Las empresas, como núcleo de la actividad económica, comprenden muchas veces la importancia de la formación de sus colaboradores (empleados, directivos y hasta proveedores). Esto lo perciben, fundamentalmente, como una inversión que tiene su repago económico, más allá de su impacto social positivo. Así, muchas organizaciones suelen embarcarse en el esfuerzo de llevar adelante la capacitación de sus empleados. Para ello es necesario invertir tanto en el dictado de los cursos como en el tiempo destinado por las personas para recibirlos. Esta decisión pone a la empresa frente a la oferta educativa existente, que tiene algunos limitantes estructurales. Por un lado, difícilmente responda a requerimientos específicos de los puestos a formar y, por otro, los programas de capacitación preexistentes no suelen tener vínculo con la actividad real de la empresa.
Es fundamental que haya una conexión directa entre la formación y la actividad real de las empresas, especialmente para rangos bajos y medios. Sin ella es difícil que el operario comprenda en forma acabada su función y se sienta capaz de realizarla. La dificultad radica en que son sólo algunas pocas compañías las que, por su tamaño, tienen la escala que les permite generar programas de formación que articulen el dictado de clases teóricas con la experiencia práctica en el puesto. La gran mayoría de las empresas quedan fuera de esta posibilidad y deben conformarse con el “enlatado” que representa la oferta educativa preexistente.
Existe una forma de superar esta dificultad y es mediante el esfuerzo combinado de todo un ramo de producción. Éstos están típicamente organizados mediante sindicatos, asociaciones y cámaras empresarias. Lamentablemente estas asociaciones no suelen estar enfocadas en la educación y los contados esfuerzos no han logrado la sinergia que debiera existir entre la actividad empresarial y la formación. Es necesario cambiar una idea básica: la educación de las personas no debe considerarse un activo particular de una empresa, porque de hecho no lo es mientras el empleado pueda elegir rotar a otra. Por el contrario, la formación debe ser considerada un valor del ramo de la producción en su conjunto y una necesidad de supervivencia del sector, ya que constituye el eje de la competitividad.
Afortunadamente la capacitación es una inversión rentable per se. Lo ha demostrado ser siempre en la historia, por lo que no es necesario forzarla, sino solamente eliminar los factores que limitan su propagación. En este sentido, falta una articulación dentro de cada sector de la economía que logre favorecer la inversión conjunta en educación. En muchos países del mundo, incluida la Argentina, existen ejemplos notables sobre los logros que han existido en este campo. En el sector de la logística, por ejemplo, la Asociación Argentina de Logística Empresaria (ARLOG) ha lanzado el programa del “Operario Calificado Arlog” para el cual han convocado a todo el sector a ser parte mediante la inversión en capacitación de sus empleados actuales y potenciales. Es importante la existencia de una iniciativa de este tipo, que seguramente logrará lo que ninguna empresa del sector podría haber logrado en forma individual.