Por: Diego Berardo
El aumento de las tarifas en los servicios públicos del área metropolitana generó muchas discusiones. Discusiones, inclusive, entre quienes viven en otras provincias y los que vivimos en esa área. Pero hay un tema que nos preocupa y mucho a quienes nos dedicamos a la gestión cultural de los espacios de participación, producción y promoción de la cultura.
Teatros independientes, centros culturales no gubernamentales y barriales, librerías no comerciales, espacios todos que desarrollan propuestas novedosas, proyectos emergentes, comunitarios, con bajo o nulo apoyo estatal, han sufrido enormes aumentos en sus tarifas de luz que hacen peligrar la continuidad de sus propuestas, sus trabajos y sus emprendimientos.
La cultura es un derecho humano básico, es una herramienta que genera inclusión y también ayuda a mejorar la calidad de vida de nuestra sociedad. Construye ciudadanía. Y lo hacen las políticas públicas, pero cada vez más los emprendimientos colectivos que se van construyendo en las ciudades.
Estos espacios han transformado la ciudad, generaron valor, empleo, integración y atracción turística. A su alrededor se fueron construyendo también espacios gastronómicos, de diseño, de otras actividades vinculadas al ocio.
Ahí el Estado debe acompañar. Es necesario que esté presente frente a la crítica situación que está empezando a tener la cultura independiente. En el caso de los servicios públicos, promoviendo la creación de una tarifa cultural, igual a la tarifa social, que por lo menos se active en los horarios de mayor actividad de estos espacios. Pero también debe ayudar con el no cobro de los servicios de la ciudad que muchos de ellos pagan (ABL) y que sin duda serían una gran ayuda. Y seguramente, conociendo el volumen del presupuesto general del Estado de la ciudad, se podría pensar en brindar una nueva línea de subsidio que atienda esta situación puntual.
Creo absolutamente necesario que nuestros gobernantes y también los legisladores de nuestra ciudad entiendan la gravedad de esta crisis y asuman un compromiso con los centenares de trabajadores, gestores, técnicos, artistas que no sólo perderían sus fuentes de trabajo, también perderían sus espacios para el encuentro y la creación, los lugares para hacer lo que les gusta y mostrar lo que saben hacer a miles de vecinos que semana tras semana disfrutan de sus propuestas.
Y la ciudad dejaría de ser el faro, la luz de la cultura en Latinoamérica.