Curioso mapa político en Colombia

Darío Acevedo Carmona
Desde Medellín.-  La proclamación del movimiento Puro Centro Democrático por el uribismo, ha motivado airadas descalificaciones de parte de quienes quieren hacer ver tal hecho político como la concurrencia de sectores de derecha y de extrema derecha. Algunos comentaristas liberales y de izquierda consideran que se ha producido un realineamiento de fuerzas. El nuevo mapa político colombiano es caracterizado, a la vieja usanza, por la existencia de agrupamientos, no necesariamente de tipo partidista en lo orgánico mas sí de orden ideológico, que van desde la extrema derecha hasta la izquierda. No explican la omisión de la extrema izquierda a pesar de que así completarían el cuadro de un polo al otro. De pronto más adelante entendamos las razones.   No sobra advertir que tal forma de ver las cosas, aunque no es totalmente inadecuada, no siempre es útil para comprender las lógicas de la acción política y las de las formulaciones programáticas. Es muy común, sobre todo en las elites partidistas, apelar a estas distinciones más con un ánimo macartista, descalificador e injurioso para estimular las pasiones de la militancia de base, generalmente primaria y poco reflexiva. De esa forma, en vez de aclarar contenidos, ideas y proyectos, lo que se busca es crear miedo, pánico, incertidumbre y odio respecto a aquello que se ubica en los extremos, sentimientos que pudieron ser razonables en otros momentos, en otras circunstancias y en otras latitudes cuando las fuerzas extremistas lograron el poder y conducir a sus pueblos a guerras de exterminio y a desastres humanitarios justificados como sacrificio para alcanzar metas utópicas como la sociedad sin clases, la clase de vanguardia, la raza superior, la nación dominante o el pueblo escogido.   Si nos atenemos a lo escrito en muchas de las recientes columnas de opinión en la gran prensa tendríamos un mapa político bien curioso, veamos algunos detalles que quiebran el esquema: Ernesto Samper saca pecho como centroizquierdista aunque la situación material de los pobres empeoró durante su gobierno y entregó el país hecho un desastre. Personajes dogmáticos e incapaces de reconocer su adhesión a las fracasadas ideas y experiencias comunistas, como Alfredo Molano, se ubican en la izquierda "decente". A la extrema izquierda, es decir, el terreno en que se deben ubicar las fuerzas que defienden métodos ajenos a la democracia, como la lucha armada, ligada a actividades lumpen de narcotráfico y mezcladas con crímenes sistemáticos de guerra y de lesa humanidad, para, supuestamente alcanzar metas de justicia social, no ubican a nadie en Colombia, ni siquiera a las FARC, ni a sus escuderos de la periferia civil. El extremismo está, según ellos, a la extrema derecha, donde están los "partidarios de la guerra", los que ponen el énfasis en la recuperación del orden y la autoridad, da lo mismo si se atienen a las reglas del juego democrático que si apelan al golpe de Estado, a la guerra sucia o a la creación de grupos paramilitares. Para los columnistas en cuestión lo que importa es borrar toda distinción entre procedimientos democráticos y procedimientos ilegales de fuerza, como la organización de grupos civiles (camisas negras, camisas pardas, círculos de defensa de la revolución, grupos paramilitares, grupos de autodefensa, guardias rojos) a los que presta acertada atención el filósofo italiano Norberto Bobbio en su clásico manual Izquierda Derecha, para establecer las diferencias en el presente entre lo que representa estar por dentro o por fuera del campo democrático, criterio básico para definir a los extremistas de uno y otro lado.   En la experiencia política colombiana no hemos tenido, por fortuna, movimientos  duraderos y fuertes que amenacen la democracia, precaria y todo, pero democracia, es decir, no se han consolidado grupos en torno a ideas y banderas de extrema derecha, ultranacionalistas, xenófobas, racistas o religiosas que condujeran al establecimiento de un Estado autoritario y dictatorial, excepto el proyecto falangista de los años cincuenta. Los que se empecinan en dibujar el nuevo mapa político tienen que apelar a otros insumos para darle asidero a la tesis de que en el nuevo movimiento uribista está esa extrema derecha que quiere imponer sus designios antidemocráticos. La justificación de la maroma interpretativa, entonces, remite a la política que se proponga para encarar la amenaza de los grupos armados ilegales contra el Estado colombiano.   Para clasificar de progresista hay que asumir, al menos, el punto de vista de que las guerrillas son expresión de rebelión social, no nacen de proyectos políticos autoritarios, tipo comunista, que pregonan la abolición de la democracia para el establecimiento de la dictadura proletaria (o democrático popular como gustan llamarse para no espantar a los ingenuos) sino de condiciones objetivas de injusticia. Progresista es aquel que piensa que la guerrilla siempre ha sido respuesta a la opresión política y que lo que ha faltado es brindarles un espacio político para que adelanten sus actividades en condiciones de igualdad que los demás partidos y movimientos. También dicen que se debe poner fin al conflicto a través del diálogo sin condiciones previas.   Para clasificar en la izquierda, además de lo sostenido por los progresistas, hay que impulsar la salida negociada al conflicto social y armado, ya que el lazo que une el alzamiento armado con las luchas sociales es indisoluble. Para la izquierda, las guerrillas son de extrema por culpa del establecimiento que no accede a sus exigencias, las cuales considera ajustadas a las expectativas de las clases populares. Esta izquierda es víctima de un sentimiento oscilante irrefrenable respecto de la democracia colombiana pues tan pronto y fácil la descalifica y la condena como es capaz de superar ese "imponderable", vencer los escrúpulos y participar en las luchas electorales donde casi siempre logra recoger el sentir de algunos descontentos. Se diferencia de la extrema izquierda en cuanto ésta confía plena y totalmente en la toma del poder para el pueblo por la vía armada para instaurar el socialismo, mientras que ella cree que es factible una solución negociada de tú a tú entre el Estado y ella.   De manera que el criterio imperante para definir el lugar ocupado por cada agrupamiento es la política que se propone frente al conflicto armado y quienes empuñan las armas contra la democracia. Es fácil para estos columnistas llegar a la conclusión de que entre derecha y extrema derecha no vale la pena hacer diferencias, son lo mismo, se refieren con similar carga estigmatizante a una y otra. Y unos y otros son de extrema derecha porque, dicen, tienen una posición guerrerista (guerrerismo que no le reconocen a las guerrillas y por eso es que en sus análisis desaparece la extrema izquierda). La extrema derecha, según los creadores del nuevo mapa, aboga por una salida de fuerza, se opone a la negociación, considera que sólo cabe la rendición y que basta con ofrecerles a los guerrilleros unas medidas de justicia transicional.   Los neogeógrafos de la política hacen a un lado temas sustanciales de la vida contemporánea como el papel del Estado en la economía y en los problemas sociales, la globalización, el libre comercio, la defensa de la democracia y los derechos humanos, la lucha contra el terrorismo, entre otros, porque éstos no se dejan encajonar en sus propuestas reduccionistas. Por ejemplo, cuando tocan el asunto de la seguridad y el orden, se dejan llevar por una vaporososa rebeldía juvenil para calificar a quienes ponen este asunto en el centro de cualquier sociedad viable, de representantes de la extrema derecha, como si los gobiernos de extrema izquierda, v.gr. Cuba y Corea del Norte no fueran celosos en exceso con el orden y la autoridad. La diferencia es que en democracia la protección de dichos valores pasa por la observancia escrupulosa de los derechos humanos y las libertades civiles. Los neogeógrafos colombianos en su limitada propuesta de análisis cometen errores imperdonables en cualquier intento serio de estudio de las tendencias ideológicas y políticas, desaparecen a la extrema izquierda, igualan derecha y extrema derecha, consideran que las únicas fuerzas respetables son las de centro izquierda e izquierda, y evitan que el lector entienda que las fuerzas que merecen todo el desprecio de los auténticos demócratas son los extremistas de cualquier pelambre y que, para que eso no suene a palabra vacía, a cliché publicitario, debe explicarse con absoluta claridad que los extremistas se diferencian de los demócratas (de derecha, centro o izquierda), en que además de defender ideas totalitarias, arbitrarias, esencialistas y maximalistas, utilizan el terror, la lucha armada y otras formas de violencia para imponer sus puntos de vista.   No niego que el lanzamiento del Puro Centro Democrático puede conducir a la formación de un nuevo mapa político en Colombia. Pero quiero pensar que entender para dónde va cada fuerza en este momento no tiene que ver con el surgimiento de una polarización extrema derecha versus centroizquierdistas e izquierdistas. Me parece que las cosas no tienden a simplificarse de esa forma, sino en cuanto a la manera como cada grupo o fuerza considera que debe asumirse el problema del llamado por unos  -y según una ley- conflicto armado o amenaza terrorista por otros. Solución política negociada del conflicto social y armado, con reconocimiento de las guerrillas como actores políticos, amnistía e indulto incluidos, sin dejación de armas, con promesas de reconciliación como en fracasadas experiencias anteriores, o, salida negociada previa expresión de la voluntad de dejación de armas y de renuncia a la toma del poder por la fuerza por parte de la dirigencia de los grupos armados irregulares, desmovilización y reinserción a partir de medidas de justicia transicional, aceptación de la constitución de 1991, en el entendido de que los grupos violentos no representan ni a la población ni a ningún sector de ella ni mucho menos sus intereses y que el camino terrorista de su accionar en los últimos años, así como su dependencia del narcotráfico, los hacen inmerecedores de alguna medida retributiva.