No me queda otra alternativa que ofrecer disculpas a mis lectores por haberles hecho creer que el periodista Langlois había sido secuestrado por las Farc. Pues, es claro que quien recobra la libertad tan agradecido con sus captores, dando declaraciones tan generosas sobre el buen trato, el gran respeto, que a decir verdad "no la pasé tan mal y hasta me pidieron excusas por haberme presentado en principio como un prisionero de guerra", es porque no sintió ultrajada su libertad. El hombre salió feliz con su cámara filmadora, en medio del jolgorio previamente preparado, con periodistas de la cadena chavista Telesur y la "eficaz" mediación de Piedad Córdoba que cumple feliz su papel en cuanto le permite mantener vigente su aureola de benefactora de la humanidad. En principio no tuve dudas acerca de la condición de secuestrado del periodista francés y así lo sostuve mientras los dialoguistas decían que ahí lo que había era una retención equivocada de las Farc. Y creo que en derecho había que llamar secuestro al hecho cometido por el frente fariano. Pero, con lo que no contábamos es que los comandantes guerrilleros cambiaron el sentido de las cosas, de los hechos y de las palabras, para sacarle provecho político a la "retención humanitaria". No sé hasta qué punto el señor Langlois buscó quedar del lado de la guerrilla en medio del combate y si lo hizo como expresión de un impulso aventurero para conseguir una chiva y hacer tomas y entrevistas, de esas que Raúl Reyes les facilitaba a los periodistas extranjeros. El tono de las declaraciones de Langlois difícilmente se puede interpretar como consecuencia del síndrome de Estocolmo. Emerge en la escena un conocido comportamiento de ciertos núcleos de la izquierda del primer mundo que ve el conflicto colombiano como una confrontación entre justos e injustos. Pienso que la satisfacción mostrada tiene que ver con el hecho de haber vivido una experiencia buscada adrede que le permitió filmar horas de material para editar varios documentales en los se mostrará el heroísmo de los guerrilleros, la justeza de sus aspiraciones y el control que ejercen sobre amplias zonas del país. Una manera perversa de dar cuenta del conflicto, apelando al engaño, poniendo en tensión a la opinión pública, al periodismo, al gobierno colombiano, prestándose para que hicieran uso político con su situación y para que unos pocos colombianos que dicen querer la paz, realizaran el show mediático de la liberación. ¡Que carajos! ¿Cuál liberación? Si al señor Langlois sólo le faltó despedirse de los jefes guerrilleros con un "merci beaucoup, je vous en prie". La inmensa mayoría de colombianos estamos fatigados con unos cuantos periodistas aventureros e intelectuales ilusos y con otras personas idiotas útiles de la "revolución armada" que divulgan una versión robinhoodesca sobre los grupos armados irregulares. ¡Cómo así que este periodista ahora sale a darnos lecciones sobre el conflicto y a advertirnos que es mejor negociar, que ellos pueden quedarse otros 20 o 40 años dando bala, que esos "campesinos" son unos "luchadores" que pueden aportar mucho a la sociedad. No, merci beaucoup Monsieur Langlois y toda esa lagartería internacional que se lucra con nuestras desgracias y que se dan aires de progresismo creyendo que los colombianos vivimos como salvajes que necesitan de sus enseñanzas. Quédense en sus países informando sobre la profunda crisis que afecta la calidad de vida de millones de personas y abandonen sus pretensiones neocoloniales disfrazadas de humanitarismo. Una muestra de la influencia y amedrantamiento que ejercen este tipo de personajes es detectable en la ominosa tarea que se apresta a realizar el gelatinoso y acomodado senador Roy Barreras, que visitará en Miami al señor José Miguel Vivanco, esa especie de pontífice, de facto, de los derechos humanos, a explicarle a él que el exabrupto de la ley marco de paz no es un camino a la impunidad, en vez de dar el debate y la explicación en Colombia y mantenerlo entre nosotros. La indignidad está llegando al extremo de discutir nuestras leyes por fuera de los escenarios de nuestra democracia. Uribe y Santos Como si hubiesen actuado de manera concertada, varias voces dejaron saber su honda preocupación por el tono enconado que está usando el expresidente Uribe contra el gobierno de Juan Manuel Santos. El nuevo ministro del Interior, Rengifo, expresó que eso no le convenía al país y más o menos en el mismo sentido se expresó El Tiempo en un editorial, la revista Semana y hasta el otrora antisantista y muy enconado y furibundo antiuribista senador liberal Juan Fernando Cristo. ¿Qué tipo de demócratas son estos que en vez de abrirse al debate y a la polémica, que en vez de admitir la crítica como elemento sustancial de la democracia, pretenden acallar las voces incómodas? ¿Por qué no se manifestaron de idéntica forma cuando el presidente Santos deshonró sus compromisos con el uribismo y con la seguridad democrática y se dejó caer en los brazos de quienes se habían opuesto con vehemencia, con virulencia y con sectarismo agudo contra el gobierno de Uribe Vélez? ¿No les pareció indebido el giro de 180 grados de Santos, que eso va contra el espíritu de la democracia, contra el juego limpio y que es una validación del tan criticado "todo se vale"? O pensarán que ¿contra Uribe todo se vale, hasta la traición y el silenciamiento? De modo pues, que cuando alguien, y en particular una autoridad de primer orden, hace algo indebido contra las reglas de la democracia, es legítimo, en toda la línea, la crítica vehemente. Es parte de las reglas del juego en democracia. Muy equivocado estaba Juan Manuel Santos si llegó a pensar que en una racha de póker podía dar una patada en el trasero al expresidente Uribe y que eso no iba a tener consecuencias. Se nota que no calculó bien con quien se estaba enemistando. En política no hay deuda que no se cobre ni ofensa que no se responda.