Está totalmente claro que Romeo Langlois es un periodista, que está en manos de las FARC, que esta guerrilla ha convertido el asunto en show publicitario y exige a cambio de su libertad la del director de Anncol (Agencia de Noticias Nueva Colombia, cercana a la guerrilla) detenido en Colombia y la realización de un debate internacional sobre la libertad de prensa. Secuestro con fines extorsivos es el nombre técnico que se le da en el ámbito jurídico a la acción que está cometiendo la guerrilla. Estamos ante un mentís de esta guerrilla a su compromiso de no secuestrar a nadie más con fines extorsivos. En eso no hay confusión, el periodista estaba desarmado, herido y corrió hacia ellos quitándose el casco y el chaleco para demostrar que era un civil. Lo que están haciendo las FARC no es una acción altruista, retener civiles está prohibido por el DIH (Derecho Internacional Humanitario). Si un hecho de esta naturaleza hubiese sucedido en cualquier país europeo, el escándalo sería monumental como también las protestas. En Colombia no es que no haya solidaridad con la suerte de Langlois, se exige su libertad, pero no faltan quienes quieren descargar la responsabilidad de la situación en el Ejército colombiano por haberle suministrado un casco y un chaleco antibalas. Supongamos que en efecto haya sido un error, pero ni siquiera eso da para justificar a la guerrilla por el secuestro o por haber convertido en secuestro lo que hubiese sido una retención accidental en medio de un combate. Me llama la atención, por insólito y por acrítico, que un intelectual de la talla de Alfredo Molano se haya devanado los sesos en una columna (El Espectador, 07/05/2012) en la que, por especular sobre la suerte del periodista cuando no había certeza de quién lo tenía, termina por eximir de culpa a la guerrilla y brinda desabridas explicaciones y comparaciones inapropiadas. Dijo Molano en su columna que "habría sido inteligente como guiño de paz" que la guerrilla, en caso de tenerlo, lo hubiese liberado el 3 de mayo, día internacional del periodista. Y entonces vale la pregunta ¿por qué razón hay que concluir que una situación de retención indebida convertida en secuestro, se puede desprender un gesto de paz? De manera que si un sujeto comete un robo y devuelve el producto del mismo, ¿hay que valorar al ladrón como un sujeto honrado? ¡Vaya lógica ética y política la que nos ofrece Molano! Encontramos cosas peores en su columna cuando más adelante afirma, después de intentar adivinar quién lo tiene, que "lo grave de verdad es que la guerrilla no tenga al periodista", insinuando que si la guerrilla lo tiene en su poder no es tan grave. Y como es evidente que si no lo tenía la guerrilla estaba en manos del Ejército nacional, eso sí sería lo peor. Razonamiento acorde con la forma de pensar del sociólogo Molano para quien todo lo que es de la Fuerza Pública es peor y más detestable que lo que proviene de la guerrilla. Molano ensaya varias explicaciones para entender el silencio de la guerrilla: las dificultades del terreno, las técnicas, la logística, al fin de cuentas la guerrilla "no tiene helicópteros -como los tenían los paramilitares- ni equipos de comunicación no rastreables", (en este punto razona igual que el Colectivo Alvear para el que la pobreza de medios de los guerrilleros justifica su no observancia del derecho internacional) por tanto, había que ser pacientes y esperar a que se diesen las circunstancias seguras para que reconocieran su autoría. Como en efecto ocurrió y pudimos ver días después en la declaración de un jefe guerrillero bien guardeado, bien apertrechado y bien afeitado. Concluye Molano su especulación recordando la retención del periodista Hollman Morris y de dos de sus colaboradores, cuando, en la misma zona, por haber "cubierto" la liberación de unos soldados, se les acusó de "apologistas del delito y propagandistas de las Farc". Todo un exabrupto pues en ningún sentido se puede pensar que son casos similares. Lo de Morris fue una retención momentánea realizada por la Fuerza Pública legítima, no fueron encarcelados, ni enjuiciados, ni se pidió rescate por él y sus colegas, ni se intentó chantajear a nadie. Se les retuvo porque habían estado en un lugar en el que no tenían porqué estar ya que violaban un pacto de coordenadas y zonas de paso y presencia restringida entre el gobierno, las guerrillas y Brasil como testigo. Diferencia fundamental que Molano quiere desdibujar con el torpe propósito de encontrar alguna excusa para el caso Langlois. El fín de su artículo no podía ser más desacertado y cándido: "Abrigo la esperanza de que él esté haciendo un reportaje con las FARC que incluya propuestas para el acercamiento con el gobierno". La realidad que se vino a saber después se ha encargado de demostrarle cuán equivocado estaba y cómo la guerrilla le restriega en su cara el favor que le quiso hacer en su acrítica y comprensiva columna. ¡Así paga el diablo a quien bien le sirve! Una reflexión final: ¿Se dan cuenta por qué merecen ser catalogados de ilusos, personajes de la vida nacional como Alfredo Molano, Juan Manuel López Caballero, Ernesto Samper, algunos renombrados periodistas y otros soñadores insulsos que siguen creyendo y quieren hacernos creer en la voluntad de paz de las FARC? A mí, al menos, me parece curioso y hasta sospechoso que los colectivos que dicen estar al servicio o en la búsqueda de la paz, guarden silencio frente a este atropello contra el periodismo que es lo que significa el secuestro de uno de los miembros de la profesión.