La patética imagen del designado sucesor del caudillo venezolano invitando a la multitud a rezar un padrenuestro por la salud de Hugo Chávez da para más de una reflexión. Si no fuera porque el canciller y vicepresidente Nicolás Maduro es, según se ha dicho y proclamado, un marxista, convencido defensor del sistema comunista, no tendríamos por qué estar sorprendidos. Pero resulta que el inspirador y creador de la doctrina comunista, Carlos Marx, en muchos de sus textos atribuyó a las creencias religiosas y a la religión el carácter de “opio del pueblo”, es decir, de factor de adormecimiento de la conciencia de clase que obstaculiza el descubrimiento de las injusticias generadas por la esclavitud capitalista y que, por tanto, retrasa la revolución proletaria.
Marx también renegó del nacionalismo, del caudillismo y de muchas otras creencias y prácticas de la sociedad capitalista. Buena parte de sus ideas fueron convertidas en axiomas y dogmas incuestionables, hasta el punto de adquirir connotación de nueva religión con su propio paraíso al que se llega, también, después de atravesar duras pruebas y sufrimientos.
Una de sus ideas seminales estipulaba que la revolución socialista, estadio de transición hacia la sociedad sin clases y sin estado, el comunismo, se daría en las naciones más desarrolladas desde el punto de vista capitalista. Otra decía que la revolución sólo podría ser producto de la movilización organizada de las masas populares dirigidas por la clase obrera y su partido político, el comunista. Marx se destacó por su implacable crítica a los anarquistas y terroristas que descargaban todo principio de acción en un grupo de expertos o dirigentes osados que pretendían, a través del complot o del golpe de Estado, remplazar a los trabajadores y realizar lo que a estos correspondía. Los llamó aventureros.
Aunque a muchos marxistas les cuesta trabajo reconocerlo, Lenin y su guardia bolchevique fueron los primeros revisionistas del marxismo. La revolución rusa la comandó un grupo destacado, minoritario, pero muy disciplinado del partido obrero socialdemócrata. Como el socialismo se puso en ensayos en un país semifeudal y el más atrasado del mundo capitalista, Lenin hubo de modificar la doctrina original. La revolución socialista tendría lugar en el eslabón más débil de la cadena capitalista y no necesariamente en los países más desarrollados.La Europa capitalista quedó a salvo.
A la muerte de Lenin, su sucesor, el más experto en conspiraciones y en el trabajo de zapa, soterrado y manipulador, José Stalin, tiró por la borda todo el edificio antirreligioso del marxismo al canonizar a Lenin. Lo momificó con claros fines de culto al héroe y mártir de la revolución proletaria. Lenin alcanzó dimensión sagrada. Un santo para la posteridad, puesto al servicio de la legitimación del nuevo dictador que a su vez se proclamó el primer y más fiel leninista de la historia.
Con el paso de los años y el auge de las revoluciones comunistas en el Tercer Mundo, el carácter religioso del marxismo se hizo cada vez más explícito. Claro que eso tenía por fundamento la idea no secular de un lugar promisorio muy parecido al edén bíblico del cristianismo, pero en este caso, terrenal. Un mundo de felicidad, sin hambre, sin gobiernos, sin desigualdades, el principio de la verdadera historia se decía en el Manifiesto Comunista de 1848.
En China, Mao fue considerado un dios, igual ocurrió con otros dirigentes comunistas sobre los que se adelantó un vasto operativo de propaganda que les creó aureola de inmortalidad. El culto a la personalidad, impensable en el marxismo decimonónico, llevó a una actitud todavía más grotesca y retrógrada: el establecimiento de dinastías, como en Corea del Norte donde el “sol rojo”, el “Invencible” Kim Il Sung, le delegó el trono a su hijo y este a su vez al jovencito de 25 años que juega a fabricar cohetes nucleares. En Cuba, Fidel Castro, un nacionalista, se convierte en jefe del comunismo isleño, desbaratando otro principio esencial del marxismo: ser adverso a los nacionalismos. Hoy lo mantienen vivo como Cid Campeador para evitar el derrumbe total del sistema
Ahora, en la Venezuela, roja rojita y cada vez más cercana al fracasado experimento cubano, los marxistas ateos convocan a rezar por la salud de su comandante, que antes de irse al quirófano, y con gesto calculado besando el crucifijo de Cristo, designó, cual monarca, un sucesor para salvaguardar y continuar su pretendida obra milagrosa.
Este comunismo de hoy en día, víctima de la globalización –saludada por Marx- y del poder de las multinacionales, incapaz de derrotar el diablo neoliberal, se camufla para sobrevivir. Ya no habla del proletariado como vanguardia de la revolución ni de su dictadura ni reivindica la lucha de clases. Prolonga su poder por medios dinásticos, tiene su santoral, y reza, porque ya no piensa que la religión es el opio del pueblo y quiere ganar el cielo.