En pleno apogeo de la era de la imagen, de circulación sin límites y a velocidades asombrosas de las noticias, surgen voces autorizadas que se reclaman defensoras de las libertades públicas e individuales y de la democracia, que quieren apretar clavijas a ciertos temas sobre el supuesto de que hacer política con ellos es inmoral.
A propósito vale la pena recordar la orden del comandante de las tropas Aliadas una vez derrotadas las fuerzas nazis y descubiertos los horrorosos campos de concentración. Eisenhower mandó fotografiar montañas de cadáveres, de esqueletos andantes, de cuerpos mutilados, de aparatos de tortura, de cámaras de gas y de todo aquello sobre lo que el mundo, ajeno y desconocedor de tal espanto, debía conocer no sólo con el relato oral. Si no dejamos registro fotográfico dirán que todo es un invento nuestro, expresó. ¿Qué pueden decir los comentaristas que hoy se escandalizan con la foto divulgada por twitter por el ex presidente Uribe con los policías asesinados por las FARC tirados en una carretera? En su lógica tampoco se debieron dar a conocer los videos que mostraban a centenares de soldados enjaulados por las FARC en cercas de alambres de púas, o la de los oficiales y suboficiales encadenados desde su infame y eterno cautiverio.
Hay mucho de hipocresía y falso pudor en quienes en nombre de la pulcritud, en contra del amarillismo y de un supuesto respeto con el dolor de las víctimas, han salido a descalificar la acción del ex presidente acusándolo de utilizar políticamente el suceso hasta el inverosímil punto de hacerlo ver más grave que el crimen cometido por la guerrilla.
La divulgación de imágenes impactantes de atentados y hechos de sangre en tiempo real como ocurrió con los ataques del 11 de septiembre en Nueva York o los del 11 de marzo en Atocha-Madrid y los que a diario perpetran los fanáticos en el mundo árabe y musulmán, es algo aceptado por la opinión pública. Gracias a las denuncias con imágenes se han podido develar crímenes y atropellos execrables perpetrados por gobernantes dictatoriales y por grupos terroristas.
¿Dónde entonces está el problema? ¡Ah!, responden, es que hacer política con esos hechos es hacer apología de la violencia. En fila india, como obedeciendo una orden del alto gobierno, el ministro Carrillo, el director de la Policía y el ministro de Defensa descalificaron la actitud de Uribe. Pinzón, con evidente intención política afirmó: “No estamos de acuerdo con que por intereses políticos de un sector u otro traten de exacerbar situaciones donde lo único que hacen es enaltecer (sic) entre comillas los actos de criminalidad y de barbarie…”(elespectador.com, 8 de febrero).
También se han querido censurar las críticas que se hacen al proceso de paz con las FARC en La Habana. Entre muchos argumentos, sobresale el que dice que está mal y es oportunista hacer política con el proceso de paz. El terreno de la censura, disfrazada de ética periodística y de virtud ciudadana, se extiende a otros ámbitos, no se debe hacer política con las relaciones internacional mientras el gobierno declaraba a Chávez su nuevo “mejor amiguis” y la canciller viaja a legitimar al usurpador Maduro. Tampoco es aceptable hacer política con el fallo de la Corte de la Haya sobre nuestro mar sanandresano. Se pretende acallar al ex presidente Uribe porque se supone que está haciendo política con un tema tabú, pero, el presidente Santos y los demás partidos de la unidad nacional y hasta de la oposición hacen política al asumir una posición ambigua al respecto.
Ellos hacen política a la vez que exigen silencio. Por ejemplo, es claro que el presidente Santos está jugándose su reelección, es decir, está haciendo política, con las negociaciones de paz, según declaró su hermano mayor, Enrique, al confirmar a la revista Semana que la reelección de Juan Manuel depende del resultado. Todos hacen política con la paz y la negociación, pero no quieren que Uribe y los críticos de ese entuerto la hagan.
Hacen política con la sangre de las víctimas, exhibiendo fotos, videos y con artículos de opinión, todos los colectivos de abogados, los partidos de izquierda y progresistas, hasta los falsos liberales que actúan de consuno contra el Estado colombiano al hacerlo responsable de todos los crímenes que se cometen en el país. De tal suerte que lo que se revela en esa reacción fascistoide es un afán autoritario de acallar al contradictor, al crítico, al opositor. En nombre de la antipolítica se cuela un tufillo censor que aunque se expresa de manera elegante no deja de ser una actitud reaccionaria, antidemocrática y antilibertaria.
Hace buen tiempo en Occidente entendemos que la política es como un fluido gaseoso que circula por todos los intersticios. Con la política como vivencia ineludible nos topamos a cada instante y en cada acontecimiento. Por eso es un acto de suma hipocresía la pretensión de condenar una acción o a alguien por denunciar un crimen divulgando imágenes fuertes. De manera que los amotinados contra la actividad política del ex presidente Uribe, vienen a representar, tal vez sin caer en cuenta, a censores de cuello blanco, a las ya fenecidas ligas de la decencia y de la moral. Se justifica preguntarles: ¿si no se puede hacer política con hechos e imágenes de violencia ni con las negociaciones de paz ni con la política internacional ni con el hambre ni contra un alcalde enloquecido e iluminado ni con el desempleo ni con la inseguridad, entonces, ¿con qué podemos hacerla?