Juntando las contingencias derivadas del fallo de Griesa, da la sensación de que estamos incursos en el síndrome del cobayo. Nos explicamos.
Como siempre dijimos, el fallo de Griesa es una abominación, por su pleno desconocimiento de la lógica de las negociaciones dirigidas a encauzar default soberanos. Asimismo, su cabal cumplimentación bordea lo imposible: con frentes entrecruzados, la cobertura de alguno de ellos tiende, necesariamente, a desguarecer algún otro. No obstante, el fallo, en simultánea, es una fiera realidad: luce firme, en el seno de una jurisdicción que nosotros elegimos. Opera, pues, una disociación.
Lo de la abominación ha sido receptado, bajo formas y dosis diferentes, en múltiples ámbitos. Conspicuos economistas, prestigiosos, periódicos mundiales, el propio FMI, el G-77 y China, la International Capital Market Association, entre muchos otros, han advertido sobre la negatividad del fallo en lo puntual y en cuanto a sus proyecciones más generales. En función de esto, hay propuestas de adecuación de la legislación mundial para, hacia el futuro, evitar recidivas de estas compulsiones de buitres y afines.
Pinta edificante, pero convengamos que luce de lege ferenda (reforma legal futura). Mientras tanto, la “carátula” del asunto ahora la redactan otros: los poderosos que, a hoy, digitando la semántica pertinente, nos endilgan, de entrada, el default selectivo. A su vez, con la iniciativa oficial de Pago Soberano, en el núcleo (y más allá de múltiples matices de procedimiento), da la impresión de que esa carátula sería ratificada, sumándose un eventual desacato. Como corolario, la perspectiva de un default corto o semicorto, con algún viso negociador, se diluye. Ello, en medio de una dura restricción externa de arrastre que sufre el país. En principio, tendería a empastarse la vía -por la cuenta capital externa- a la que aspiraba el gobierno para obtener dólares.
He aquí la disociación. Por un lado, el affaire Griesa-Argentina logra una gran repercusión mundial. Y no porque no hayan existido antes otras avivadas de los buitres. Ocurre en aquel affaire que la postura argentina alborotó bastante el ambiente, por lo intensa en agitación y en la presentación del caso ante terceros (aunque algunos alegan que se omitió el más crucial: el G-20). Esto ayudó a marcar la diferencia en cuanto a repercusión. Sin embargo, mientras las reformas legales se hallan en barbecho, nosotros padecemos, ya, complejas secuencias problemáticas.
En síntesis, somos parte de un experimento en vivo. Hemos sabido, integrando el experimento, despertar curiosidad y atención. O sea: somos un cobayo…¡exitoso! Quizás, a raíz del experimento, se concreten al final las reformas que, hacia delante, pongan coto al mórbido proceder de los fondos buitres. La gran pregunta es: ¿qué le pasa al cobayo -Argentina- en el interín?.
¿Cómo se procesa la relación costo/beneficio en el interín? Si, a tiempo vista, fructifica la reforma, a la par que nosotros seguimos arrastrando todo el sambenito (el cobayo del experimento), ¿se podría esperar alguna retroactividad a nuestro favor, como sugiriera Kicillof?. ¡Hum! ¿Cuál y cómo?
Podemos quedar en la historia como motivadores de un importante cambio legal mundial; pero, a la par, el cobayo podría resultar muy chamuscado. Parece que el síndrome del cobayo es cosa seria.