La inflación preocupa. Se busca un ancla efectiva. Las metas de inflación de Alfonso Prat-Gay son sólo un esbozo, apremiado. Dada la problemática de la doble problemática, el abordaje conjunto de los bemoles del nivel de precios y del set de precios relativos, alguien diría: “Es lógico”. Máxime cuando, distinto de la convertibilidad, con una inflación visible baja, el esquema previo tenía una inflación elevada.
Pero, en rigor, la inflación preocupa. Lo notable es que el 5 de noviembre de 2015, el actual ministro auguraba el fin del cepo —y el ajuste del dólar oficial— de ganar Mauricio Macri en el ballotage, sin gran efecto adicional en la inflación (lo del dólar a 15 pesos implícito en los precios). Era la tesis de Andrés Neumeyer, la de la devaluación indolora. Una estrella de vuelo fugaz y olvidada; claro, porque los resultados no satisficieron.
Nosotros no olvidamos el tema. Porque todos, y en especial los think tanks afines al oficialismo, deberíamos meditar mucho al respecto. El núcleo de la tesis, usando el dual transables-no transables, aunque no universal, no era disparatado. ¿No habrán existido fallas instrumentales? Funcionando mejor en su orbe, vgr. precios de alimentos, las subas más directas en servicios podrían ser más digeribles.
Lo preferible era inventariar al inicio el bodrio económico recibido. Para alertar, y sobre todo, para fijar responsabilidades propias y ajenas. Hoy aún se asume poco la gravedad todavía subyacente de la situación; muchos planteos así lo reflejan.
A la postre, el ancla provisoria es el monetarismo —aunque mueve mucho la tasa de interés— del Banco Central, que, incluso en lucha, tiene la suba de la base monetaria todavía rondando el treinta por ciento anual. Sobra de cargas para aquel: los vencimientos de operaciones de futuro, su propia bola de deuda (habría que analizar algún resorte de consolidación) y una presión fiscal irredenta (la mejora de enero es ad hoc, se sienta sobre múltiples gastos). Incluso los halcones, que piden cambiar el régimen, extremando, y anunciándolo, el ajuste fiscal y ciñendo más la suba de base, deben asumir que la proposición Lucas-Sargent de la adaptación bajista instantánea del nivel de precios a un tal cambio es, en lo empírico, relativa.
Es que pesa mucho, dadas fuertes alteraciones económicas, el tema de la coordinación. Los amantes del monetarismo y de las expectativas racionales creen que, con un régimen monetario-fiscal severo y a perpetuar, empresarios y sindicatos se adaptan por sí —se autocoordinan— al esquema, porque “entienden el modelo”. Los que dan más pie a la política activa de precios y salarios, sin menoscabar el soporte monetario-fiscal, ven el accionar de la autoridad como un ineludible tercero coordinador.
Faltó el punto justo de encuentro y quedó un híbrido. Por eso, las metas de inflación voceadas están tensadas. Es factible que el frenesí de ajustes decline, lo que relajaría el ritmo de inflación. Cierto que también llegan las subas salariales y habrá que ver que ellas no alienten una propagación alcista.
¿Pero y el tipo de cambio real? Porque el quid es calmar la inflación junto con un cambio real apto. El actual mejoró, pero a medias. Y, ahora, es entendible, el Banco Central frena al dólar nominal con reservas y con tasas.
¿Cómo calza, aquí, el corto y el mediano plazo? ¿Reanclamos al tipo de cambio? En rigor, lo pertinente, como mínimo, es un crawling peg asociado a la inflación.
Ahora bien, el neoendeudamiento externo, aparte de su citado aporte al crecimiento, ¿será también la gran ancla? Porque insistimos en cubrir con él un déficit fiscal todavía alto. Ello, se dice, no es inflacionario al no exigir emisión. ¿Vendemos acaso los dólares para cubrir el déficit primario en el mercado de cambios, lo que instiga la apreciación cambiaria? ¿O los compra el Banco Central y los “re-gira”, con lo que repone el tema monetario interno? Mucho para pensar.