Por: Dardo Gasparre
Semana de aniversarios ésta. Hoy, como todos recuerdan, se cumplen tres años de la implantación del Cepo Cambiario. Inmodestamente, este columnista reivindica para sí el derecho de autoría del término, en un artículo publicado en 1991 en un conocido diario económico, criticando a la futura convertibilidad, otra clase de cepo, pero cepo al fin.
Casi ningún economista o periodista especializado, dejó de advertirle al gobierno que la medida era inútil, contraproducente, paralizante e implosiva. Con esa seguridad y esa superficialidad que meten miedo, con las que se manejan los temas importantes del país, se avanzó con esta idea desesperada. Se suponía que de ese modo, amarreteando divisas, se llegaría cómodamente hasta el fin del mandato.
La medida, per se absurda, se volvió más grave porque además de la restricción a la compraventa de divisas, se fue sumando el atraso cambiario, que también el Gobierno había hecho (y sigue haciendo) todo lo necesario para crear, al gastar y emitir irresponsablemente, término que nadie ha dejado de usar para calificar el despropósito.
Esa mezcla de restricción y atraso terminó siendo un verdadero subsidio para quien pudiera conseguir que el Banco Central le regalase una parte de cada dólar que pudiera conseguir. No muy distinto a lo que le pasó al numen del justicialismo en su segunda presidencia.
Ahí comenzó la estampida, legítima en algunos casos, ilegítima en otros, corrupta en otros, para conseguir ese dólar barato, con las consecuencias que conocemos: nadie entra dólares, todos tratan de comprar. Resultado: pérdida de reservas, de inversiones, de radicaciones, de importaciones, de exportaciones, de mercados y de confianza.
Este Cepo se amplía ahora con otra medida similar que redobla la apuesta y el error, y que implica un grave desconocimiento del funcionamiento del mercado financiero y de la realidad de las empresas. Y hasta de la lógica elemental. Me refiero al cepo al contado con liquidación, esa operatoria totalmente legal por la que alguien que compra en la Bolsa local bonos o acciones argentinas (ADR’s) que cotizan en dólares en Wall Street, puede comprarlas en pesos en ese mercado, pagar el precio del dólar libre o blue más gastos, y luego enviar esos valores a New York, donde se venden a valor de mercado, con lo que las empresas o cualquier particular con fondos blancos puede mandar sus dólares al exterior pagando el valor del mercado libre, sin que al Central se le escape un solo dólar.
En un capricho insensato, la Presidente arremetió contra ese mecanismo porque algún asesor o vecina le advirtió que el mecanismo fogoneaba o bendecía el mercado del blue, cosa que no he podido comprender cómo se produciría, por lo que no intentaré explicarla.
Los ministros y demás funcionarios salieron entonces al ruedo y, sin ninguna ley ni reglamentación, en un accionar estaliniano, ponen diariamente presión sobre los operadores para evitar esa modalidad y conformar a su Jefa.
Como hace tres años con el cepo original, se comete un error similar y acaso más grave. Por una parte, comprar dólares de esa manera, permite a las empresas remesar dividendos. No hacerlo representaría tener que eliminar los resultados argentinos del balance consolidado, y hasta la inversión según las prácticas del FAS. Y eso sería muy grave. Y no se puede eludir que también de ese modo se pueden pagar insumos que por culpa del otro cepo no se pueden pagar, lo que provocará algunos desabastecimientos importantes.
De más gravedad es que el gobierno ignore que para que se puedan comprar bonos con pesos y volverlos dólares en NY, alguien tiene que hacer la operación inversa, es decir traer bonos blancos en dólares y venderlos en pesos en la Bolsa local. Eso significa que el fantasma no existe porque la operatoria es neutra. Además de que nunca han entrado ni salido dólares del país.
Pero lo que sí es válido, es que mediante esta segunda operatoria, que llamamos “contado con liqui inverso”, las empresas se hacen de fondos a 13 pesos por dólar en lugar de tener que ofrendar sus dólares a 8.50 al Central dilapidador. Con esta medida, muchas empresas verán encarecer sus sueldos, cargas e impuestos, en 33%. ¿Cuánto tardará en afectar la cadena de pagos este despropósito? ¿Cuánto tardará en desaparecer la poquísima inversión que aún queda?
Cuando se implantó este desgraciado Cepo Cambiario que cumple tres escuálidos años, previnimos que el efecto sería el que está resultando ser. Parálisis. Desempleo. Recesión. Desinversión y hasta algún eventual racionamiento. Es oportuno advertir ahora de los efectos de este nuevo cepo caprichoso y obstinado, aun sabiendo que nadie prestará oídos a estas opiniones.
Hay economistas que sostienen que para salir del cepo original se necesitan 3 ó 4 años. Craso error y peligrosa concepción.
Se necesitan cinco minutos y una resolución de una carilla. Lo que ocurre es que la cómoda idea de un Banco Central proveedor de última instancia de dólares más o menos subsidiados, ha sido la base del modelo argentino. No, no de los últimos diez años. De los últimos sesenta años. Así nos fue. Así nos irá, si persistimos en esta idea esencialmente estatista y prebendaria.
Hace sesenta años, no tres, que Argentina tiene siempre alguna clase de cepo cambiario. Algunos nos convienen más que otros. Pero todos, sin excepción, los pagó y paga la sociedad.