Dos operaciones de alta precisión se están realizando en La Habana, Cuba. Una de ellas, tendiente a soliviantar la pesada carga del incurable cáncer que afecta al presidente venezolano Hugo Chávez; paliar el dolor parece ser lo único que le queda al servicio médico de la isla. La otra es de altísimo riesgo, pues tiene que ver con el problema de quién y cómo ha de mantener el poder de tal forma que garantice la supervivencia del proyecto chavista bolivariano socialista. El agravamiento de la salud del presidente Chávez tendrá profundas repercusiones, no sólo en Venezuela sino en buena parte del continente americano. El liderazgo forjado con su generosa billetera de petrodólares tenderá a desaparecer en la medida en que el cáncer impida su desplazamiento que con aires de Bolívar resucitado realizaba para otorgar favores a movimientos amigos, presidentes incondicionales y campañas electorales. No se observa, en el corto plazo, un líder capaz de copiar su indudable capacidad para tejer redes de apoyo a cambio de dólares. Esta es la razón de la preocupación que desvela a los hermanos Castro, la dinastía dictatorial que ha hecho depender "su revolución" de la ayuda exterior; primero, de la desaparecida Unión Soviética y en los últimos años, de las dádivas de su amado discípulo. Ellos saben que el fin de Chávez significará, muy probablemente, su fin. Después de 50 años de fracasos, de dictadura, de anulación de las libertades, de la oposición y de la democracia, Cuba no es hoy en día una economía que se pueda valer por sí misma. Por eso buscan de forma desesperada una "salida" que garantice la continuidad de la "Revolución Bolivariana". De ahí el manejo reservado de la salud de su principal financiador. El control férreo del tratamiento médico en Cuba y de los desplazamientos del gobernante venezolano tiene como explicación la búsqueda de una fórmula que hasta ahora les es esquiva. Desde luego, poner de acuerdo a todas la dispares tendencias del proyecto chavista no es asunto fácil, menos cuando de por medio está la supervivencia de la longeva dinastía. La última "reflexión" del más grande manipulador del continente americano en toda su historia trae, entre líneas, lo que podría ser la salida. Fidel habla de una posible conjura de Obama y sus aliados para propiciar un golpe de Estado en Venezuela. Crear artificiosamente una atmósfera de peligro de la Revolución puede ser la disculpa perfecta para hacer precisamente eso que le atribuyen a sus enemigos, un golpe de Estado, que por supuesto no se llamaría de esa forma. Los comunistas son hábiles maestros de la propaganda que hace ver las cosas tal como no son o como a ellos les interesa que sean vistas. Saben que al proyecto del socialismo chavista bolivariano, sangre de su sangre, hay que defenderlo a capa y espada así sea al precio de suspender las elecciones de octubre porque la oposición, apoyada en militares reaccionarios y traidores, va a aprovechar la debilidad de Chávez para tomarse el poder a la fuerza. De manera que los cubanos, que tienen invadida a Venezuela con misiones policíacas y con su servicio de espionaje, saben que Chávez está fuera de juego, que su cáncer es tan agresivo que hay dudas de que pueda resistir la campaña electoral en curso y que ese factor juega a favor de Henrique Capriles, el líder de la oposición. Pero ellos, los cubanos y sus esbirros de todas las tendencias, jamás van a reconocer esa situación, jamás admitirán que el problema es la salud de Chávez y por eso han empezado a hablar de un fantasmal golpe de Estado del "imperialismo yanqui" y la oposición venezolana. Habrá que estar mirando la situación con los ojos bien abiertos, pues los cubanos y los Castro no actúan solos. Tienen detrás a los presidentes del grupo ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas), que serán incondicionales con lo que se decida en La Habana. Daniel Ortega, Rafael Correa y Evo Morales, en primera línea, servirán de megáfonos de la estrategia protectora de la "Revolución". Ellos saben que está en juego su futuro y, por tanto, todo ese proyecto demagógico y populista. Saben que su fuerza deriva de la ayuda que reciben del tirano opulento. Serán puntales en el plano diplomático para que ni la OEA ni Unasur ni la Celac ni la ONU condenen la medida extrema a que se vio obligada la dirigencia chavista. En periferia todavía muy cercana, oiremos declaraciones de solidaridad de los presidentes de Argentina, Paraguay, Uruguay, los mandatarios de los países antillanos y, nada raro, hasta de la presidente de Brasil. El bloque antinorteamericano no puede darse el lujo de quedar al borde del colapso. Todo tiene solución, así sea al precio de sacrificar la democracia en la neocolonia cubana, que es, cosa insólita, más rica que la metrópoli. Vendrán días de gran tensión, de amenazas, de mucha bulla y escándalo. Fidel escribirá (o le redactarán) más a menudo, Chávez recalentará su Twitter para evitar que se vean sus impedimentos físicos. Los "tres chiflados" (Evo, Correa y el cantinflesco Ortega) intercederán para apoyar lo que les ordenen desde La Habana, no tienen alternativa. Curiosamente en Colombia, el gobierno de Santos, que ya ha dado pasos muy favorables a Chávez, a quien declaró su "nuevo mejor amigo" y a quien honró al calificarlo de "factor de estabilidad regional", se vea ante un impensable dilema: reconocer la medida de fuerza castro chavista o salir en defensa de la democracia y de la realización de elecciones el 7 de octubre. ¡Es cierto! El proyecto chavo-socialista bolivariano está en grave riesgo. Sus defensores, sus beneficiarios y sus aliados harán hasta lo imposible por evitar su fracaso. Los demócratas del continente, los gobiernos que creen en la democracia, hoy en condiciones minoritarias, están en la obligación ética y política de estar alertas y preparados para acudir en ayuda de los demócratas venezolanos y evitar que la oposición y Capriles sean sacrificados. Por nada del mundo se debe aceptar la idea de aplazamiento de las elecciones, mucho menos la instauración de un gobierno de salvación nacional, pues eso significa, ni más ni menos, un golpe de Estado castro-comunista.