del 15% actual. Pero, se sabe, eso será pan para hoy y hambre para mañana.

Por tanto los desequilibrios de la macroeconomía, que con contundencia quedaron al descubierto en el primer mes de este año electoral, no se corregirán si el Gobierno sigue más preocupado en incentivar el consumo sin caja genuina.

El retorno a los planes de estabilización

Es tiempo de encarar un plan serio de austeridad fiscal. Eso no pasa por no aumentar el mínimo no imponible, o no honrar la Ley de Movilidad Jubilatoria, sino por contener el gasto superfluo, consensuar con las provincias programas de responsabilidad fiscal, a cambio de replantear las transferencias discrecionales, desatar los nudos que traban el normal flujo de la actividad productiva y comercial, y frenar la creciente presión tributaria para dar oxígeno al sector privado.

Mientras nada de eso ocurra, la demanda de dólares en el mercado paralelo seguirá creciente, los precios de la economía seguirán su carrera alcista, porque muchas empresas y comercio deberán compensar con más precios la pérdida de volumen, y el deterioro de las cuentas públicas se acentuará, alimentando un círculo vicioso que caprichosamente las autoridades económicas se niegan a reconocer.