Luego de algunas aparentes oscilaciones conceptuales, las autoridades electas reafirmarían la idea del combo mercado único de cambios-salida del cepo cambiario al día después. Evocan así un enfoque de choque.
Es obvio, al respecto, que faltan detalles en nada triviales. Además, el día después puede superar las 24 horas si hubiera un feriado cambiario, o algo por el estilo. Véase, asimismo, que la transición político-administrativa no pinta muy aterciopelada.
Por otra parte, la estrategia de choque, en sí correcta como alternativa, es una apuesta compleja, que se expone a riesgos y costos iniciales mayores —a diferencia del gradualismo puro—, con la convicción de que así se posibilitará luego una salida más rápida y eficaz del actual cuadro de aguda distorsión macroeconómica.
Todo ello remite a la Gestalt, que necesariamente envuelve una opción de choque. De este modo, junto con una probable flotación cambiaria como vehiculizadora del combo arriba aludido, debe computarse tanto el grado de intervención cambiaria conveniente-factible como la correlativa consideración del stock de estabilización de divisas a mano. A su vez, como el cepo es un racionamiento, cobija una dialéctica de fuerte excedente en pesos respecto de la disponibilidad formal de dólares (reservas del Banco Central), traducible en términos de stock-flujo.
Súmese la administración del famoso pass-through o traspaso a los precios internos del impulso de la depreciación monetaria. Por arriba, presiona el posible juego fluctuante del valor cambiario; por debajo, se perfila el traspaso.
Hemos señalado que, en principio, gravita una gama diversificada de valores de dólar implícito en los distintos precios domésticos de la economía. Hay, pues, un fenómeno de desgranamiento de valores, con variados grados de asimilación-adelantamiento (de valor) con respecto al dólar oficial. La dicotomía entre bienes transables internacionalmente y no transables aporta una orientación básica en el tema, aunque no exclusiva.
Talla la problemática de la doble problemática: intentar corregir la distorsión de precios relativos (con el retraso cambiario a la cabeza) puede arrimar en lo perentorio una presión adicional al curso del nivel de precios o inflación. La pretensión lógica es que se dé una miscelánea integrada por precios más proclives a reflejar el traspaso y otros inclinados a una mayor absorción de aquel, para buscar así, al promediar, que aquella presión se suavice.
Tal enfoque registra plausibilidad y es efectivizable. Pero, en paralelo, sépase que implica una dinámica compleja, que difícilmente pueda dejarse completamente en manos del mercado, apostando a la racionalidad de una pura autogestión de los agentes. Resaltamos, entonces, lo insoslayable de una decidida presencia oficial orientativa, de una política de ingresos activa. Incluso, sopesando anticipaciones que ya operan.
Finalmente, si se rescata la tesis, en lo esencial, de un ajuste por única vez para encarar luego un esquema de inflación declinante en el tiempo (viniendo de niveles altos), el espectro se completa con políticas de orden fiscal y monetario en progresiva desaceleración. El incordio es que, en lo inmediato —fin de año—, la inercia funge al revés, tensionado además la absorción monetaria de segunda vuelta.