Entre las diversas expresiones que suelen emitir los economistas que representan a los candidatos presidenciales, hay dos que descuellan esencialmente: a) una remisión harto púdica a la cuestión cambiaria, donde, al mismo tiempo que se tiende a reconocer -con sus más y con sus menos- el severo atraso cambiario existente, se busca alejar de modo atronador el fantasma de una megadevaluación (y casi no se percibe cuál es la referencia por la positiva, relativa a “algún tipo” de adecuación cambiaria), y, b) se alude a un esquema desinflacionario de aplicación inmediata, ligado a un proceso de reducción gradualista en el tiempo del curso de la inflación efectiva.
A la postre, los planteos citados, aun con matices, se inclinan a combinar estas dos definiciones, y extraer de ello, algo así como una teoría general para el país sobre el tema de los precios relativos macroeconómicos y de la inflación.
Nosotros hemos hablado reiteradamente de la “problemática de la doble problemática”. ¿Qué se desea decir con este juego de palabras? Simple; hay una problemática doble irreductible: por un lado, el problema de tenor asignativo, vinculado a la clara distorsión de precios relativos macro (duro retraso cambiario real), con las mórbidas secuelas de la instancia; y, por el otro, el problema que atañe al desempeño del nivel de precios, o inflación. Ninguna de éstas se refunde en la otra; por el contrario, el tratamiento es complejo. Debe atendérselas específicamente a cada una, vía una unidad de concepción que articule las fases. Tiene escaso sentido desinflacionar consolidando el atraso cambiario; más bien, correspondería de entrada realinear los precios relativos, bajo una propuesta de políticas integral, y, entonces, proceder a decantar en un enfoque antiinflacionario, ya con la crucial competitividad cambiaria revitalizada.
Por el contrario, en los planteos arriba mencionados, pareciera que se arranca con la pretensión de desinflación gradualista, asociada al extremo recato citado en cuanto a ajuste cambiario. En rigor, se sabe que una desinflación, por sí, no remedia la distorsión de precios relativos. Más aun: aunque la tasa de inflación vaya cayendo algo, el retraso cambiario real puede acentuarse (dependiendo de la compulsa de ritmo entre inflación-cambio nominal). ¿No hace, acaso, algo por el estilo, la actual conducción económica?
Por momentos, da la sensación de que los colegas no se distinguen mucho de este enfoque hoy en danza. Confunden, en el mejor de los casos, la ralentización de la velocidad de apreciación real adicional (sobre una sobrevaluación real ya aguda), con la corrección cambiaria estricta. Algunos dicen que la devaluación “vendría después” (vgr., en 2017). Preguntamos: si ya está todo ordenado para ese momento, ¿para qué crearse problemas gratuitos, devaluando?
Naturalmente, tallaría algo obvio en el plano político: no hay nada que se estime tan “piantavotos” como defender en una etapa comicial una devaluación de entidad, aunque el retraso cambiario sea tan notorio como significativo. El asunto es si esta precaución, transmuta en realidad a la hora de gestionar. Quizás una pauta al respecto la da el entusiasmo que se deposita en la “solución” que aportará un supuesto o postulado financiamiento externo masivo, casi redentor.